Primera palabra

Necesidad de un debate

26 diciembre, 1999 01:00

Si la politización del museo nos ha traído hasta aquí, lo mejor sería desandar el camino. Un museo nacional necesita un Patronato fuerte, cuyos vocales tengan autoridad por su competencia probada, no por sus cargos o sus fortunas

El informe de EL CULTURAL sobre el Reina Sofía ha roto un espeso silencio y debería provocar un debate público, aunque no soy muy optimista. Entre las cuestiones suscitadas en el reportaje hay dos que me interesan especialmente: la situación del Patronato y la política de adquisiciones. Para empezar por esto último, tomaré como referencia un documento aprobado en el Patronato anterior, que presidía Valeriano Bozal, que establecía el siguiente orden de prioridades. Primero: reforzar los clásicos, que serían Picasso, Gris, Miró, Dalí, Julio González y Torres García. Segundo: incorporar pintura y escultura europea de los años 40 y 50, como contexto para el informalismo español, con Alechinsky, Appel, Yves Klein... Tercero: el arte norteamericano tras la guerra mundial (así se compraron dos Motherwell a un precio razonable). Cuarto: la inversión en arte joven, asumiendo los inevitables riesgos. En el documento se citaba también, sin dejarla resuelta, la cuestión del arte iberoamericano y había apartados específicos para la obra sobre papel y la fotografía. Si este era, a grandes rasgos, el contenido del documento, sólo le plantearía dos objeciones. (1) Junto a las grandes figuras universales como Picasso, Miró, etc., una política de compras debería otorgar prioridad a la introducción y desarrollo de la modernidad en nuestro país, prolongando la labor iniciada por la colección Arte Contemporáneo. (2) Mi segundo desacuerdo se refiere a la posición central que el documento atribuía al informalismo en la historia del arte español, definiendo en función de él los contextos europeo y americano que necesitamos. En mi opinión, habría que ampliar el contexto europeo hacia atrás, hasta los años diez, veinte y treinta, para adquirir piezas accesibles del movimiento moderno dotadas de especial valor para enmarcar la evolución del arte español.

Si ahora consideramos algunas adquisiciones recientes del Reina Sofía apreciaremos, respecto al documento comentado, continuidades y diferencias. Siguen siendo prioritarios los clásicos españoles (con obras de Gris, Torres García y Julio González). Pero se han comprado también obras de otros españoles que definieron nuestra modernidad, como Nonell, Vázquez Díaz, José Guerrero o Equipo Crónica. En cuanto al difunto Gerardo Rueda y Gustavo Torner, me merecen el mayor respeto, pero el número de obras compradas de ellos dos y el dinero invertido parecen algo excesivos. Por lo demás, se han comprado obras de artistas iberoamericanos, a veces también decisivos en la historia española, como Barradas, Diego Rivera, Lam y Matta. En fin, la divergencia más importante entre las adquisiciones actuales y el documento citado se refiere al peso comparado del arte europeo y el norteamericano. La compra reciente de cuadros de Adolph Gottlieb, Morris Louis y Sam Francis inclina la balanza del lado norteamericano, destinado a ocupar nuevos espacios en la ampliación del Museo. En sí misma esta decisión es irreprochable, si no se olvida la columna vertebral de la Colección, que sería el arte español contemporáneo. ¿O debemos empezar por discutir esto? A estas alturas y con estos medios, pretender crear un MoMA de juguete suena algo raro.

Aquí aparece la adquisición del cuadro de Cy Twombly por 555 millones. Es cierto que Twombly se cotiza muy alto en el mercado. En cuanto a su valor intrínseco, hay connaisseurs a quienes admiro que consideran a Twombly algo más, o mucho más, que un epígono del expresionismo abstracto. Aun aceptando esto, me pregunto si esta pieza era realmente una prioridad absoluta, teniendo en cuenta otras inversiones que podrían hacerse con ese dinero. Es verdad que el cuadro de Twombly ha sido un regalo del Ministerio de Educación y Cultura. En el período de gobierno del Partido Popular ha habido una primera etapa en que dicho Ministerio se resistía a mejorar la dotación del Reina Sofía. Después, el presidente del Gobierno se convenció de que muchos problemas del Museo sólo se resolverían con más dinero y desde entonces, Cultura ha invertido cantidades generosas en compras para el Reina Sofía. La apuesta decidida de Aznar por el futuro del Museo es una espléndida noticia. Pero el dinero arregla casi todas las cosas, no todas sin excepción. Y con esto llegamos a la cuestión del Patronato.

Según el reportaje de EL CULTURAL, tenemos un Patronato bloqueado y un Museo regido por una troika. ¿Cómo se ha llegado a esto? Por la politización del Museo, que comenzó cuando se designó a un político como director y continúa al designarse a un banquero como presidente del Patronato. El Ministerio renovó a unos vocales y designó a otros pensando siempre en términos políticos, en controlar a un director heredado que no era de toda confianza. Esto dio alas a algún intrigante, que creyó llegado su momento. Otros vocales, con absoluta buena fe, se tomaron en serio su trabajo y elaboraron un boceto de plan museográfico. Pero entretanto, el Ministerio había concedido su confianza al director y el exceso de celo de algunos miembros del Patronato le resultaba molesto: hubo una llamada al orden, se bloquearon las iniciativas y discusiones, se acallaron las quejas... Si la politización del museo nos ha traído hasta aquí, lo mejor sería desandar el camino. Un Museo Nacional necesita un Patronato fuerte en sí mismo, cuyos vocales tengan autoridad por su competencia probada, no por sus cargos o sus fortunas. Probablemente seré un iluso, pero creo, como sugería el informe de EL CULTURAL, que el Patronato debería ser un órgano profesional, integrado por expertos acreditados e independientes, historiadores del arte contemporáneo de reconocido prestigio, con incompatibilidades bien definidas, y presidido por un primus inter pares elegido libremente por ellos. Mientras no sea así, no se resolverá el problema de fondo.