El engañoso encanto de la profecía
por Ricardo Senabre
26 junio, 2003 02:00Ricardo Senabre
En esta selección efectuada por El Cultural ha prevalecido la calidad y potencialidad narrativa del autor. Pero en literatura las mejores virtudes tienen que supeditarse a menudo a factores ajenos al valor artístico
Además, era inevitable que surgieran desigualdades, y no sólo nacidas de la edad, sino de la ejecutoria literaria de cada autor seleccionado. Algunos empezaron a publicar muy pronto, o lo han hecho con mayor frecuencia; otros tienen hasta el momento una obra más escasa, tal vez porque han tropezado con dificultades editoriales, o debido a circunstancias de índole diversa que no hay por qué calibrar. Lo que ha prevalecido en la selección efectuada por los críticos no ha sido la fertilidad del autor, sino su calidad y también su potencialidad narrativa. Pero nadie ignora que, en literatura, las mejores virtudes tienen que supeditarse a menudo a factores ajenos al valor artístico y ligados al entramado comercial y publicitario que rodea la producción editorial. Y el incremento vertiginoso de los criterios mercantiles en todas las manifestaciones artísticas no es precisamente -no puede serlo- indicio de buena salud cultural. Con todas las cautelas necesarias, los críticos de El Cultural han dejado aparte, a fin de no enturbiar su visión, datos como índices de ventas, traducciones a otros idiomas, adaptaciones cinematográficas o popularidad de los autores en medios no literarios.
A pesar de todo, los resultados no ocultan la dosis de incertidumbre que cualquier vaticinio despierta. Si es difícil adivinar el peso futuro de un escritor coetáneo, el horizonte se hace más nebuloso aún cuando el escritor se encuentra en su etapa inicial y tiene aún muchos años por delante para evolucionar, estancarse o recluirse en el silencio. No es preciso remontarse muy atrás para recordar casos de promesas truncadas, de autores acogidos con esperanzado entusiasmo al publicar sus primeras obras y sepultados pronto en la indiferencia o el olvido. Por otra parte, la importancia de un escritor reside en su capacidad innovadora, en los caminos que abre, en las pautas nuevas que ofrece y que sirven a otros de acicate y estímulo, y esto sólo puede advertirse cuando ha pasado algún tiempo. Los lectores del siglo XVII, e incluso los propios escritores, no fueron lo bastante perspicaces para advertir las gigantescas posibilidades narrativas abiertas por Cervantes en el Quijote. Hubo que esperar más de un siglo hasta que la obra cervantina mostró a las claras su riqueza fecundante, gracias a la obra de los grandes novelistas ingleses del XVIII -Fielding, Sterne, en menor medida Smollett-, a quienes cabe el honor de haber sido los primeros en aprovechar el rico filón que mucho más tarde enriqueció también a Galdós. Desde otra perspectiva, al repasar los manuales de historia de la literatura vigentes en España hacia 1915, asombra comprobar que, con raras excepciones, las novelas de Baroja -que ya había publicado entonces lo esencial de su obra- aparecen menos valoradas que las de Ricardo León, de igual modo que la obra de Juan Ramón y Machado se coloca por debajo de la producción de Villaespesa. Hoy conocemos bien la diferente magnitud de la herencia legada por unos y otros. La falta de perspectiva produce muchas veces una visión distorsionada que sólo el tiempo logra, en los mejores casos, corregir.
Los narradores seleccionados por El Cultural son únicamente diez. No significa esto que no existan más nombres prometedores, pero se acordó fijar un número máximo, equidistante entre la minoría exigua y la muchedumbre indiscriminada, que pudiera representar fielmente una realidad sin elevarse a las alturas de la utopía. Y así se ha hecho. Larga vida a estos diez autores. Y a la literatura de verdad.