Esta revista empezó el nuevo curso dedicando un amplio dosier al centenario de Dante. Entre los materiales que brindaba, se contaba una entrevista de Alberto Ojeda al historiador y divulgador italiano Alessandro Barbero, autor de la biografía de Dante recientemente publicada por Acantilado. La entrevista destacaba, a modo de titular, las siguientes palabras: “Dante demuestra que la felicidad no produce gran literatura”. Lo que Barbero venía a decir, más exactamente, era lo siguiente: “La Comedia se la debemos a la muerte de Beatrice (…) y al exilio. Es decir, a las grandes tragedias de su vida. Es quizá un punto de vista demasiado romántico decir que la felicidad no produce gran literatura, pero creo que tiene algo de verdadero, como prueba Dante”.
La idea de que la felicidad no destila gran literatura tiene que ver, probablemente con el prestigio del dolor en la cultura judeocristiana
Me quedé dando vueltas a esta idea, que por lo demás viene a constituir una especie de lugar común. Me refiero a eso de que la felicidad no produce gran literatura.
Fue el romanticismo, en efecto, el que consagró el vínculo entre literatura y desdicha. El genio romántico es por antonomasia trágico, o cuando menos insatisfecho e infeliz, además de turbulento. Pero la idea de que la felicidad no destila gran literatura parece venir de mucho más atrás. Tiene que ver, probablemente, con el prestigio del dolor en la cultura judeocristiana, y con la difícil relación de ésta con la risa. Pero también con un tópico razonable: el de la literatura entendida como compensación de las penalidades de la vida (cuando no, como decía Pavese, de las ofensas que nos inflige). Y, muy ligado a ello, la sospecha de que la felicidad desactiva el impulso mismo de escribir.
“Se canta lo que se pierde”, decía Machado. Vale, pero, ¿y el canto que brota de la alegría de la plenitud, de la dicha incontenible? Junto al inmenso caudal de la literatura de corte elegíaco, sin duda hegemónica, al menos en el imaginario colectivo, fluye otro reguero acaso menos conspicuo pero no menos abundante en obras maestras –en “gran literatura”– que es el de la literatura hímnica, celebratoria. El de la literatura que desborda felicidad, alegría, orgullo, euforia. Éxtasis.
Al lado de ella, pero en el mismo bando, está la literatura que inspira la vida buena, el sentimiento de armonía con el mundo y de gratitud por los dones de la existencia. La literatura clásica (no sólo la bucólica) está llena de ejemplos, pero también la contemporánea, desde ese “El mundo está bien hecho” que inspira a Guillén su “Beato sillón” hasta la labrada inocencia de “El guardador de rebaños” de Alberto Caeiro / Fernando Pessoa, por buscar dos ejemplos muy a mano en la poesía contemporánea.
Y luego está, cómo no, la comedia, cuando no es sátira ni burla. El humor, sí, en sus modalidades más amables, menos cáusticas. El humor bienhumorado, empático, sonriente, musical. Esa cordialidad en la que son maestros insuperables los ingleses. El humor afable de Sterne o del irlandés Oliver Goldsmith. El humor del Pickwick de Dickens, como antes el del Quijote, personajes que nadie puede pretender que sean fruto de la pena ni la desgracia, por desdichadas y calamitosas que fueran las vidas de quienes imaginaron sus destinos.
Esto último viene a constituir el verdadero desmentido de la idea apuntada por Barbero, que no consiste en otra cosa que recordar la felicidad que produce el hecho mismo de escribir. Cualquiera sea el grado de infelicidad que quiera atribuirse a la vida de según que escritores, su obra misma es a menudo el resultado de la extraña y contradictoria felicidad que les procura la escritura. Esa “orgía perpetua” de la que hablaba Flaubert. Esa felicidad que nadie ha anhelado ni expresado como Kafka, uno de cuyos aforismos, leído en este contexto, parece proporcionar, a su modo siempre paradójico, la clave de la enormidad sólo aparente que entraña postular que toda gran literatura es producto y no solamente causa de la felicidad.
Dice así: “Solo aquí el sufrimiento es sufrimiento. No es que los que aquí sufren estén llamados a ser ensalzados en otro lugar a causa de su sufrimiento, sino que lo que en este mundo llamamos sufrimiento es en otro mundo, sin transformación y simplemente liberado de su contradicción, felicidad”.