Image: Una idea utilitaria de la cultura

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Primera palabra

Una idea utilitaria de la cultura

(Carta a Blanca Berasátegui)

12 septiembre, 2001 02:00

Querida Blanca:

Me pides un artículo para abrir el nuevo curso de EL CULTURAL. No sé si hacerte caso, porque me parece que se escriben demasiados artículos. Estamos todos empantanados en comentarios a comentarios de comentarios, y creo que lo importante en este instante de vértigo e incertidumbre, no es tanto hablar sobre cultura como hacer cultura. Te confieso que me siento inquieto y exaltado, como quien temiera perder el barco para un viaje fantástico. Nunca he vivido un momento histórico tan lleno de posibilidades y tan indeciso. Me parece que estamos en una encrucijada, sin saber qué camino tomar. Lo diré rotundamente: podemos mejorar el mundo o empeorarlo a lo bestia. Humanizarlo o deshumanizarlo. El pasado siglo nos dejó una herencia ambigua de gloria y disparate. Nos iluminan luces amortiguadas de crepúsculo y luces amortiguadas de amanecer, y conviene no confundirlas.

Como sabes, tengo una idea muy utilitaria de la cultura. No me parece un pasto para exquisitos, sino un salvavidas para todos. Los seres humanos actuamos movidos por dos grandes anhelos: el bienestar y el aumento de nuestras posibilidades vitales. A la vista está que son deseos contradictorios. El bienestar tiende a la seguridad y a la estabilidad; el aumento de posibilidades al riesgo y a la novedad. Vivimos, pues, divididos. Y la cultura nos proporciona modelos de bienestar y modelos de creación. Si es una gran cultura, esos modelos serán grandes. Si es una cultura empobrecida y zafia, como en gran parte es la actual, los modelos serán pobres y zafios.

Te decía que más importante que hablar de cultura es hacerla. Y esto afecta a una publicación como EL CULTURAL. Me explico. Todos los humanos ejercemos inevitablemente una función expresiva. Hablamos, y actuamos, amamos y odiamos, aceptamos o rechazamos, compramos y votamos. Somos seis mil millones de personas haciéndolo al unísono. Estos infinitos actos y proclamaciones mínimas se van entrelazando, corroborándose o anulándose, y forman una red, al mismo tiempo inmaterial y férrea, de creencias, costumbres, sistemas de deseos, objetos, valores, sentimientos comunes, formas de vida. Esto es la cultura: la inteligencia objetivada. A todos nos interesa vivir en una sociedad lo más culta posible, porque esa cultura, esa inteligencia, es la que nos proporciona posibilidades de buen vivir. Facilitan nuestra felicidad personal y nuestra felicidad política.

He dicho que todos vamos construyendo la misma cultura que luego asimilamos. Pero es evidente que la influencia de cada individuo en tal creación es muy diferente. Uno de los fenómenos más llamativos de los últimos tiempos es la industrialización de la cultura. El modelo perfecto de la nueva economía son las industrias que unifican comunicación, información y diversión, es decir, elementos superlativamente culturales. Lo que se está pidiendo a la industria ya no son objetos sino modos de llenar la vida. Y el individuo, convertido en consumidor de cultura, con el grado de pasividad que esto entraña, se encuentra sometido a un adoctrinamiento continuo, sin rechistar o sin saber cómo rechistar.

Un suplemento cultural, evidentemente, pertenece a la industria cultural, y con frecuencia no es más que eso. Pero podría ser otra cosa, en la línea del nuevo periodismo de participación ciudadana. Me encantaría que EL CULTURAL fuera un medio para aumentar las posibilidades de actuación del lector, o lo que es igual, para ampliar su libertad. Para ello, es preciso informarle bien de lo que sucede. Pero, además, tendría que recordar al lector su protagonismo en la creación de la cultura. Cada vez que se deja llevar de la desidia, de los prejuicios ambientales, del desánimo o del esnobismo está haciendo cultura pasivamente. Cada vez que es consciente de lo que hace, afina sus criterios, dice al memo que es memo, y no deja que le den gato por liebre, contribuye al éxito de lo que parece bello o justo, está haciendo cultura creadoramente. Está mejorando nuestra inteligencia social.

Es tiempo de decisiones comprometidas. Tenemos que hacer una cultura nueva que armonice globalización y diferencia, mestizaje e historia, poesía y tecnología. Necesitamos reinventar las relaciones de pareja, las estructuras familiares, el papel del ocio, las formas plásticas, tan agotadas. Es preciso defender el lenguaje, porque nuestra inteligencia es estructuralmente lingöística. Es preciso crear. Pero no hay creación sin memoria. Los griegos lo supieron muy bien, y por eso pensaron que las Musas, las protectoras de las artes, eran hijas de Mnemosyne, la Memoria. Hace falta saber mucho, inventar mucho, integrar lo disperso, elogiar la distinción, reconstruir los criterios. Y todo esto, como tantas veces he dicho en tu suplemento, dentro de un proyecto de inteligencia ultramoderna, que es, fundamentalmente, una inteligencia ética.

De todo esto me hubiera gustado escribir en el artículo que me has pedido, pero me siento incapaz de resumirlo en tan breve espacio. Por eso prefiero mandarte esta carta de explicación y excusa.

Recibe un cordial saludo de tu viejo amigo.