Por fin, después de tanto oír hablar de ella, visité la librería Letras Corsarias, en Salamanca. Fue con ocasión de presentar el último libro de Constantino Bértolo, Espía en país enemigo (Ediciones La Uña Rota), una enjundiosa compilación de los apéndices que escribiera en su día para varios títulos de la colección Tus Libros, de la editorial Anaya, de la que tantos guardan un recuerdo agradecido.
En la presentación participó también el impulsor del libro, Carlos Rod, editor de La Uña Rota, para mí un paradigma de lo que se entiende –a menudo equívocamente– por editorial independiente, pues este sello ya veterano persevera desde hace mucho en la construcción de un catálogo realmente alternativo, desentendido de las modas comerciales, que ofrece títulos siempre interesantes editados con buen gusto, rigor y esmero.
Al terminar la presentación, estuve hablando con los miembros del equipo de la librería, y a uno de ellos, Antonio Marcos, se me ocurrió pedirle que me recomendara un libro de reciente publicación que le hubiera gustado particularmente. No lo dudó mucho: A toda brida, de Kathryn Scanlan, publicado por Errata Naturae.
¡Un libro protagonizado por una entrenadora de caballos de carreras del Medio Oeste americano! Nada podía quedar más lejos de mis actuales curiosidades. A pesar de lo cual, dado que el libro lleva una hermosa cubierta, no es grueso y además tiene una estructura muy troceada, me animé a llevármelo. No había mucho riesgo en asomarme.
'A toda brida' es un libro extraordinario y un testimonio rotundo y palpable del Medio Oeste americano
Y qué bien que hice, pues A toda brida es, créanme, un libro extraordinario, maravillosamente traducido por Regina López Muñoz. Su aún joven autora (nacida en Iowa hace 43 años), con apenas dos títulos publicados, entre ellos una colección de relatos, se hizo acreedora, en 2021, del Premio de la Academia Estadounidense de Artes y Letras por sus “logros excepcionales”. Entre esos logros se contaba su primer libro, Aug 9 – Fog, una reescritura y montaje del diario de una mujer octogenaria, encontrado en un lote de objetos subastados (tomo estos datos de la solapa de la edición de A toda brida).
Este último dato da una pista del método empleado por Scanlan en sus por ahora dos ¿novelas? Lo que ella hace es sumergirse de lleno en los testimonios de vida de una persona determinada y organizarlos en una voz narrativa. A propósito de A toda brida dice Lydia Davis que Scanlan ha realizado “un acto mágico de ventriloquía y empatía”, y así es. La voz de Sonia, seca, descarnada, directa, resuena con impresionante veracidad en las páginas de este libro, que introduce al lector en un mundo que quizá conozca a través de tantas películas de rodeos y de caballos de carreras (cómo no recordar títulos como Vidas rebeldes, El rey del rodeo, Secretariat, Seabiscuit, El hombre que susurraba a los caballos, The Rider…), pero que de pronto adquiere aquí una imponente concreción y una dimensión en absoluto peliculera, a la vez antropológica, lírica y metafísica.
Es casi imposible evocar un testimonio tan rotundo y palpable y a la vez concerniente del Medio Oeste americano, hasta el extremo de que a uno le cabe, en estos días de pasiones preelectorales, hacer de él un aprovechamiento digamos político, y proyectarlo además sobre el trasfondo de las militancias feministas y animalistas.
El “método” de Scanlan se halla en las antípodas de tantos ejercicios de “interiorización” de un personaje con que se arman muchas novelas presuntamente históricas o falsamente documentales. Admira la concisión, la frugalidad, la radical honestidad de una fórmula de montaje y descartes en absoluto novedosa (por allá quedan Capote o Naipaul, sin ir más lejos) pero que con ella adquiere una eficacia de la que tienen mucho que aprender tanto novelistas como periodistas y, por qué no, poetas, sobre todo poetas.