Image: Ideas y símbolos

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Primera palabra

Ideas y símbolos

6 diciembre, 2000 01:00

El nudo gordiano en el que desde siempre se ha encallado y estrellado la reflexión filosófica es la dificultad relativa al tiempo y al soporte que lo sustenta, el instante. Esta cuestión recorre el relato entero de lo que entendemos por filosofía

Este año hemos celebrado el centenario de la muerte de Nietzsche. A juzgar por los actos que esa efeméride provoca su figura está más viva y agigantada que nunca. Recientemente pude comprobar la gran audiencia que obtuvo un ciclo impulsado por Félix Duque que revisaba la obra del filósofo. Una obra en la cual la filosofía y la poesía logran hallar una compenetración profunda. O en donde las dotes de gran escritor de Nietzsche se alían del mejor modo con sus concepciones genuinamente filosóficas. Especialmente en su obra culminante, Así habló Zaratustra.

Y la mediación entre esas dos tendencias entrecruzadas, la aptitud lírica y la fuerza conceptual, se halla (y no podía ser de otro modo) en la inteligencia simbólica. Todo el Zaratustra constituye un verdadero bosque de símbolos. En él la razón filosófica, y su capacitación para forjar conceptos, halla su aleación con la elevación lírica a través de la simbolización.

Mediante esos símbolos se intenta dar forma poética y filosófica a lo que resiste toda formación y formalización; el nudo gordiano en el que desde siempre se ha encallado y estrellado la reflexión filosófica: la aporía y dificultad relativa al tiempo; y al soporte que lo sustenta, el instante. Desde Anaximandro hasta Bergson y Heidegger, esta cuestión recorre el relato entero de lo que entendemos por filosofía.

En el poema filosófico de Nietzsche se intenta cortar el nudo gordiano en el cual las tres dimensiones del tiempo parecen anudarse de manera enigmática: el futuro, el pasado y el presente. Un nudo en la garganta; un nudo que estrangula al pensador. De pronto una serpiente, imagen de la eternidad, ha penetrado en la boca entreabierta del doble y alter ego de Zaratustra: un pastor. Una serpiente ha penetrado por su boca; le cuelga de modo espantoso. Zaratustra le grita, o se grita a sí mismo: "¡Muérdela! ¡Muérdela hasta arrancarla; y escúpela!".

El poema constituye una rigurosa exploración de las estancias o moradas del tiempo, o de sus tres modos: el futuro (en el primer libro del poema), el pasado, en el segundo; y el presente en esa gran culminación del poema que constituye la tercera parte del mismo. La cuarta es un simple apéndice que poco añade a las anteriores.
Toda la primera sección del poema nos sitúa en el escenario de un Gran Parto. Todo aparece asistir a un aguardado nacimiento. La exploración del país del futuro tensa la cuerda hacia lo que Ha de Venir: ese gran mar en donde las aguas (turbias y cristalinas) de los fluyentes ríos humanos hallan su finalidad, su desembocadura. El superhombre es ese gran mar; o es la diana a la que apunta la naturaleza ágil y veloz de una flecha expresiva de la condición que somos: "flechas del anhelo hacia la otra orilla". El hombre se realiza en su verdad si sabe interpretar su gran anhelo. Es su deseo, su eros.

El poema está, todo él, plagado de imágenes simbólicas de lo liminar y limítrofe. Así por ejemplo las imágenes del puente y de la puerta (que un interesante texto de Georg Simmel destaca; texto que debo a la generosidad de mi amigo e interlocutor, y fino pensador, Andrés Ortiz Osés).

Todo el primer libro del poema está trabado a través de imágenes pontificales. Se refieren a la identidad del hombre como "un puente" (hacia el superhombre). El segundo y tercer libro promociona imágenes jánicas: la de una puerta con doble cara, como el dios Jano (Sanctus Januarius); esa puerta llamada Instante permite el cierre, y también la comunicación, entre dos calles infinitas: el pasado que se entierra; el futuro que se avizora.

Imagen pontifical de nuestra condición, o de lo que somos, ese mysterium mágnum de toda filosofía desde Sócrates, desde que la filosofía dejó de ocuparse sólo de las cosas del cielo, o de las fuerzas elementales de lo físico, y se enfrentó con el hombre. En libros sucesivos del Poema se radicalizará la pregunta por el hombre a través de una profundización en la naturaleza del tiempo, emergiendo entonces, como imagen simbólica que define éste, la presencia de una gran puerta jánica, con dos caras opuestas, en donde confluyen y refluyen dos grandes calles de longitud infinita, el Pasado y el Futuro. Esas avenidas o meridianos de la ciudad del tiempo constituyen dos eternidades. Así lo dice el texto, en boca de Zaratustra.

De hecho los tres modos del tiempo, pasado, presente y futuro, son convocados (y recreados) en ese Pórtico llamado Instante. Nietzsche se aproximó a una justa comprensión de esa convocatoria que exige, todavía, nuevas reflexiones y despliegues filosóficos (poéticos y simbólicos) para su justa exposición.

Creo que son tres las eternidades que en el instante se entrecruzan; y así lo he ido expresando en diferentes publicaciones y foros. Nietzsche confundió el presente (que siempre se recrea, o que insiste en presentarse en la existencia) con ese Instante en el que los tres meridianos del tiempo, sus dimensiones, alcanzan su cumplida encarnación. En ese Instante las tres dimensiones son convocadas. En él se recrean el Pasado, el Presente y el Futuro.