Image: España en las letras inglesas

Image: España en las letras inglesas

Primera palabra

España en las letras inglesas

12 julio, 2000 02:00

Derek Walcott

Lo que yo poseo residualmente del español es ese instinto de la parodia, el melodrama, la exageración y el lenguaje florido que me instiló -o más bien, intentó instilarme- mi propio idioma aun contrariando la idiosincrasia de mi isla, Santa Lucía.

No hablo español. En cualquier otro lugar, eso nada tendría de extraordinario, pero en un isleño del Caribe es imperdonable, ante todo por la proximidad de tantos grandes países hispanoparlantes en el arco del océano Caribe (es demasiado vasto para llamarlo mar) y, en segundo lugar, por la historia en tres actos del Nuevo Mundo: el drama de la exploración, la conquista y la independencia que todas nuestras naciones -algunas, como la mía, meros peñascos- han compartido. Lo que yo poseo residualmente del español es ese instinto de la parodia, el melodrama, la exageración y el lenguaje florido que me instiló -o más bien, intentó instilarme- mi propio idioma aun contrariando la idiosincrasia de mi isla, Santa Lucía. Por regla general, se parodia al inglés diciendo que es una persona fría, desapasionada, monótona en el hablar, un caballero que no agita los brazos para subrayar una opinión. Este juicio podría ser también exacto con respecto a lo hispánico -es decir, a la poesía y la prosa latinoamericanas- en su caricatura de la política y en sus clichés de duende, revolución, gesto y derramamiento de sangre.

El lenguaje es un producto de la Historia y la historia inglesa que nos enseñaron como paralelo de la literatura inglesa estaba erizada, bullente de querellas entre Inglaterra y España: la derrota de la Armada Invencible, los conflictos navales en el Caribe y nuestro consiguiente desprecio -simultáneo, pero no secundario- hacia España y, por supuesto, su idioma. Lo mismo habrá ocurrido, aunque a la inversa, entre los pueblos de las colonias españolas. Evidentemente, si nos hubiesen enseñado su lengua y su literatura antes que la historia, esa larga alienación no habría existido. Empero, sin pretender ser un lingöista, creo que hay una diferencia orgánica entre los dos idiomas, inglés y español, patente no sólo en su sonido, sino también en su tónica, en el hecho de que el surrealismo puede nacer de vocales, pero no de consonantes; de una melodía aguda y una rapidez para las asociaciones metafóricas inseparable de la velocidad con que se habla el castellano, capaz de producir símiles casuales del surrealismo, una modalidad inaplicable a la poesía inglesa por su firme adhesión a la forma como significado, a la gramática como melodía y a los sustantivos incontrovertibles.

Neruda habla de "las campanas de las uvas". Traducida al inglés ("the bells of grapes") la metáfora suena forzada, pero la imagen no la hizo Neruda, sino el sonido del español en que la vocal es la metáfora. Una vez superado el estremecimiento de la duda y aun el rechazo que provoca la frase en nuestro idioma (y por ende, en nuestra sensibilidad), empezamos a percibir no sólo lo auditivo sino lo visual, la realidad gráfica de la metáfora. En la pintura española, por ejemplo, en Murillo, Velázquez y aun Picasso, oímos el silencio de los badajos arracimados, su jubiloso estallido potencial, el sonido contenido en las uvas que penden de las cuerdas de sus tallos. Un poeta inglés no es menos audaz en su lenguaje pero, por lo general, ésta no es la finalidad primordial de su oficio: esta asociación de uvas y campanas, a primera vista discorde, tal vez sea admisible en forma espontánea para quien piensa en castellano, pero para quien piensa en inglés (y aquí me refiero al anglopensante medio), suena forzada, surrealista, demasiado fácil dentro de su alambicamiento.

El segundo idioma de mi isla (o más bien, su idioma simultáneo) es el créole, el francés dialectal antillano, del mismo modo que los paranderos de Trinidad hablan un inglés dialectal y el castellano de Lorca y Hernández. Sus rostros rugosos y acriollados también son españoles, como si el idioma modelara los rasgos de quienes lo hablan y, en especial, los de los músicos. Un rostro irlandés cantando un villancico de "parang" podría parecer contradictorio. Excepto en el Caribe, donde cualquier rostro se ve bien detrás de nuestra música que es, sobre todo, percusión basada en ritmos africanos.

Todo escritor de las Indias Occidentales tiene el privilegio de acceder en herencia a los idiomas de todos los imperios que dieron forma al Caribe: inglés, holandés, francés, portugués, danés y español. Fiel a su configuración, el archipiélago es un camaleón que adapta estas lenguas a los reflejos de su piel. No me sentí falso por intentar pensar como un español, no más que por tratar de pensar como un saddhu de las Indias Orientales o un inglés isleño, como tampoco lo sentiría el camaleón o lo que Hart Crane denominó "el lagarto en el mediodía furioso".

Vivimos en un contexto de traducción. Así lee a Shakespeare un español o la Divina Comedia alguien de las Indias Occidentales, pero, en mi enorme ignorancia, me parece difícil que la lengua inglesa y, probablemente, el temperamento inglés, se adapten al idioma castellano. No penetramos en el idioma español hasta disolvernos en él, como sí lo hacemos en la pintura española. Al principio, no escuchamos las campanas de las uvas.

He tenido esta dificultad con Lorca, en especial con su Poeta en Nueva York; una dificultad que no se reduce a mi carencia idiomática aunque, probablemente, deba achacar al genio de la lengua castellana sus abstracciones atormentadoras. Tal vez, ninguna lo sea para el lector español como, en verdad, no lo fueron para mí en el Vallejo de Trilce, el primer Neruda y hasta parte del Octavio Paz de La piedra del sol. Lorca, Vallejo, Neruda y Paz me deleitan cuando la luz del sol irrumpe en la abstracción del verso o, de pronto, se rasga una nube y se tornasola un campo. El Lorca de "Cantan los niños / en la noche serena", la fuerte elegía profética de Vallejo: "Me moriré en París con aguacero/ un día del cual tengo ya el recuerdo" y aquellos pasajes de La piedra del sol más cercanos a la ficción y la pintura, que presentan empedrados y balcones y figuras que circulan por ellos. Así como el haiku no funciona en inglés, pues suena a humildad presuntuosa, del mismo modo, al intentar adaptar el temperamento español al verso inglés, tropezamos con esta exigencia contrastante de lo real, lo lógico, lo lineal.

Quizá deba acotar: hasta que llegamos a García Márquez.