La recepción de un escritor viene determinada, en mucha mayor medida de lo que suele pensarse, por las condiciones de transmisión de su obra. Una cosa es la estrategia literaria de un autor y otra muy distinta su estrategia editorial, si la tiene. A esta última le cabe, en determinados casos, potenciar, neutralizar o incluso malograr la primera. La mayor parte de los escritores, sin embargo, no parece que tengan esto en consideración, y publican cuando y como pueden, qué remedio. El sentido táctico, en lo que a publicaciones se refiere, es un talento más bien raro. Pero puede llegar a constituir, a medio y largo plazo, un factor decisivo del tipo de atención y de reconocimiento que un autor termina recibiendo.
La obra de Ferrer Lerín reclamaba una revisión sistematizadora, susceptible de corregir las lecturas perplejas de la crítica convencional
Es sabido que Paul Valéry, autor de una obra dispersa y fragmentaria, fue un excelente estratega en lo que a su suerte editorial concernía. Sabedor de que escribía para un público reducido, explotó el esnobismo del medio al que pertenecía y se especializó en ediciones raras, lujosas, en las que los mismos textos se presentaban con envoltorios nuevos que los bibliófilos codiciaban. A tal punto que se hablaba irónicamente, a su propósito, del “milagro de la multiplicación de originales”.
En el ámbito de la literatura actual en castellano, hay al menos dos escritores que destacan por la singularidad de sus respectivas estrategias editoriales, por otro lado muy divergentes. Uno de ellos es César Aira, autor hasta el momento de más de cien títulos de narrativa publicados en muy distintos sellos, a razón de dos o tres por año. El otro es Francisco Ferrer Lerín.
No es casual que Ferrer Lerín formara parte del jurado que concedió el último premio Formentor a César Aira. No son pocos, aunque sí muy sutiles, los rasgos que permiten establecer entre ellos conexiones significativas. Estas nada tienen que ver, sin embargo, con el modo en que se prodigan. Ferrer Lerín, escritor aún mucho más inclasificable que Aira, es también mucho menos prolífico, entre otras razones por el hiato de casi veinte años en que dejó por completo de publicar. Su trayectoria editorial es además mucho menos intencionada, resultado más bien del capricho por publicarlo que han sentido toda suerte de editores inquietos y curiosos, no pocos de ellos exquisitos y minoritarios. He aquí que una bibliografía de menos de treinta títulos, varios de ellos antológicos, se halla repartida en veintidós sellos diferentes y comprende libros editados casi siempre con muy particular esmero.
El último de ellos es Casos completos, que acaba de publicar Ediciones Contrabando. Se trata de una voluminosa e impecable recopilación de textos en prosa realizada por uno de los más penetrantes conocedores de la obra de Ferrer Lerín: Antonio Viñuales, autor asimismo de la introducción y del epílogo. Viñuales se sirve de la escurridiza etiqueta de “caso” –presunta forma narrativa sobre la que teoriza de manera sugerente pero algo borrosa, atribuyéndole la condición de “género”– para abarcar una gran parte de la producción en prosa de Ferrer Lerín. Con gran despliegue taxonómico, quizás demasiado voluntarioso, propone una clave de lectura conforme a la cual recorrer y cartografiar el territorio más insólito y agreste de una obra esencialmente evasiva, que quizás estaba reclamando –como sin duda estima Viñuales– una revisión sistematizadora, susceptible de corregir las lecturas despistadas, perplejas o sencillamente equivocadas de la crítica más convencional.
En su epílogo, animado por una saludable pasión polémica –y por ese indisimulable y conmovedor sentimiento de propiedad sobre nuestro objeto de devoción que nunca conseguimos reprimir del todo quienes pertenecemos a la cada vez más extendida secta de admiradores de este autor–, Viñuales arroja luces muy esclarecedoras sobre el modo en que cabe “comprender la imaginación de Ferrer Lerín”, sobre todo al referirse a “la mezcla de crueldad y alegría que la caracteriza”, y que según él sería “el aspecto peor entendido” de su poética.
Elegante y cuidadosamente editado, bien ilustrado por Saúl Moreno, Casos completos, si bien destinado a jalonar significativamente la recepción de Ferrer Lerín, se suma en definitiva a su cada vez más abigarrada constelación libresca, producto de una al parecer inagotable combinatoria que no deja de suscitar toda suerte de acercamientos a una obra en definitiva inapresable.