Primera palabra

Esbozo de una colección española

21 noviembre, 2001 01:00

Si este reparto supone un revés para la dirección del Reina Sofía, no se puede decir que atente contra la integridad del patrimonio, si recordamos algo obvio: que también el IVAM, por ejemplo, es un museo nacional español, aunque no dependa del Gobierno central, sino de la Generalidad valenciana


Recuerdo la primera sensación al visitar, hace más de diez años, las salas del edificio de Telefónica en la Gran Vía en que se exponía entonces la colección de arte de la compañía.

Recorriendo los grandes espacios donde se había reunido un conjunto impresionante de pinturas de Tàpies y esculturas de Chillida, y las salas contiguas, más íntimas, reservadas para Juan Gris y Luis Fernández, pensé que aquellos cuatro nombres encarnaban perfectamente la idea de una colección "española". En 1985, Telefónica había recibido del gobierno el encargo de invertir en arte según los criterios que marcaba el Estado. Eso implicaba no sólo adquirir las piezas que faltaban en las colecciones públicas españolas, sino todo un proyecto para reparar simbólicamente la maltrecha identidad nacional. Ante todo, había que rescatar a los españoles trasterrados, a los que habían muerto lejos de España, como Juan Gris, Luis Fernández y Picasso. Los otros dos, Chillida y Tàpies, no sólo eran nuestros creadores vivos más destacados; eran un vasco y un catalán, y de este modo encarnaban una segunda reintegración simbólica; la de las exclusiones interiores.

En el texto del catálogo de la Colección de Telefónica, Valeriano Bozal enunciaba, no sin perplejidad, las preocupaciones centrales de aquel proyecto. ¿Qué podía significar el "gusto español" o la "tradición española" a finales del siglo XX? Bozal expresaba la necesidad de escapar a los tópicos nacionales que habían definido durante tanto tiempo "lo español" en arte: la austeridad, el dramatismo, la presencia material de las cosas y a la vez el sentido de la trascendencia. Pero esos tópicos aparecían como insoslayables, se imponían a la hora de mirar a Juan Gris, cuyas naturalezas muertas se han comparado tantas veces (desde Gaya Nuño en adelante) con las de Zurbarán. O al considerar la obra de Luis Fernández, con sus cráneos, candelabros, evocadores de las "vanitas" del Barroco. En Gris y en Fernández alentaba el viejo afán castellano de abrazar las cosas desnudas, puras. Un silencio ascético, monacal, como de un San Jerónimo recluido en su gabinete. Y el tiempo suspendido, como aniquilado.

Precisamente en un texto sobre Luis Fernández, publicado en 1951 en la revista "Orígenes", María Zambrano intentaba definir la esencia del arte español: "Es el silencio de la tierra, del paisaje de España, que proviene de que al mismo tiempo que se manifiesta, se oculta. Y ésa, justamente, se nos figura que sea la definición de lo plástico". En este sentido, aunque Tàpies y Chillida no pertenezcan a la tradición castellana, también ellos podrían englobarse en una tradición común. El silencio de Tàpies es esa kenosis, esa humillación y ese vaciamiento por el cual el artista escoge los materiales más humildes: el cartón, la paja, la madera rota para su "entrada en materia". Ese silencio está también en las moradas de Chillida, en su Casa de Hokusai o en su Elogio del vacío que abren un espacio y al tiempo se repliegan sobre sí mismas.

El destino de esta colección "española" comenzó a parecer amenazado hacia 1997, cuando se consumó la privatización de la compañía. El Reina Sofía recomendó rescatarla para el patrimonio público. El propio Gobierno declaró su interés en que las colecciones artísticas en manos de empresas públicas destinadas a ser privatizadas pasaran a ser propiedad del Estado. Pero al final no hubo segregación de las colecciones, ni se consiguió una donación o una dación global. Faute de mieux, se dio con la fórmula de un contrato para el depósito de la colección por cuatro años en el Reina Sofía. Ese contrato ha vencido ahora y, contra los deseos del Museo, no se renovará en los mismos términos. El Reina Sofía pierde así una exclusividad en el depósito a la que creía tener derecho en su calidad de "museo nacional". Ahora tendrá que compartir el depósito con dos museos autonómicos. Aunque los cuadros de Gris se queden, como parece previsible, en Madrid, la salida de algunos Chillidas y de algunos Tàpies afectaría seriamente a la colección permanente. Pero si este reparto supone un revés para la dirección del Reina Sofía, no se puede decir que atente contra la integridad del patrimonio, si recordamos algo obvio: que también el IVAM, por ejemplo, es un museo nacional español, aunque no dependa del Gobierno central, sino de la Generalidad valenciana.

La decisión de Telefónica supone un síntoma positivo en otro sentido: en la medida en que se reanuda una trayectoria que parecía desdibujada en los últimos años. En 1998 se quiso iniciar una nueva colección, "La figuración renovadora", centrada en los artistas figurativos de fuera y de dentro, de la escuela de París y de la escuela de Madrid. Era de nuevo un intento de suturar la desgarrada tradición española. Pero el ensayo no se hizo con el rigor necesario; se compraron las obras apresuradamente, con un resultado de calidad muy desigual. Y se dio pábulo a la idea de que se pretendía destronar a la vanguardia para vindicar una modernidad ecléctica y "moderada". Ahora que Telefónica parece reactivar su empeño coleccionista, deberían evitarse las aventuras de este género. La política de adquisiciones no puede estar sometida a ocurrencias coyunturales, sino seguir una línea establecida de antemano. Lo razonable sería reanudar la línea iniciada en 1985: concentrarse en algunas (muy pocas) prioridades fundamentales, limitadas a los grandes maestros del XX, a nuestros classical modern, y no dispersarse en curiosidades anecdóticas.