Image: El misterio de las dos escrituras

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Primera palabra

El misterio de las dos escrituras

19 abril, 2000 02:00

Antes del fin dice verdades esenciales y turbadoras de Sábato: su aventura existencial, su fraternidad con los débiles y los oprimidos, su lucha contra la tiranía o la explotación, su búsqueda de la verdad, y su lucha diaria con el dolor

En esa frontera con lo absurdo, con el dolor y el amor que es Antes del fin, Ernesto Sábato advierte a sus lectores que no encontrarán en ese libro autobiográfico "mis verdades más sobrecogedoras; ésas las encontrarán en mis ficciones, en esos siniestros bailes de disfraces que sólo así dicen o revelan verdades que no osarían confesar a cara descubierta".De todas estas verdades el escritor argentino ha escrito pocas, tres novelas en una vida de noventa años, pero son suficientes para convertirlo en uno de los grandes de este siglo. Sábato ha escrito obedeciendo a la necesidad, sólo cuando no ha podido evitarlo, cuando el proceso de maduración de una historia había llegado a término y se le imponía imperiosamente, y también ha destruido muchas de sus páginas.

Es más que suficiente, para una existencia, haber escrito incluso un solo libro, una obra maestra como su novela Sobre héroes y tumbas, odisea épica en la totalidad de la vida y viaje a los infiernos, "potente fresco visionario y a la vez realista del subsuelo del alma que hemos habitado y atravesado", como escribió Enzo Di Mauro en el Corriere del 25 de marzo.Sin embargo, también Antes del fin, como otros espléndidos ensayos, dice verdades esenciales y turbadoras de Sábato: su aventura existencial, su fraternidad con los débiles y los oprimidos, su lucha contra la tiranía o la explotación, su búsqueda de la verdad, y su lucha diaria con el dolor y con la esfinge, el amor incluso más allá de la muerte por su Matilde (una de las grandes historias de amor conyugal) y por su hijo Jorge Federico, desaparecido prematuramente, que habla de la intensidad de una pasión tan fuerte y difícil de expresar como es la que se siente por los hijos.

Con esas palabras, Sábato sugiere que Antes del fin, como otros de sus ensayos de altísima calidad, pertenece a una escritura diferente a la de las invenciones fantásticas, "visiones que me representan en los detalles y en los excesos, a menudo indignos o incluso detestables, pero que también me han traicionado, yendo más allá de lo que mi conciencia me permite". Sus ensayos literarios, político-filosóficos, autobiográficos, pertenecen a otra escritura, no menor respecto a la fantástica, sino diferente, que obedece a otras leyes y dice otras verdades, o las dice de otra manera.

La verdad de textos como Antes del fin, en los que el autor habla de sí mismo, de su tiempo, de su vida, de sus afectos, de sus dolores, de sus ideales, corresponde a su visión consciente del mundo y él la suscribe directamente, con su persona en carne y hueso. Es la verdad del hombre que se casó con Matilde, que presidió la Comisión de investigación sobre los "desaparecidos" y sobre los crímenes de la junta militar argentina, que no acepta la explotación de millones de niños en todo el mundo, que se conmueve por la dignidad de un rostro desconocido y no puede olvidar a Matilde ni a Jorge Federico, que en algunos momentos de horror pensó concretamente en el suicidio, pero se lo prohibió porque considera ilícito provocar dolor a los demás, incluso a un perro.

Antes del fin ayuda a vivir y a afrontar la muerte, la insensatez y el mal. Su verdad es dura porque se mide con el dolor, el caos y la iniquidad, pero no trastorna al autor, porque él se expresa en ella y se reconoce a sí mismo, sus propios afectos, sus propios valores y sus propios desencantos. En sus obras fantásticas, en cambio, oye resonar una voz que es la suya, pero que es en parte desconocida para él mismo, y dice cosas que van más allá de su conciencia y de sus mismos principios: "Me resulta imposible explicar lo que he querido decir en mis novelas".Ese subsuelo de tinieblas, esa trágica y terrible historia de la conjuración de los ciegos, ese delirio vehemente y desgarrador de Alejandra, la perturbada protagonista femenina de Sobre héroes y tumbas, muestran otra cara de la vida, su cabeza de Medusa que convierte en piedra todo sentimiento humano, su locura.

En estas páginas no se pueden proclamar abiertamente lealtades y valores, defender a los débiles o dar testimonio de los afectos, sólo se puede dar testimonio del fantasma que surge de las tinieblas, representar una epifanía (del dolor o de la alegría, de la bendición o la desgracia de vivir) que a menudo no encaja en la filosofía o en la concepción del mundo que profesa el autor. También en estas páginas hay amor, grande, vehemente y doloroso, pero que no puede lanzar mensajes de solidaridad.

