Image: ¿Quién debe dirigir los museos?

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Primera palabra

¿Quién debe dirigir los museos?

por Kosme de Barañano

12 diciembre, 2001 01:00

Kosme de Barañano, por Gusi Bejer

Los problemas de la gestión de los museos en España y del patrimonio histórico español no radican en este momento en la competencia de los políticos del signo que sean, nuestros representantes a través de las urnas, sino fundamentalmente en la capacidad de los historiadores del arte y en su voluntad, no tanto de influir como de asesorar y convencer a los políticos sobre la forma de llevar a cabo la gestión y la historiografía de nuestros museos y centros de arte.

En primer lugar, para contextualizar esta reflexión, no podemos olvidarnos de que durante los 40 años de dictadura franquista hemos estado alejados no sólo del arte contemporáneo, de su análisis y su gestión, sino también de una historiografía del arte crítica y de la actualización de nuestros museos. Más allá de la controvertida ampliación -fundamentalmente necesaria-, el Museo del Prado ha sido un nítido ejemplo de desidia y de falta de definición durante años. Su infraestructura, tanto como lugar de visita como de centro de reflexión histórica, apenas ha cambiado desde la guerra civil. Ha variado sin embargo el número de visitantes y, desde luego, las formas de organización, observación, exposición e investigación. Hoy, en pleno siglo XXI, el director del Prado tiene una escasa docena de conservadores mientras que Philippe de Montebello en el Metropolitan de Nueva York tiene más de cien. ¿Cuándo se ha de acometer el verdadero cambio de infraestructura científica de nuestra mejor pinacoteca? ¿Qué ocurre con el departamento de comunicación y con la didáctica? ¿No debería haber un departamento de publicaciones que fuera una fuente segura de ingresos?

No son sólo problemas del Prado, también lo son de otros museos nacionales. Problemas de definición de objetivos y de definición de infraestructuras. De aquí derivan también las dificultades del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía desde su comienzo: en la mezcla del concepto de Kunstverein (galería municipal), Kunsthalle (galería de exposiciones temporales sin colección permanente) y Kunstmuseum (museo como institución con colección permanente y exposiciones temporales de rango internacional). Son estas distinciones nominales, a las que hay que añadir la gestión, las que los historiadores del arte, los gestores y los políticos de Alemania o de Gran Bretaña han establecido desde el llamado Movimiento Moderno y que han permanecido así desde el final de la II Guerra Mundial.

Hace quince años no había en nuestro país historiadores del arte contemporáneo que, además de historiadores, tuvieran capacidad de gestión y, además, supieran idiomas (no me refiero al estudio o a la lectura sino fundamentalmente al uso para la gestión de préstamos e intercambios). Este vacío ha sido utilizado por algunas señoras sin estudios y, por tanto, sin capacidad de analizar y de argumentar, que de todas maneras han escrito varias páginas de la cultura plástica actual de España.

Algo parecido ha ocurrido con la historia del arte antiguo, a excepción de los campos de la Arqueología y del Románico. Los departamentos universitarios han estado cerrados al trabajo codo con codo con el museo, no sólo en el caso del Prado, también en el Museo de Bellas Artes de Bilbao y en otras pinacotecas del país. Las vidas profesionales entre profesores y museógrafos o conservadores han corrido paralelas y pocas veces se han aunado y menos aún fertilizado en el intercambio.

El Museo del Prado comenzó esta etapa de intercambio con la presencia de José Antonio Fernández Ordóñez en la presidencia pero los males de nuestro museo no están, desde mi más sincero punto de vista, ni en los políticos ni en la voluntad de personalidades fuertes y bien organizadas como Fernández Ordóñez o Eduardo Serra, ni en la voluntad política de los diversos ministros de Cultura, de Carmen Alborch a Pilar del Castillo.

Hay un cáncer dentro y fuera del Museo, en los que giran alrededor y confunden a los políticos. Está en nuestra propia profesión, en los historiadores de arte, que con su mentalidad gremial y pandillera ha utilizado habitualmente la Prensa no como lugar de ideas y argumentos, sino como lugar para catapultar los propios intereses y amistades. ¿Por qué se discute la atribución a Goya en los periódicos y no en el Boletín del Museo del Prado? ¿Por qué no es todo debate más abierto y transparente? ¿Por qué los mejores especialistas en el arte español, a excepción de Valeriano Bozal y el tema Goya, siguen siendo extranjeros? ¿Por qué los catálogos razonados de Picasso, Miró, Julio González e incluso Equipo Crónica, que publica esta semana el IVAM, son de profesores extranjeros y no españoles? ¿Cómo este país nuestro de tantas envidias ha producido tan grandes artistas de Picasso a Tàpies, de Torres García a Chillida, y no ha producido a la vez un gran conjunto paralelo, o incluso como en la historiografía francesa parasitario, de historiadores del arte? La pelota está, sin duda, en nuestro tejado.