Primera palabra

El viejo más bello del mundo

21 marzo, 1999 01:00

Jönger conservó las cartas de Hitler ¿Las guardó sin leerlas? ¿Cómo se vive cuando uno ha sido besado por el diablo?

¿Quién no está expuesto a que un indeseable lo elogie? ¿Quién no está en peligro de que el peor de los hombres lo aplauda? ¿Quién está a salvo del beso del Malo?
Un hombre es responsable de las cartas que envía. Pero ¿lo es también de las que recibe? El hombre más justo de la ciudad puede abrir su buzón y encontrar carta del más perverso. Que le escribe: "Quiero ser tu amigo. Esta tarde te visitaré".
Hace unos días, en el archivo de un hombre recientemente fallecido, aparecieron cartas escritas por Adolf Hitler y su sombra, Rudolf Hess. En una de ellas, Hitler honra a ese hombre calificándolo como gran literato. Otra carta prepara una visita de Hitler a la casa de ese hombre. Otra, le invita a participar en el congreso de los nazis en Nuremberg.
El hombre al que Hitler escribió se llamaba Ernest Jönger. Lo conocí en El Escorial en 1995, el año en que él cumplía cien. No he conocido a un viejo tan bello como él. Emocionaba encontrarse con un vigoroso anciano que ochenta años antes, en la Primera Guerra Mundial, había estado tan cerca de la muerte.
El joven Jönger se lanzó a aquella guerra como a un gran carnaval, como a una fiesta para el corazón aventurero. En seguida descubrió que la guerra de trincheras se parecía menos a las viejas hazañas caballerescas que a una turbina alimentada con sangre. Sin embargo, superó su primera decepción y acabó encontrando en el frente ese suplemento metafísico que la vida parece necesitar para ser soportada.
Jönger llevó a escritura sus vivencias de guerra en "Tempestades de acero", donde levanta acta de defunción del mundo liberal burgués y saluda el nacimiento de una edad nueva. Miles de hombres a ambos lados del frente habían sido arrancados de la seguridad de sus hogares y arrojados bajo un cielo explosivo. Aquellos hombres eran tan vulnerables como los que vagaban por la tierra antes de que el proceso de civilización comenzase. Pero las fuerzas que rodeaban al soldado desconocido no eran las de la naturaleza, sino las de la técnica. éstas eran las "tempestades de acero" bajo las que estaba muriendo el burgués individualista. Para reemplazarlo nacía un nuevo tipo humano cuya relación con la técnica iba a ser tan esencial como la que liga al soldado con el armamento.
Jönger observó que, en su fase final, la guerra no distinguía entre combatientes y no combatientes. La nube de gas y los bombardeos aéreos amenazaban a toda la población, incluido el niño que yacía en la cuna. A juicio de Jönger, la paz confirmó esas corrientes homogeneizadoras. La guerra del 14 había puesto en marcha una integración real, a diferencia de la integración abstracta basada en los llamados "derechos universales". En todos los ámbitos, la técnica estaba liquidando la pluralidad de formas de vida del XIX. Los hombres perdían sus viejos rasgos individuales y, lo quisiesen o no, se vestían con el uniforme de la técnica.
A cambio, según Jönger, la irresistible extensión de la técnica constituía una fuente de sentido de la que los hombres participaban. Al desencantamiento del mundo provocado por la racionalización contestaba este reencantamiento ligado al proceso técnico. Reencantamiento que alcanzaba también a las víctimas de dicho proceso. En la medida en que hasta los sacrificados cobraban esplendor, Jönger podía escribir sobre el dolor del mundo como si lo contemplase desde el palco de un teatro.
Quizá porque no se tomaron el trabajo de leerla seriamente, los nazis creyeron poder nutrirse de la obra de Jönger. Sin embargo, éste siempre se vio a sí mismo como un observador tan poco responsable de la catástrofe como lo es el sismógrafo del terremoto que detecta. Pero más allá de su inteción, la obra jöngeriana cuenta entre los factores de esa catástrofe. Así como es un hecho que reaccionarios de todo el mundo siguen reconociéndose en los rasgos de los principales tipos jöngerianos: el Soldado Desconocido, el Trabajador y el Emboscado. Probablemente Jönger no habría querido compartir nada con esos hombres, pero ellos leyeron y leen con devoción sus obras.
Después de "Tempestades de acero", Jönger escribió muchos otros libros, algunos más bellos y profundos, pero todos indisociables de aquél. Jönger nunca dejó de ser un combatiente. Desde la perspectiva de quien jamás ha abandonado el frente, se convirtió en un observador excepcional de las heridas de Europa. Meditaciones como "Sobre el dolor" o novelas como "Abejas de cristal" harán de él uno de los escritores del siglo XX más leídos en el XXI.
Jönger nunca recibió aquella visita de Hitler, ni asistió al congreso del Partido Nazi. De hecho, sus obras contienen frases inaceptables para Hitler y sus secuaces. Sin embargo, los nazis no debieron de entenderlas, puesto que pensaron que podían hacer de Jönger uno de los suyos o al menos tenerlo entre sus compañeros de viaje. A diferencia de otros escritores alemanes a los que Hitler no dejó llegar a viejos, Jönger no escribió lo bastante claro. Quizá por no escribir claro, Jönger mereció cartas elogiosas del tirano.
Durante tantos años, Jönger conservó las cartas de Hitler ¿Las guardó sin leerlas? ¿Las leyó una vez y las escondió en el último rincón de su archivo? ¿Las leyó cada día de su vida? ¿Cómo se vive cuando uno ha sido besado por el diablo?
Los predilectos de los dioses mueren pronto, se decía en la Antigöedad. En 1995, Ernst Jönger era un viejo bellísimo. Sonriente, me miró con sus ojos azules y me tendió la mano. No sé donde he metido aquella foto. La foto en que estrecho la mano de ese hombre al que el diablo besó.