Primera palabra

Fuegos para una estética actual

por Guillermo Solana

6 junio, 2001 02:00

Sttembrini ha comparado la Bienal de Valencia con el incendio de Roma, donde la ciudad se ha convertido en ejecutante y espectadora. El éxito de esta experiencia dependerá de la reacción de la ciudad ante este incendio que se le propone, del entusiasmo con que Valencia participe en estas Fallas tardías

Dubrovnik, Sidney, Kuangyu, Shangai, La Habana y ahora Valencia. Llevamos veinte años oyendo hablar de la crisis de las grandes bienales, de la decadencia de las de Venecia o São Paulo o de la Documenta de Kasse, y mientras tanto, en estas dos décadas, las bienales no han dejado de multiplicarse a una velocidad increíble; han surgido nuevos certámenes por todas partes, en los sitios más inesperados. Fernando Castro Flórez, que viaja constantemente de una bienal a otra, me habla de su frecuente sensación de déjà vu, del cansancio de encontrarse en Lyon con la misma pieza que uno acaba de ver en Cali o en Estambul. Es el aburrimiento, como él dice, de las bienales "clónicas", basadas siempre en la misma fórmula: confiar a un crítico-comisario la selección de una especie de macrocolectiva, y donde aparecerán más o menos los nombres habituales. En la nueva Bienal de Valencia que se inaugura ahora, ese papel de comisario estrella lo haría Bonito Oliva, el simpático "showman" y filibustero, con su selección de un centenar de artistas que prolonga y renueva la que él mismo presentó cuando fue director de la Bienal de Venecia en 1993.

Pero Bonito Oliva no será el único protagonista en Valencia, como él y sus detractores quieren hacernos creer (la trifulca de Bonito y Arroyo, con ser muy divertida, oculta lo esencial). Esta Bienal, a diferencia de otras, no parece simplemente un juguete en manos de un crítico-comisario. Ni siquiera es una exposición de artes plásticas en sentido estricto. Harald Szeemann declaraba hace una semana en una entrevista a EL CULTURAL que en su Bienal de Venecia habría de todo, que sería un diálogo entre los medios artísticos. La de Valencia se ha planteado desde el principio con esta vocación transversal, bajo el lema de la "comunicación entre las artes", el encuentro de los géneros y medios creativos. La idea la ha llevado a cabo un equipo experimentado en la producción de espectáculos de teatro, música, danza y cine. Tanto el guión de esta Bienal como sus personajes se ensayaron en la exposición Estancias y secretos celebrada en la feria del mueble de Milán del año pasado. Sus estrellas son esencialmente figuras de las performing arts (algunos de los cuales ya habían colaborado con Bonito Oliva en la Bienal de Venecia en 1993).

La estética moderna, desde el siglo XVIII, ha estado dominada por una obsesión clasicista: la obsesión de la pureza de los géneros artísticos y la desconfianza hacia los espacios ambiguos, encarnados, sobre todo, en el teatro. Los críticos doctrinarios, desde Lessing y su Laocoonte en adelante, vigilaban día y noche las fronteras entre las artes para evitar las mezclas, las contaminaciones, las hibridaciones. Esa preocupación casi paranoica culminaría en la abstracción formalista del siglo XX cuyo ideal, enunciado por el crítico Clement Greenberg, era que cada una de las artes se atrincherase en su dominio, expulsara de su territorio a cualquier elemento extraño y se concentrara en definir su identidad, su esencia peculiar. Aquel ensimismamiento, finalmente, sólo condujo a la esterilidad más desoladora, al vacío. Hoy día, no sólo la "pureza", sino la misma idea de medio artístico como un campo autónomo ha perdido todo su encanto. Nuestra época se vuelve hacia las experiencias de Fluxus, los encuentros en el Black Mountain College, las grandes exposiciones del Surrealismo, y más atrás aún, hasta la idea wagneriana del teatro total, e incluso hasta las fiestas del Barroco, con sus arquitecturas efímeras, sus fuegos artificiales y sus actuaciones de masas.

Hace ya cuarenta años, en su obra Verdad y método, Gadamer remataba su crítica de la conciencia estética moderna, post-kantiana, con la propuesta de un nuevo modelo para concebir la obra de arte: no como una imagen que aparece ante mi conciencia, sino como Spiel. En alemán, Spiel (como play en inglés) significa juego, pero también representación teatral, interpretación musical o ejecución de danza. El Spiel implica una temporalidad peculiar: es un acontecimiento, algo que sucede aquí y ahora, en presencia del espectador, pero a la vez encarna y actualiza un tiempo originario. El Spiel vuelve, como las estaciones, con un ritmo cíclico.
Los grandes espectáculos multimedia de ahora, con todo el despliegue mágico de luz, sonido y público masivo nos retrotraen, paradójicamente, al mundo pre-estético del festival, del ritual colectivo. No es extraño que en los eventos programados para esta Bienal aparezcan tantas alusiones al mundo medieval. Sus argumentos, desde el espectáculo inaugural de La Fura dels Baus, que es una alegoría de los siete pecados capitales, hasta la misma exposición de Bonito Oliva, tienen que ver con la tradición de la psicomaquia medieval, con la lucha de vicios y virtudes en el alma humana (un tema tan frecuente en los antiguos autos sacramentales). Hasta los mismos espacios en que tienen lugar los eventos evocan el pasado medieval de la ciudad. La Bienal, por cierto, se dispersa en muchos lugares de Valencia, lleva su espectáculo de vídeo en una suerte de carromatos por las calles para infiltrarse en el tejido urbano, para empaparlo e incitar a sus vecinos. Settembrini ha comparado la Bienal de Valencia con el gran incendio de Roma atribuido a Nerón, donde la ciudad se convierte a la vez en ejecutante y espectadora. El éxito o el fracaso de la experiencia de la Bienal dependerá sobre todo de la reacción de la propia ciudad ante este incendio que se le propone, del entusiasmo con que Valencia participe en estas Fallas tardías.