Image: Una síntesis de Luis Buñuel

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Primera palabra

Una síntesis de Luis Buñuel

19 septiembre, 2001 02:00

Cuando en una escena de Buñuel y la Mesa del rey Salomón, Buñuel afirma que todos llevamos un cine dentro del cerebro, no hace más que decir algo que todos sabemos. No hay más que cerrar los ojos para poder ver la película que uno desea. Principio y fin, avance y retroceso forman ese discurrir que es una película y que tanto se parece, a veces, a un retazo de la vida.

Como en la cinta de Moebius, en donde anverso y reverso se confunden, siempre quise hacer una película que pudiera empezar en cualquier parte, en cualquier momento de su desarrollo. Hace años hice Elisa, vida mía, que respondía a esos postulados: muñecas encapsuladas, recuerdos que reiteran su presencia, laberintos borgianos, imágenes que perduran en el tiempo y que terminan siendo un pálido reflejo del original. Y si no, ahí está el Manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki, un polaco que como Ana María de Zayas se internó en las oscuridades de la imaginación "a la española", quizá los dos influenciados por ese gran soñador que fue Cervantes, como mi pintor favorito, Francisco de Goya y Lucientes, y como ese poeta visionario que fue San Juan de la Cruz, que creyó que sus poemas no los escribió él, sino Dios.

A Goya, a San Juan de la Cruz, a mi querido Borges, al destemplado Lope de Aguirre, a mi amigo Luis Buñuel he dedicado mi tiempo y una parte de mi vida; ellos han sido mis compañeros de viaje, y mis películas, un homenaje agradecido. Ahora la sombra de Felipe II, al que dediqué en tiempos un espacio en mi vida, aparece con más y más fuerza...

Decía Borges, con su ironía a la inglesa, que todos los que citan a William Shakespeare son William Shakespeare. Me gustaría pensar que quizá de tanto hablar de Luis Buñuel una parte de él me pertenece y soy yo mismo.

Buñuel y la Mesa del rey Salomón se desarrolla en varios planos. La historia empieza cuando el productor de cine David Goldman encarga a Luis Buñuel, con setenta años, una película que debe tener como tema la Mesa de Salomón, Toledo y su amistad con Dalí y Lorca en los años veinte.

Buñuel, que vive en su apartamento de la Torre Madrid, va construyendo en su mente una posible película con esos elementos. La acción sucede en el año 2002, pero aquí los anacronismos no cuentan; mejor dicho, sí: nos desplazan en el tiempo y en el espacio; realidad y ficción se entremezclan en la búsqueda de esa hipotética Mesa de Salomón, que se dice está en Toledo.

¿Se puede concebir la vida sin una mesa, modesta o pretenciosa, en la que comer, escribir, dibujar o soñar? ¿No están en la superficie de madera, de mármol, de cristal, cubierta por un mantel o por un plástico, las huellas de nuestra vida? En las convulsiones de la superficie de nuestra Mesa de Salomón aparecen las maltratadas imágenes de un reportaje en blanco y negro sobre la guerra civil, una guerra que pertenece ya a la prehistoria, y que yo viví para no olvidar. Inevitablemente uno está en las cosas que hace aunque no quiera. Una pregunta: ¿y si la Mesa de Salomón no es más que el reflejo de uno mismo?

El joven Buñuel está acompañado por los que fueron sus mejores amigos en los años veinte: Salvador Dalí y García Lorca. Es un trío en donde cada cual tiene su papel: Dalí es la imaginación desbordante; Lorca, el poeta, literato sensible y popular; Buñuel es como una síntesis de sus amigos, a los que aporta vigor y reflexión. No concibo a Buñuel sin Dalí y Lorca. Es como si cada uno de ellos anidara en la personalidad de los otros dos, como si cada uno fuera un ser con tres cabezas que se integran en una sola. Pero no busquen los eruditos demasiados datos sobre nuestros personajes; hay desde luego divagaciones y especulaciones, pero nunca fue nuestro propósito contar unas vidas tan complejas como apasionantes, no: nuestros Buñuel, Dalí y Lorca son productos de la imaginación.

Es difícil entender a Buñuel sin tener en cuenta su naturaleza de español y aragonés; lo dicen los estudiosos. En todo caso está fuera de toda duda que su educación religiosa y el ambiente oscurantista que le tocó vivir le marcó para siempre. La obra de Luis es un análisis despiadado de la sociedad que le tocó vivir en donde la religión y el erotismo son sus grandes temas. Un erotismo soterrado, escondido en los pliegues de una religión que habla del pecado y de la muerte. El mismo Buñuel dijo en algún momento que los dos sentimientos básicos de su niñez fueron un profundo erotismo, al principio sublimado por una gran fe religiosa, y después por la conciencia de la muerte.

¡Me hubiera gustado tanto que Luis Buñuel viera nuestra película! Veo su sonrisa y escucho la voz de Paco Rabal imitándole: "¡Qué barbaridad, Carlos! ¿Cómo te has atrevido? Lo único que me molesta de la película es el crítico que me ataca. A mí nunca me han dicho esas barbaridades. Y desde luego nunca le hubiera agredido, le hubiera pegado un tiro, eso sí, y mentarle a la madre. Y tú deberías tener cuidado, Carlos, bueno, es un consejo de amigo. Por cierto, ese actor, el Gran Wyoming, ¿de qué hace en el film?"