Primera palabra

Otro cero para el 2000

3 enero, 2001 01:00

Este país sería hermoso si mantuviera fresca la memoria de cuando soñó y pudo obtener en su mano la verdadera democracia. Si abriera la puerta al emigrante y hablase en la lengua de todos sus idiomas

El momento feliz en el que la mayoría de españoles empezamos a creer como un hecho cierto que Franco no iba a durar eternamente coincidió con la llegada masiva de libros escritos o traducidos por escritores sudamericanos y la transformación de Barcelona en capital literaria. No hubiera podido imaginar nacimiento más estimulante para mis deseos de convertirme en escritora. Tan catalana como española, europea, africana o latinoamericana, el concepto de identidad cultural era entonces una amalgama de anhelos a punto de ser reales y satisfechos. Murió la dictadura en España y llegó con risas y claveles rojos una nueva forma de vida que se parecía bastante al transfondo soñado por los mejores libros que leíamos. Hija de Borges, nieta de Kafka y amiga de Kavafis, me hice escritora pensando que la literatura podía cambiar el mundo. Cuanto menos, el mío ya lo estábamos cambiando para bien y muchísimo mejor los ciudadanos libres que votamos por una nueva democracia abierta, plural, libre, integradora, independiente.

Los adjetivos sobraban. Nos untábamos la boca con ellos. Mientras peleaba en silencio por transgredir el lenguaje y hacerlo propio, luchábamos en la calle por revolucionar las reglas. Todas. Sin excusa.

Fuimos feministas, revolucionarios, alternativos, izquierdistas, abortistas, poetas y ecológicos. Pudimos escribir y hablar en catalán, euskera, gallego, francés o valenciano. Elegí el castellano porque en esta lengua, también mía, mi verdad interior se sentía más rebelde y deslenguada.

Quería cambiarla. Descomponerla. Inventarla de nuevo para mi voz difusa. Tal vez también porque el español con sus infinitos matices hispanos era la lengua de los libros que leía.

Hija de este siglo, mi patria verdadera es la literatura. Pero vivo en un país pequeño, cansado y gastado por el uso de tanta palabra vana. Vivo en un país que es a la vez otro país inmenso con al menos dos lenguas y varias, muchas, literaturas. A ratos decimos Cataluña. Otras veces España.

Como si tuviéramos dos madres en lugar de ninguna. Apéndice de Europa, viejo corazón de América y rara mezcla de gitanería mora, este país es un conjunto de ricas y variadas diferencias que los puristas de razón y raza tratan de aniquilar a cada rato. Bombas terroristas de la banda ETA explotan casi a diario en España donde los muertos se suman a los muertos.

Escritores, profesores universitarios y periodistas están amenazados de muerte por ETA. Los demócratas de siempre se niegan a ser considerados héroes porque su única arma de lucha es la libertad de vida y de palabra pero viven secuestrados en el zulo de su causa.

Esto es una guerra quieta. No se ve a simple vista porque los periódicos que siembran en grandes titulares las desgracias también las ocultan o disfrazan. Atentados, asesinatos y cadáveres es la peor de las noticias.
Esta guerra mata también en el Estrecho, ahogados los africanos en pateras de hojalata. Esta es una frontera inhumana. Los políticos, en lugar de reinventar la vida y darle forma a las ideas, hacen su juego aparte. La mayoría de las veces sacan provecho partidista a las desgracias. Usurpan al ciudadano su derecho a manifestarse y se colocan ellos en primera fila de la fotografía que encabeza la manifestación semanal en repulsa a otro acto terrorista. Algunos políticos, si no todos, quieren una España dividida en mil partidos. Gobiernos nacionales y autonómicos sacan provecho de esta guerra. No es algo nuevo. Prefieren salir en la foto antes que perder prebendas pactando en favor de la paz y de la verdadera tolerancia. Los distintos gobiernos españoles y grupos parlamentarios dicen rechazar la violencia pero no la entierran. Dicen defender la libertad de derechos pero taponan la voz al ciudadano, expulsan de plano al inmigrante o lo discriminan según sea su lugar de residencia. Un decreto lingöistico puede ser tan violento como el fracaso de una bomba lapa colocada en un coche que no explota.

A los defensores del bilingöismo y la pluralidad de ideas los nacionalistas acérrimos nos demonizan de españolistas y traidores. Ven su culpa en el ojo ajeno. Al que abre su puerta a un emigrante, la ley española lo sanciona con una multa inapelable.

Este país sería hermoso si mantuviera fresca la memoria de cuando soñó y pudo obtener en su mano la verdadera democracia. Si abriera la puerta al emigrante y hablase en la lengua de todos sus idiomas. Si sus políticos y gobernantes dijeran la verdad al margen de voluntarismos, demagogias e intereses de partidos. Si pactase con la verdad y no con la vergöenza. Si los madrileños leyeran a Carner y los catalanes a Unamuno. Si entendiera la paz como la inequívoca unidad de los demócratas. Si en vez de restar, prefiriera sumar y multiplicarse. Estos son mis mejores deseos para el nuevo año. Mucha paz y mejor literatura.