Primera palabra

El huevo de la serpiente

por Eugenio Trías

10 abril, 2002 02:00

Eugenio Trías

Frente al mandatario israelí no se encuentra un alma cándida, sino un taimado personaje que merece toda suerte de reflexiones críticas y censuras. Pero la desmesura de la respuesta corre el riesgo de convertir al personaje en lo que nunca ha sido: un héroe de la lucha por la libertad

He dudado en llamar a esta nota (de Unidad de Cuidados Intensivos) con el título de la película de Ingmar Bergman, o con el de la historia cruzada de personajes de Plutarco, Vidas Paralelas. Creo que estamos asistiendo, sin darnos cuenta quizás, a uno de los acontecimientos más importantes (y nefastos) de nuestras vidas; al romper, surgir y crecer hasta lo gigantesco de un auténtico huevo de serpiente.

Pocas veces puede descubrirse un caso semejante de mimesis; o de una identificación con el verdugo de ayer que permite la mutación genética y espiritual de toda una sociedad. Ambos llegan al poder desde la democracia. No se olvide este pequeño detalle. Aquí comienzan las Vidas Paralelas.

El representante, aquí en la tierra, de un pueblo que ha sido víctima de siglos se transmuta, de pronto, en un insaciable verdugo. Y como resultado de esto corre el riesgo de arruinarse en pocas semanas el crédito moral acumulado por un pueblo eternamente vejado y perseguido; y de un estado-nación al que tenía derecho (¿Pero por qué perversa razón en la madre de todos los litigios simbólicos, ya desde los primeros asientos del neolítico; por qué en "tierra santa"?).

Como si los peores y más ancestrales augurios que la fértil imaginación antijudía hubiese sido capaz de construir se concretaran en un aprendiz de monstruo. Como si demostrasen su sospechosa verdad teorías como las de Jung acerca de los "arquetipos colectivos". Nunca el antijudaísmo hubiese podido componer, desde su fértil y hastiante imaginación, una "creación" tan adecuada; tan ajustada a sus deseos y querencias.

El método del personaje no es nuevo; está calcado del de su modelo y maestro. Se trata siempre de amedrentar a una comunidad internacional dubitativa e indecisa que no sabe qué hacer con un enemigo peligroso (el "comunismo" en versión stalinista; el "terrorismo internacional" en versión Ben Laden). Aquí siguen las Vidas Paralelas. La fórmula consiste siempre en ahogar las prevenciones de esa comunidad de pusilánimes intensificando siempre, de manera sistemática, la línea misma que provoca dicha prevención. Algo así como la aplicación, llevada hasta el absurdo, de un dicho español, que sería redefinido así: ¿No queríais caldo? Pues diez, quince, veinticinco tazas.

¿Os asusta que invada Austria? Pues vais a ver: invado Checoeslovaquia, Polonia, Noruega.

¿Me pedís que no estrangule al enemigo? Pues le dejaré incomunicado y sin agua; y para mayor burla y escarnio le exigiré que ponga fin a la violencia terrorista.

¿Me pedís que deje de avanzar el ejército? Pues veréis cómo se intensifica el desfile de los tanques.

Tanto uno como otro, en estas Vidas Paralelas, justifican la Gran Hazaña (exterminio de judíos; vejación, tortura y muerte del pueblo palestino) como defensores de los Valores Occidentales. Un tercer título se me ha cruzado para este artículo de urgencia moral. Un título bastante menos glorioso que el de Plutarco o Ingmar Bergman. Título de un libro que fue bastante célebre en nuestros viejos tiempos del franquismo. Su autor, el director de un periódico barcelonés. El libro se llamaba Centinela de Occidente. Estaba dedicado a Franco.

También el personaje en cuestión dice realizar sus Hazañas como defensor y garante del Mundo Libre. ¿Hasta cuándo seguiremos sufriendo esos espontáneos defensores del Mundo Libre? Hitler, Franco, Pinochet; ahora nuestro general. No quiero dar su nombre; no quiero empañar el de un arcángel de tradición hebrea que a quienes vivimos en Occidente nos evoca la imagen beneficiosa y siempre pronta a seguir las indicaciones de Próspero en La tempestad de Shakespeare. Nuestro personaje no es una Criatura del Aire. Es un ejemplar característico de la imaginación del Terror.

¿Se le detendrá? ¿Existe un imperio que pueda detenerle? El nuestro no lo es. Estados Unidos es un estado-nación (de naturaleza multiétnica), con intereses propios y exclusivistas; posee mucha potestas pero muy poca auctoritas. Y Europa da verdadera lástima. Y para colmo un nutrido coro de agentes culturales o de los medios de comunicación, en Estados Unidos, pero también en Europa, está dispuesto a dar el tácito visto bueno a esta política de la Solución Final. Por lo que, al fin, tendremos que remedar ese comentario algo convencional del pelmazo de Sartre y gritar: Todos somos palestinos.

Soy plenamente consciente de que frente al mandatario israelí no se encuentra precisamente un alma cándida, sino un taimado personaje que merece toda suerte de reflexiones críticas y censuras. Pero la desmesura de la respuesta corre el riesgo de convertir al personaje en lo que nunca ha sido: un héroe de la lucha por la libertad. De nuevo, se descubre aquí la misma lógica: a los errores y cegueras políticas del dirigente palestino se responde de tal modo que el efecto final multiplica hasta el absurdo esta trágica comedia de las equivocaciones.