Image: La última rebelión contracultural

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Primera palabra

La última rebelión contracultural

7 junio, 2000 02:00

Ricardo Senabre

CLOC representó, sin proponérselo, el espíritu de buena parte de una generación que, empapada de ilusiones en un prometedor momento histórico, vio demasiado pronto cómo se desvanecían sus esperanzas

Cuando Fernando Aramburu publicó en 1996 la novela Fuegos con limón, que constituyó una prueba de talento poco frecuente en un narrador bisoño, muchos lectores no advirtieron que las divertidas andanzas de aquel grupo de desenfadados alevines de poetas y artistas que la obra recogía trasladaban al ámbito de la ficción experiencias personales del escritor donostiarra, primero como colaborador de la revista Kantil y luego como impulsor decidido del grupo "Renovación surrealista", convertido muy pronto en CLOC. La extraña denominación era una onomatopeya que recreaba fónicamente -según su inventor- "el sonido que producen veinte mil garbanzos arrojados desde el octavo piso contra las cabezas de los ignorantes". Los tres amigos que, en 1978, fundaron el grupo -Fernando Aramburu, álvaro Bermejo y José Félix del Hoyo- crearon poco después CLOC. Revista de Arte y Desarte, cuyo primer número apareció en San Sebastián, en mayo de 1978. Pronto se unieron otros colaboradores, como Félix Maraña o Francisco Javier Irazoqui, y con los esfuerzos, la tenacidad y el entusiasmo de unos y otros la precaria revistilla, confeccionada a trancas y barrancas con ayuda de una multicopista o acudiendo al sistema de las fotocopias, alargó su vida hasta 1980. Conocemos ahora bien la historia de CLOC -la externa y la de sus entresijos- gracias a la excelente monografía que acaba de publicar en Hiperión Juan Manuel Díaz de Guereñu -CLOC. Historias de Arte y Desarte (1978-1981)- con un extraordinario acopio de datos, documentos y material gráfico, además de unos índices exhaustivos. Se trata de un estudio ejemplar, que ahorrará mucho trabajo a los historiadores del futuro que pretendan completar o revisar el panorama de las publicaciones literarias en España.

CLOC era una revista juvenil, contraria a cualquier manifestación de conformismo, a cualquier aceptación ciega de convenciones artísticas y de valores establecidos. "El realismo es el parapeto de los imbéciles. Viva el pájaro inventado y la flauta que no funciona", escribía Aramburu en el número 2 de la revista. En el fondo, no había tan solo una actitud de rebeldía estética. Los jóvenes integrantes de CLOC se sentían absolutamente marginados con respecto a la ideología nacionalista que en aquellos años comenzaba a imponerse. Y se revolvían también, como subraya con agudeza Díaz de Guereñu, "contra el dominio asfixiante del discurso político como preocupación esencial y devoradora de toda otra inquietud". El humor, la parodia -basta recordar su propósito de proclamar la independencia de la Isla de Santa Clara-, la broma y la crítica irreverentes eran no sólo juegos, sino instrumentos de provocación. Naturalmente, la revista fue publicándose casi de milagro, sin ayudas, también sin ataduras. El primer número surgió reuniendo las modestas cuotas de unos cuantos voluntarios que habían acudido a la convocatoria de un anuncio aparecido en la prensa local que decía: "Necesitamos surrealistas para organizar renovación artística". La radical independencia de CLOC, su enfrentamiento a la ideología dominante -en arte, en política, en pensamiento- que invadía las instituciones y obturaba cualquier intersticio por el que pudieran penetrar corrientes ajenas, fueron factores suficientes que determinaron la exclusión del grupo de todo reparto de subvenciones o apoyos económicos que le hubieran permitido desarrollar sus actividades con mayor holgura.

Pero acaso esta marginación, voluntaria en un primer momento y luego forzada, fue lo que permitió a CLOC preservar su postura y sus ideas sin vergonzosas entregas ni abdicaciones. Aquellos entusiastas animadores de CLOC -hoy dispersos y algunos, como Aramburu e Irazoqui, fuera de España- fueron jóvenes en el más pleno sentido de la palabra. Después, las cosas han cambiado, y no sólo en el País Vasco. Las revistas literarias juveniles aparecen gracias al patrocinio -que es siempre, a la postre, riesgo de dominio y control- de instituciones políticas o entidades financieras. Se ha consumado, a cambio de colorines y buen papel, un proceso de domesticación que convierte muchas de estas publicaciones, incluso escritas por jóvenes, en productos prematuramente rancios y pasados de fecha. Y, de igual modo que a veces se echa de menos el tiempo pasado o la mocedad perdida, sentimos nostalgia de lo que con la juventud auténtica se fue: el inconformismo, la rebeldía, el cuestionamiento de muchas ideas heredadas, el ansia infinita de libertad. Ahora, sumergidos en una sociedad progresivamente achatada, subvencionada y mortecina, comprendemos que CLOC fue la última rebelión contracultural. La exposición y los actos conmemorativos de aquella breve aventura que se celebraron el pasado mes de febrero en San Sebastián habrán tenido para algunos, sin duda, un sabor agridulce. Porque CLOC representó, sin proponérselo, el espíritu de buena parte de una generación que, empapada de ilusiones en un prometedor momento histórico, vio demasiado pronto cómo se desvanecían sus esperanzas, ahuyentadas por una clase emergente y excluyente cuyas metas eran muy distintas y que buscaba a toda costa la docilidad. Sin CLOC, todos hemos envejecido con rapidez.