Primera palabra

De la anécdota a la categoría

13 junio, 2001 02:00

Lo más sorprendente de la biografía de Laín Entralgo no está en lo que hizo, sino en la coherencia entre lo que pensó y describió en sus libros y lo que practicó en su vida. Él hizo de su vida todo un ejercicio de respeto al ser humano, de fe, esperanza y amor al hombre

Dice Platón y repite Aristóteles que el asombro está en el origen de la filosofía. Asombro ante las cosas, asombro ante la realidad, asombro ante la vida. Todo es como un gran milagro. ¿Por qué hay cosas y no más bien nada? El milagro de ser. Eso es lo que la diosa de su poema parece estar queriendo decir a Parménides. El filósofo es como un gran niño asombrado, que atraído por la fascinación que le produce ese hecho quiere penetrar en su misterio, aun a sabiendas de su incapacidad. Los misterios atraen, y el misterio de la realidad produce en ciertas personas una atracción irresistible, casi un vértigo. Por eso dedican su vida a indagarlo. Podrá suceder que lo que creen oír sean meros cantos de sirena, pero de lo que no cabe dudar es de que los filósofos se toman la vida muy en serio. La filosofía es cualquier cosa menos trivialidad.

A este género perteneció Pedro Laín Entralgo. Persona de un amplísimo saber y enorme capacidad de trabajo, buscó siempre elevar la anécdota a categoría, siguiendo el consejo de su maestro Eugenio d’Ors, o mejor aún, buscar la categoría que yace en el interior de toda anécdota. Detrás del hecho más insignificante hay siempre algo muy serio. Esto último puede ser una idea, un sentimiento, una teoría científica, una oración. Pero lo más importante que hay tras cualquier hecho es uno o muchos seres humanos. ésa ha sido siempre para Laín la categoría fundamental y el objetivo de todos sus desvelos.

En el análisis del ser humano, Laín utilizó como hilo conductor, ya desde su juventud, la doctrina cristiana de las virtudes teologales: fe, esperanza y amor. Su tesis fue que ellas son el constitutivo fundamental de toda vida humana, y que por tanto tienen una dimensión natural o antropológica, previa a cualquier ulterior tratamiento teologal y fundamento suyo. Sin fe, sin esperanza y, sobre todo, sin amor en las cosas y en los seres humanos, la vida es simplemente imposible. En ese sentido, la fe, la esperanza y el amor pertenecen al grupo de conceptos que los filósofos llaman trascendentales. En 1957, publicó un gran libro titulado La espera y al esperanza: Historia y teoría del esperar humano. Después dedicó varios al tema de la relación interpersonal (Teoría y realidad del otro, 1961) y el amor, sobre todo al amor de amistad (Sobre la amistad, 1972). Este programa lo culminó con un último libro, titulado Creer, esperar, amar, publicado el año 1993. Los años finales de su vida los dedicó a estudiar el tema del cuerpo humano y a replantear la eterna cuestión del alma. Fruto de ese trabajo fueron sus libros: El cuerpo humano: Oriente y Grecia antigua (1987), El cuerpo humano: Teoría actual (1989), Cuerpo y alma (1991), Alma, cuerpo, persona (1995).

Laín Entralgo utilizó en todos sus libros un mismo método, el análisis, primero histórico y después sistemático, del tema. Su formación científica le convenció desde joven que la reflexión humana ha de partir necesariamente del análisis de los hechos, y que a la altura del siglo XX esos hechos no son sólo los que ofrece la experiencia común sino también, y quizá principalmente, la ciencia. De ahí su interés por la historia de la ciencia. En cualquier caso, Laín Entralgo no fue nunca un historicista, es decir, una persona que se quedara en el mero dato histórico. En 1942 publicó un libro programático, Medicina e Historia, en que dejaba claro cuál era su método de trabajo: partir de la historia para desde ella pasar a la reflexión sistemática.

Desde su Cátedra de Historia de la Medicina en la Universidad de Madrid, Laín Entralgo desarrolló una ingente actividad docente e investigadora, de enorme influjo en la medicina española e hispanoamericana. él fue quien inició el proceso de institucionalización de la Historia de la Medicina en los planes de estudio de las Facultades de Medicina de España. No tuvo tanta suerte en el desarrollo y la profesionalización de una verdadera escuela de investigadores y docentes en el campo de las Humanidades médicas. Es una deuda que la medicina española tiene para con él.

Pero lo más sorprendente de la biografía de Laín no está en lo que hizo, sino en la coherencia entre lo que pensó y describió en sus libros y lo que practicó en su vida. él hizo de su vida todo un ejercicio de respeto al ser humano, de fe, esperanza y amor al hombre, a todos y cada uno de los seres humanos que de una u otra forma entraron en contacto con él. Laín hizo de la amistad todo un arte; más aún, una ética y una ascética. No era fácil encontrarle enemigos. Los que tuvo lo fueron siempre a pesar suyo. Eran y son todos aquellos que se ensañan en la trivialización, rebajando siempre y sistemáticamente la categoría al nivel de la anécdota. Ese nivel, el de la vulgaridad y el chismorreo, es el que él nunca toleró. De ahí la importancia de no relegar al olvido la importantísima lección que ha querido transmitirnos en su obra y que sobre todo nos ha dado con su vida.