Primera palabra

Emilio Alarcos, crítico literario

20 junio, 1999 02:00

Para Alarcos, la poesía y la literatura en general era un fenómeno de comunicación, y la actividad crítica una consecuencia más del mero ejercicio de la lectura



Emilio Alarcos fue crítico literario como consecuencia de su condición de lingöista, y no en un sentido militante o profesional. Un lingöista que, por su inteligente y sensible humanidad, no pudo dejar al margen de su atención ese hecho prodigioso mediante el cual la lengua es capaz de convertirse en materia e instrumento para la revelación estética de la realidad. Muchas veces he pensado que ahí estaba la clave de mi identificación con su modo de hacer crítico literario: porque en él encontraba respuesta a aquella doble contradicción que otro científico de su misma estirpe, Roman Jakobson, denunciara en 1958 en el famoso congreso de Bloomington: que un lingöista ajeno a la función poética del lenguaje resultaba tan anacrónico como un estudioso de la literatura indiferente a los problemas que plantea la lengua.
Pero pienso ahora que había algo más de sumamente atractivo en el ejemplo de Alarcos para aquellos filólogos en ciernes de finales de los sesenta y principios de los setenta, que además de su Fonología, de su Gramática estructural y de sus Estudios de gramática funcional del español, nos dejábamos seducir por sus estudios sobre La Regenta y sobre La lucha por la vida, y sus libros admirables, felizmente reeditados ahora, sobre las poesías de Blas de Otero y de ángel González. Me refiero a la coherencia entre la actividad primordial del maestro y sus aportaciones literarias, así como la enorme naturalidad con que depuraba las complejidades de la teoría para iluminar los textos como realizaciones humanísticas donde, no obstante, se manifestaba más la sociabilidad característica del lenguaje que la individualidad narcisista del escritor (por no hablar del mismo achaque, todavía más ridículo, del propio crítico literario). Porque para él la poesía y la literatura en general era, ante todo, un fenómeno de comunicación, y la actividad crítica una consecuencia más del mero ejercicio de la lectura. Tomándole la palabra a su gran amigo y gran poeta ángel González, Alarcos reivindica el máximo valor social de la literatura, la "comunicación, convivencia con los demás, participación de los otros".
Entre las páginas de Alarcos que mejor nos explicitan su posición como crítico literario se cuentan las tituladas "Poesía y estratos de la lengua" que cierran la compilación de sus Ensayos y estudios literarios. Está manifiesta allí la total identificación que Alarcos establece entre literatura y lenguaje, y por ende el enfoque del fenómeno literario como proceso de comunicación. Pero también su adscripción al modelo de Hjelmslev, de acuerdo con el cual la lengua literaria y poética es una lengua cuyo plano de expresión es a su vez la lengua habitual del lector y del poeta. Nada, pues, de desvío o de opacidad: en las realizaciones más aquilatadas de la literatura no resuenan otras que las palabras de la tribu.
El discurso de ingreso de Emilio Alarcos en la Real Academia Española el día de Santa Catalina de 1973 versó sobre la trilogía barojiana de La lucha por la vida. Ante las elucubraciones teóricas sobre qué pueda ser una novela, Alarcos se atiene al criterio del lector ingenuo, el observador imparcial del fenómeno literario que tiene un conocimiento práctico de lo que es "novela", para llegar a una bizarra conclusión: que aquélla, "como el tomate, no es un objeto que está ahí por necesidad inmanente, sino que existe en virtud de una función de consumo". Por consiguiente, al crítico que se le hacen los dedos huéspedes intentando abstraer las peculiaridades propias de la novela, al margen de las funciones que cumple, le sucede lo mismo que al botánico que olvida las condiciones comestibles del tomate y considera sólo las peculiaridades morfológicas de tal planta. Pero comete sobre todo otro error: no centrarse en la peculiaridad diferencial de la novela en cuanto juego de lenguaje, que para Alarcos consiste en una determinada organización de material lingöístico referente a un cierto complejo espacio-temporal humano, y dedicarse a criticar la ideología, las intenciones, los sentimientos que la novela refleja. Actúan así más como historiadores, moralistas, políticos o sociólogos que como verdaderos críticos, cuyo cometido es estudiar la novela como "fenómeno literario", lo que es tanto como analizar los procedimientos obligadamente lingöísticos que ha de utilizar el autor para el logro de sus fines comunicativos. Es admirable, a este respecto, su artículo titulado militantemente "Sobre Unamuno o cómo ‘no’ debe interpretarse la obra literaria", en donde se rechaza el biografismo, la anécdota o la polémica como argumentos críticos y se reivindica la tarea filológica "de hacer ‘entender’ el texto, como primera fase para ‘enterarse’ de él, o sea integrarse con él y revivirlo". Y donde se lanza también una severa admonición a los críticos que no se resignan al papel ancilar que les corresponde respecto a la creación literaria.