Primera palabra

‘Emocionario’ del nuevo cómico

por José Luis Borau

10 julio, 2003 02:00

José Luis Borau

Los actores de hoy, jóvenes y no tan jóvenes, han leído, han viajado, saben algún que otro idioma, conocen buena parte de la filmografía de los grandes directores -"en versión original" casi siempre- y pueden mantener un diálogo de tú a tú con universitarios y escritores

Todavía hay buena parte de público español que, en su empecinado afán por despreciar al cine propio, le acusa, entre muchos otros pecados, reales o imaginarios, de repetir incansablemente los repartos. "Otra vez los mismos actores -dicen-. No saben salir de Fulanito, Menganita o Zutanito". Se diferencian en eso de otros públicos de la Unión Europea, algunos muy cercanos, por cierto, que adoran a sus figuras sempiternas y gustan seguir cualquier evolución o matiz apreciable en la carrera de cualquiera de ellas. Ahí tienen a Belmondo, a Cardinale, a Depardieu, a Sofía, a Ullmann, a Piccoli o a Schygulla, sólo por poner algunos ejemplos, tan frescos y pimpantes en el aprecio popular al cabo de lustros y décadas como cuando se asomaron a una pantalla por primera vez.

Nadie parece haberse cansado de sus rostros ni de sus figuras ni de su voz ni de las maneras con que se mueven, ríen o lloran ante las audiencias respectivas. Mientras ellos alienten o decidan seguir dando el callo, públicos e intérpretes sabrán mantenerse al pie del cañón, mutuamente enamorados y, como consecuencia, en pleno "candelabro" nacional. ¿A qué viene, pues, esa fatiga del españolito medio, ese hartazgo que le impide -según dice él- asomarse a una película porque en ella aparezca "otra vez" Victoria Abril, Carmen Maura, Coronado o Sacristán? ¿No les aplaudían con entusiasmo sólo hace unos cuantos años?

Todo ello, claro, suponiendo que hayan llegado a verlos realmente en alguna ocasión, es decir en el marco de una pantalla de verdad, habida cuanta del rechazo frontal, ciego, casi atávico, que quienes hablan así suelen dispensar a su Cine. Porque muy bien pudiera ocurrir que sólo se hubieran cansado de leer aquellos nombres en las carteleras, de contemplar sus rostros en las revistas gráficas o en determinados programas de televisión. Conociendo el espécimen ibérico, quizá cabría preguntarse también si tamaña impaciencia y despego no se deberá, en el fondo, a su tradicional incapacidad de entregarse, de admirar sin reservas, de aplaudir algo en definitiva; aspersor y víctima como es el tal ejemplar de ese vinagre venenoso que amarga -y oxida- nuestra vida cultural. El fenómeno, o el pretexto, sorprende todavía más cuando se da la circunstancia de que el cine español disfruta de una verdadera "armada" de intérpretes, más o menos jóvenes, más o menos nuevos, que levantan admiración fuera de sus fronteras. Sobre todo en los círculos de aficionados, de estudiosos, de catadores -festivales, universidades, filmotecas- donde resultan accesibles buena parte de nuestras películas, ya que seguimos sin hacer acto de presencia, una presencia importante, en los grandes circuitos internacionales de la exhibición.

El actor, y cuando digo actor quiero decir también actriz -no caigamos en esa aberración demagógica de tantos políticos que se dirigen "a los ciudadanos y a las ciudadanas", a "los españoles y a las españolas", sin respetar el idioma ni su gramática-, ese actor, repito, cada vez está mejor preparado en cualquier sentido del término. La vieja figura del cómico sin más bagaje cultural que un casticismo trasnochado y un "emocionario" de folletín decimonónico hace tiempo que, por fortuna, pasó a la historia.

Los actores de hoy, jóvenes y no tan jóvenes, han leído, han viajado, saben algún que otro idioma, conocen buena parte de la filmografía de los grandes directores -"en versión original" casi siempre-, y pueden mantener un diálogo de tú a tú con universitarios y escritores. Si hace medio siglo, hablar de una figura de la pantalla nacional con respeto y no digamos ya con admiración levantaba sospechas patrióticas o, al menos, cierta dosis de incredulidad, hoy se puede afirmar justo lo contrario. De las distintas facetas que componen la creación cinematográfica, quizá la que mayor avance y desarrollo haya registrado en los últimos años sea el juego interpretativo, que tiene poco de juego.

Con las excepciones que se quiera, hoy hablar de un actor nuestro implica reconocer, de entrada, un alto nivel profesional. Incluso algún descuido de dicción, debido a la errónea creencia de que pronunciar bien perjudica la naturalidad, parece haberse superado. Se admite ya que el realismo no es un bien supremo, sino aquello que, trabajado, puede proporcionar la sensación correspondiente. Nuestros públicos, y al decir de nuestros incluimos a los de allende los mares, más cadenciosos, menos apresurados que los de la Península, tienen derecho a entendernos también. En caso contrario, mal nos iría a todos. O eso o la afrenta de los subtítulos, ustedes elijan. El puñado de rostros y de nombres que sigue a continuación, todos jóvenes pero todos curtidos ya en la refriega, pueden considerarse muestra más que suficiente de cuanto con ellos avanza, hombro con hombro, para permitir no ya la renovación de los cuadros, que nadie con dos dedos de corazón exige, pero sí el enriquecimiento de este cine de nuestros pecados, que no son tantos, por cierto.