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Primera palabra

Una reclamación

26 abril, 2000 02:00

Blanca Andreu

Para los no iniciados aclararé que varios cabecillas de los llamados "poetas de la experiencia" llegaron al país de la poesía vestidos de izquierda unida y asomándose de manifiesto político en manifiesto, escribiendo libros en lunfardo pese a ser andaluces...

Hace un par de años me sorprendió en extremo un comentario de un crítico de poesía que en una pequeña columna elogiaba un endecasílabo. Sostenía que era "el mejor endecasílabo de los últimos veinte años". Dicho endecasílabo no exclamaba conmovido: "salid, sin duelo, lágrimas corriendo", ni sentenciaba, afiebrado de amor: "polvo serán, más polvo enamorado", ni advertía con sutileza :"porque también para el sepulcro hay muerte", ni decía nada trascendental ni definitivo ni digno de mencionarse. En realidad, no decía nada de nada.

Simplemente versaba así : "Tú me llamas, amor, y cojo un taxi". Lo cierto es que me quedé estupefacta del grado de ceguera en que puede incurrir la crítica cuando trata de aupar a alguien.

María Moliner, en su célebre diccionario, define así la poesía: "género literario exquisito, por la materia, que es el aspecto bello y emotivo de las cosas; por la forma de expresión, basada en imágenes extraídas de sutiles relaciones descubiertas por la imaginación; y por el lenguaje, a la vez sugestivo y musical, generalmente sometido a la disciplina del verso". Lo del taxi se ajusta a esta definición en una cosa: está sometido a disciplina, porque tiene once sílabas.

En cuanto a lo demás, juzgue el lector por sí mismo este endecasílabo nacido de la fértil pluma de uno de los llamados "poetas de la experiencia", no recuerdo de cuál porque la indiferencia que me producen sus versos es tal que mi mente incurre en eso que Freud llamaba "olvidos voluntarios", y considere que si ése es el mejor verso que se ha escrito en muchos años, la poesía ha muerto para siempre en una conversación de trastienda.

Para los no iniciados aclararé que varios cabecillas de los llamados "poetas de la experiencia" y sus adláteres llegaron al país de la poesía vestidos de izquierda unida y asomándose de manifiesto político en manifiesto, escribiendo libros en lunfardo pese a ser, en su gran mayoría, andaluces y enviándolos a gran parte de la población con enfáticas dedicatorias y juramentos de amor eterno.

También se dedicaron a imitar al pobre Cortázar: y digo pobre porque nada más lejos de la intención de Cortázar que servir de apoyo a famas en lugar de a sus queridos cronopios. Bajo el ala ingenua de Rafael Alberti, que se dejó bailar el agua, fueron presentados en la sociedad de las letras, donde a nadie se le ocurrió ponerles trabas. Sin embargo, ellos no venían en son de paz, venían a hacer una guerra sorda, de bajos fondos y navajazos, como si estuvieran convencidos de que los antiguos pobladores del reino debían ser exterminados como kosovares.

Quizá eso sucedió así porque, en lugar de creer que la poesía era un palacio para la mente universal donde cabe la humanidad entera, pensaron, en su versión mezquina y cutre de lo que es pensar, que la poesía era una piscina sindical.

Ahora, sus exégetas y cantamisanos, que en su mayoría pertenecen a la servidumbre del Profesor Rico, han decidido que la Generación de los Setenta no ha existido nunca o que si acaso existió no tuvo la menor importancia. Y eso es tanto como robar los cubiertos de plata de la casa, la vajilla de oro, y ponernos a cambio escudillas de peltre. Esos exégentas son forajidos, rateros. Seguro que ocultan a los poetas para lucrarse. Hay que demandarlos. Que nos los devuelvan.

Los poetas de la Generación de los Setenta fueron, en su día, de veras novísimos, revolucionarios: frente a la ignorancia centrípeta propagada por el franquismo, ellos decidieron cultivarse. Se manifestaron a fuerza de versos y su política fue la búsqueda de la belleza, que yacía exhausta a causa de la sombría vulgaridad que proyectaba el dictador. Su culturalismo no era impostado, como posteriormente lo ha sido en sus imitadores. Al igual que sucedía con Cunqueiro, la cultura era su naturaleza.

Si un artista no es lo bastante sensible como para sentir de forma total la experiencia del arte ajeno, no es un artista. Si un poeta no entiende que otro se conmueva ante un concierto de Vivaldi "con violino principale e altro violino per eco" hasta el punto que esa conmoción lo obligue a dirigirse a sí y hablarle a su alma "hasta que se dé cuenta de que el violín que da el eco in lontano es él mismo", no es un poeta. Es otra cosa: un versificador, alguien que sí, que lo intenta, pero incapacitado para vivir el arte y por tanto deficiente a la hora de proyectarlo como un prisma, como un diapiro, ya proceda su inspiración de un sitio o de otro.

Por otra parte, me pregunto cómo es posible caer en la simpleza de considerar que la visión de un semáforo y del asfalto pueden constituir experiencia poética y no la visión de unas damas pintadas en Ouso de Vilar, en el siglo XV, oliendo una flor.

Eso es vivir en pozo seco, sin saber viajar con la mente por el tiempo y el espacio, que es lo mínimo que debe saber un escritor, y con la cabeza como una caja de zapatos, bien cerrada, frágil, de cartón y guardando dentro algo que sólo sirve para los pies.