Image: La reina del bel canto

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Primera palabra

La reina del bel canto

por Jesús López Cobos

19 diciembre, 2001 01:00

Jesús López Cobos, por Gusi Bejer

La primera vez que vi en persona a Montserrat Caballé fue en 1970 en el Teatro de la Fenice de Venecia. En aquellos días me encontraba preparando un Rigoletto con Piero Cappuccilli que iba a ser mi debú en el coliseo italiano. Recuerdo que me acerqué a uno de sus ensayos del Roberto Deveraux de Donizetti. Al escucharla sentí una emoción extraordinaria. Ante mis oídos se manifestaba el bel canto más puro. Algunos días más tarde nos presentarían. No puedo tampoco evitar recordar la impresión que me quedó grabada en una de las funciones viendo la reacción enloquecida del público. Creo que en muy pocas ocasiones he visto algo parecido. El teatro estaba materialmente a sus pies. La verdad es que tenía un magnetismo sin precedentes cuando se subía al escenario.

Cuando años más tarde, en 1975, volvimos a coincidir en los estudios de Philips de Londres fue para grabar Lucia de Lammermoor al lado de Josep Carreras y Samuel Ramey. De hecho, era la primera vez que trabajábamos juntos y la experiencia fue estupenda. En el sello discográfico sabían que la música original de Donizetti no estaba escrita para soprano coloratura, así que la editora Ricordi me pidió que hiciera la revisión de la partitura en un intento de restablecer la versión original. Hay que pensar que se trataba de una creación escrita para el mismo tipo de voz que el que demandan tanto Maria Stuardo como Anna Bolena. Dos papeles que por tesitura y estilo, Montserrat había hecho como nadie. Así que cuando se preparó la grabación, inmediatamente se pensó en ella para que asumiera el rol principal. Para ella fue hecha esta versión porque nadie que no tuviera su talento podría haberla afrontado con suficiente dignidad. De ello nos ha dejado un testimonio que el disco guarda para la posteridad.

Desde entonces, y hasta mediados de los años ochenta, hemos seguido colaborando habitualmente. Me quedan algunos momentos profesionales grabados en la memoria. El primero de ellos me viene a partir de las representaciones de Semiramide de Rossini en la edición del año 1980 del Festival Aix-en-Provence. El reparto era excepcional. Junto a Montserrat estaban nada menos que Marilyn Horne, Francisco Araiza y Samuel Ramey que hacía su debú europeo. Fue una noche inolvidable que ha pasado a los anales del Festival por la actuación sin precedentes de Montserrat. El impacto fue tal que la llevaríamos, con similar éxito a París y en versión concertante, a Berlín. Pocos meses más tarde hizo conmigo también una espectacular Maria Estuardo, de nuevo y en versión concertante, para el Festival de Múnich que tuvo una gran acogida.

No puedo por menos que hablar de otros hitos en mi relación profesional con ella. Uno se produjo durante los dos recitales que hicimos junto a la Filarmónica de Viena en la capital austríaca y, días más tarde, con la Nacional de España en Madrid. Nunca podré olvidar la interpretación de la canción del Sauce y el Ave Maria de Otello que hizo en aquella ocasión. También imborrable fue esa Tosca que hicimos juntos en Berlín. Lo recuerdo con especial cariño porque fue durante mis comienzos como Director General de la Deutsche Oper. Con esta perspectiva, creo que la importancia de Caballé en la historia de la lírica del siglo XX va ligada de alguna manera a su labor de recuperación del repertorio olvidado. De la misma manera que hizo María Callas unos años antes, Montserrat trabajó mucho e investigó para dar a conocer obras que estaban guardadas en los archivos. Con su fama y su prestigio las devolvió a los teatros y actualmente se mantienen en las tablas precisamente gracias a su esfuerzo.

Aunque hoy día la ópera parece caminar por otros derroteros, dando más importancia al aspecto escénico y al efecto visual, la ópera por encima de todo es voz y la de Montserrat ha sido excepcional. Por rello, estoy seguro de que su carrera a principios del XXI hubiera sido tan importante como la que hizo en su momento.

Como tengo una excelente impresión de su trabajo, no puedo menos que alegrarme de que vuelva a los escenarios en las próximas semanas. No conozco en profundidad la partitura de Enrique VIII de Camille Saint-Saëns, pero confío plenamente en el criterio personal de esta gran cantante y estoy se guro de que si la afronta será porque está convencida tanto de su capacidad vocal como del éxito de la partitura.

Por todo ello, después de estas experiencias a su lado, puedo decir que muy pocas intérpretes han conseguido representar lo que significa el bel canto, ya que muy pocas han sabido dominar aquellas exigencias que demandan las protagonistas de Donizetti, Rossini o Bellini. Tanto por su incomparable técnica, con su absoluto dominio del fiato, como por su capacidad de abordar esos pianissimi como quizá ninguna otra intérprete ha sabido hacerlo.