Centenarios y primeras ediciones de "La Celestina"
El destino burlón y la manía de las conmemoraciones sin intermisión han querido que los fastos celestinescos se celebraran a la mayor gloria de un ejemplar solitario, fané y descangayado
Es sabido que la historia de Calisto y Melibea parte de un texto inacabado, fruto del talento de un "antiguo autor" desconocido. Ese esbozo (poco más o menos, el primer acto) cayó en manos del joven Fernando de Rojas, que decidió continuarlo hasta darle fin, y publicó esbozo y continuación con el título que le había dado el anónimo: Comedia de Calisto y Melibea. Unos años después, Rojas se animó a "meter segunda vez la pluma" en la obra: añadió cinco nuevos actos a los dieciséis de que constaba la Comedia, y, de paso, retocó el original aquí y allá, aunque probablemente menos de lo que se ha venido creyendo; a esa refundición o segunda redacción la bautizó Tragicomedia de Calisto y Melibea.
Con un parto tan largo y complicado, ¿dónde colocar el cumpleaños? ¿Qué momento en la trayectoria del texto prima sobre los demás? Si buscamos la piedra angular de toda La Celestina, señalaremos a los "papeles" del "antiguo autor". Ocurre, no obstante, que ignoramos cuándo compuso este sus páginas: podrían ser de principios del decenio de 1490, pero también remontarse a diez e incluso veinte años atrás. Rojas apunta que quizá el primitivo autor fue Juan de Mena, muerto en el remoto 1456, y la fecha, aunque imposible, revela que al bachiller no le inquietaba alejar en el tiempo el acto que le sirvió de base. En cualquier caso, es innegable que el núcleo más antiguo de La Celestina cumplió el medio milenio bastante antes de 1999.
Si, por el contrario, dirigimos la mirada a la versión que Fernando de Rojas dio por completa y definitiva, lo lógico es que nos fijemos en la Tragicomedia. Tampoco ahora contamos con datos ciertos. Entre las estampadas en España, la impresión más temprana que conservamos es de 1507, pero tuvieron que precederla no menos de media docena. Sobrevive también una traducción italiana acabada en 1505. Lo más probable es que la primera edición de la Tragicomedia apareciera en 1502, fecha mantenida (para eludir censuras y papeleos) en muchas reimpresiones posteriores. Pero, obviamente, eso implica un centenario que todavía no ha llegado...
¿Qué circunstancia, en suma, se conmemoró el año pasado? Una traída por los pelos: un ejemplar de la Comedia que en el emblema del impresor muestra las cifras de 1499. La Hispanic Society of America custodia en Nueva York el único superviviente de los que con tal marca pudieron salir del taller de Fadrique de Basilea, en Burgos, a la vera de la catedral. Pero que en el colofón se halle, si en efecto así es, el año de 1499, nada significa ni resuelve, pues Fadrique empleó ese escudo, sin alterar el guarismo, en volúmenes estampados en 1500, 1501 y 1502, mientras no nos consta que lo hiciera en ninguno de 1499... Cambiar el número implicaba reemplazar el taco del grabado, opción menos rentable que mantenerlo activo durante algún tiempo como el logotipo editorial que era, con independencia de la fecha del libro en que figurara. La Comedia de Burgos no tiene por qué ser anterior a las publicadas en Toledo, en 1500, y en Sevilla, en 1501.
(He dejado en el aire si el emblema de marras se hallaba o no originariamente en el ejemplar neoyorquino. Al curioso le gustará saber que ya en 1844 el tal colofón no formaba parte del volumen propiamente dicho, sino que era un recorte pegado sobre una hoja de 1795 añadida al final, y que posteriormente ese conjunto postizo de recorte y hoja fue sustituido por un facsímil. Es sólo una de las varias manipulaciones de que el ejemplar fue objeto al llegar al mercado de la bibliofilia. Ni siquiera podemos estar seguros, por tanto, de que el grabado de Fadrique perteneciera en su día a esa edición de la Comedia, y no a otro libro de la casa.)
Como sea, tenemos la certeza de que la Comedia burgalesa de hacia 1500 no es la primera edición de la obra, que hubo de presentar un aspecto bastante distinto, empezando por la ausencia de los resúmenes argumentales que preceden a cada acto. En el prólogo a la Tragicomedia, Rojas se quejaba de que la intromisión de los impresores hubiera llegado hasta el extremo de incorporar "rúbricas o sumarios al principio de cada acto, narrando en breve lo que dentro contenía". Pero como la edición de Burgos incluye esos "sumarios" que traslucen una intervención editorial explícitamente reprobada por el autor (y asimismo denunciada por otros testimonios), de ningún modo podemos confundirla con la princeps de La Celestina, que en ese y otros puntos debió reflejar harto más fielmente los deseos de Rojas.
El destino burlón y la manía de las conmemoraciones sin intermisión han querido que los fastos celestinescos se celebraran a la mayor gloria de un ejemplar solitario, fané y descangayado. Pero la anécdota de los falsos centenarios tiene una moraleja que vale la pena: cada uno de los estadios fundamentales de La Celestina posee una entidad propia y no es lícito amalgamarlos en un texto artificial que combine fragmentos de aquí y de allá, según ha venido haciéndose durante todo el siglo XX.
La Comedia en dieciséis actos es trasunto de una voluntad artística con plenitud en sí misma; la Tragicomedia en veintiuno responde a otra: igualmente plena, pero diversa en planteamientos y horizontes. El mayor pecado de un filólogo sería seguir revolviendo ambas versiones. Haber rehuido ese peligro a ciencia y conciencia es una de las razones que a todos los colaboradores nos alienta con la esperanza de que el texto de Biblioteca Clásica pueda considerarse la primera edición moderna de La Celestina.