Cuando un escritor habla en su propio nombre, dice lo que piensa y en lo que cree, afirma que la vida es un bien que hay que agradecer a Dios o un mal que hay que reprobar, en cualquier caso, comparte y suscribe su página. Cuando pone voz a personajes y a fantasmas, hace que hable también ese otro que está en él y que a veces le desconcierta, porque dice cosas opuestas o diferentes de las que él normalmente profesa. "He perdido el control sobre Ana Karenina", decía Tolstoi cuando trabajaba en la novela, "hace lo que quiere".

N o se trata sólo de la coherencia narrativa del personaje que se impone al propio autor. Escribir, en algunos casos, significa también dar voz, aun sin darse cuenta, a esas experiencias que no se han utilizado y reelaborado en la consciente construcción de la personalidad propia y de la visión propia del mundo, pero que han permanecido olvidadas y sepultadas en algún trastero del alma, como materiales no usados para construir o decorar la casa de uno. Cuando salen a la luz, puede que nos preguntemos cómo y cuándo han ido a parar a nuestras manos, qué tienen que ver con el orden y el sentido que hemos dado a nuestra vida.

Cada escritor conoce, más o menos intensamente, la experiencia enajenadora y creativa de este encuentro con un sosia o por lo menos con un componente desconocido o incluso desagradable de uno mismo. Si es un verdadero escritor, le deja hablar incluso cuando preferiría que dijera otras cosas. Hay innumerables ejemplos de autores, de Balzac a Kipling, que se encuentran escribiendo cosas que contradicen sus ideas políticas, filosóficas o religiosas, sus sentimientos y sus prejuicios, su forma de vida y su criterio, todo lo que suscriben cuando firman un manifiesto, su autobiografía o su credo. Si de su trastero emergen pocas de estas cosas que para ellos son embarazosas, algo falta en su escritura, por muy elevada que sea, como por ejemplo la de Calvino.Estas dos formas de escribir, para permanecer en el ejemplo explicativo de Sábato, la de Antes del fin y la de Sobre héroes y tumbas, son a veces diferentes también en lo que respecta al estilo, al léxico, y sobre todo a la sintaxis; de la misma pluma pueden proceder un discurso clásico, lineal, que habla con claridad y explica las cosas, y un discurso fragmentado, apremiado por su emerger tumultuoso y no siempre previsible.

A veces cambia incluso la actitud moral, el sí o no que se dice a la vida. Esa escritura que "va más allá de lo que consiente la conciencia" no puede permitirse explícitamente ninguna opinión y menos aún un llamamiento moral, sólo puede dar testimonio de una epifanía de la existencia, sin preocuparse de si es una epifanía del bien o del mal.

Sábato dice, dolorosamente, que esta escritura "traiciona" incluso a la conciencia y a sus tablas de la ley, porque se enfrenta, sin rémoras, a verdades incluso intolerables, que no se pueden ocultar. Para el autor puede ser duro soportar esta escritura, querría que la vida fuese diferente, más humana y menos cruel. El escritor querría que el sol, al contrario de lo que constata despiadadamente el Evangelio, no luciese igual para justos y pecadores, indiferente al bien y al mal, querría que distinguiera entre los niños desaparecidos y sus abyectos carniceros. Pero cuando toca con la mano esta inaceptable indiferencia, esta verdad sobrecogedora, sabe que no puede dorar la píldora y ni siquiera endulzarla con nobles protestas, sino sólo representarla en su violencia desnuda sin redención. Sólo de esta forma su pluma se convierte en verdadero testigo de cargo de esa violencia. En cambio, cuando el escritor toma la pluma para contar su visión del mundo, puede y debe protestar contra ese curso insolente y malvado del sol y a lo mejor, convocar donquijotescamente a los hombres para corregirlo.

Si se divisa la cabeza de Medusa con las serpientes enroscadas, no es lícito suavizar esa experiencia, adaptar esa epifanía según las exigencias morales humanas, igual que en otro tiempo se adaptaban los grandes libros escabrosos en ediciones para niños. Es inútil mandar a Medusa a la peluquería para que la dejen más presentable e inocua. Pero tampoco es lícito convertirse en prolijos y complacidos profetas de esa revelación de la nada, proclamando a los cuatro vientos que la existencia es sólo brutalidad y horror y ostentando el pesimismo, el vacío, la negación, la violencia, el horror.

Los retóricos que se regodean en el escándalo falsifican su verdad, igual que los retóricos que no saben o no quieren verlo, porque lo declaman en lugar de limitarse a vivirlo y representarlo cuando sucede. "Decir" que la vida es bella o fea es igualmente cursi. Sábato sigue tenazmente con el amor por Matilde y hace que destelle un significado que ilumina la vida, pero sin tener miedo de dejar que de las aguas negras afloren los monstruos que acechan y amenazan con oscurecer ese significado.