Clarín
Centenatio inédito
13 junio, 2001 02:00El miércoles, 13 de junio se cumplen cien años de la muerte de Leopoldo Alas, Clarín, autor de una de las novelas fundamentales de nuestra historia literaria, La Regenta, y creador de un perfil de crítico independiente que ha tenido escasos seguidores por lo incómodo y arriesgado de su actitud. Con tal motivo, EL CULTURAL reúne a siete expertos (Sergio Beser, José Luis García Martín, José María Martínez Cachero, Santos Sanz Villanueva, Ricardo Senabre, Gonzalo Sobejano y Adolfo Sotelo) para confirmar lo que sus lectores saben: que cien años después, Clarín sigue vivo, muy vivo, y con él los inolvidables personajes de sus novelas y cuentos. También su propio personaje: fiel retratista de la sociedad en la que vivió, fue Leopoldo Alas un incómodo crítico de los vicios y los bocios de la literatura de su tiempo y de la moral de cualquier época. EL CULTURAL celebra el centenario publicando un buen puñado de inéditos de Clarín. Son varios poemas, el comienzo de una obra de teatro que jamás llegó a estrenar, una carta en la que defiende su teatro y condena la mala crítica. El último de los iné-ditos (último en orden cronológico) es el más sorprendente. Si había alguna duda sobre la profunda religiosidad del Clarín de los años finales de su vida, esta hermosa declaración de principios titulada "Soñando..." lo aclara definitivamente.
Yo deseo para España la creación de un gran partido obrero, sin imposiciones socialistas ni individualistas, sin exclusivismos de clase ni de géneros de trabajo; un partido obrero en que quepamos todos los que, en efecto, somos trabajadores, jornaleros. Ese partido sería político y se propondría, ante todo, y como necesario camino para lo demás, la sinceridad del sufragio universal, las elecciones verdaderas; y después, el día en que se demostrara con votos que somos los más, haríamos que el Estado declarara como ley suprema la de atender a mejorar la vida de los más pobres, de los más abrumados por el trabajo y la miseria. No es posible que no fuera justa una ley cuya aspiración coincidiría con la sustancia más auténtica de la doctrina de Cristo. De este gran partido no quedarían excluidos los obreros de las artes liberales; pero sí todos los egoístas, todos los que no fueran capaces de mirar esta vocación de la defensa común según pide la austera santidad de tan caritativo propósito. En esa política obrera, la cosa pública no se podría considerar como objeto de una carrera, sino como una estrecha orden religiosa. ¡Ay de todos los partidos políticos que prescindan en su programa de la abnegación y el sacrificio! Todo hombre público que no esté preparado para ser mártir tiene algo de cómico.
Obreros que buscáis guía, jefe, capitanes; no os fijéis en la condición material de que sean trabajadores mecánicos; buscadlos virtuosos. No es lo principal que tengan callos en las manos, sino que no lleguen a criarlos en la conciencia. Entre San Francisco de Asís y cualquier Carlos Marx, yo estaría por San Francisco. Obras son amores. El Evangelio enseñó al mundo la ley redentora; pero quien lo redimió fue la Cruz.