Primera palabra

Riqueza económica y penuria cultural

por Eugenio Trías

16 octubre, 2003 02:00

Eugenio Trías

En España se perdió una ocasión única. Y así estamos: riéndonos a mandíbula batiente ante nuestro doble siniestro, plasmado en la pantalla cinematográfica, o en la pequeña pantalla: ese "brazo tonto de la ley" que nos descubre en nuestra generalizada condición de nuevos ricos

Este país se halla quizás en el momento más depresivo de su historia reciente: en aquél en el cual todas sus carencias educativas y culturales se ponen de manifiesto de la manera más obscena; de modo que no se gesta y genera, por anemia mental y moral, o por simple incultura, ninguna suerte de reflexión alternativa a los destemplados gestos del poder actualmente vigente, avalado además por una cómoda mayoría absoluta.

Digo que es un momento depresivo por lo siguiente: durante décadas, incluso siglos, pudo pensarse que las raíces de esas carencias educativas y culturales procedían de la secular penuria de bienes materiales del país; o bien, desde fechas menos lejanas, y atendiendo a mi propia generación, a las peculiaridades siniestras del regimen franquista, enemigo de todo lo que a educación y cultura hiciese referencia.

Pero hoy esos dos argumentos ya no tienen vigencia; por lo mismo la incultura y la carencia educativa del país resplandece de manera diáfana; es más, lo hace con la incuria y la desfachatez propia de quienes, recientemente enriquecidos, revelan y descubren cada paso que dan su completa miseria espiritual; la que hace que tantos españoles -nuevos ricos económicos y eternos menesterosos culturales- se sientan a gusto, o se retuercen en sus asientos de placer -de hilaridad, de regocijo- ante ese "brazo tonto de la ley" que parece su reflejo especular, o el rostro nada deformado de la Gran Mayoría reflejada en la pantalla; la misma Gran Mayoría que descubre su "estadio del espejo" cada mediodía y cada noche, o durante el transcurso de la tarde, a través del televisor; un medio cada vez más embrutecido.

En los tiempos franquistas existía un periódico titulado El Caso. Canalizaba todos los bajos fondos de ese "brazo tonto de la ley". Hoy sus contenidos parecen haberse apoderado de nuestros telediarios; incluso de los de estricta observancia pública (que en este país es sinónimo de gubernamental).

¿La causa, la razón, la culpa de ese despertar en la barbarie sin coartadas (ni económicas ni políticas)? Hoy ya no puede achacarse a la pobreza secular o al franquismo esa suerte de clase media raquítica en sus cultivos mentales (o en sus inclinaciones hacia los placeres de la inteligencia).

Yo doy mucha responsabilidad al grandísimo error, por omisión, verdadero pecado contra el espíritu, que aquel socialismo triunfante, con mayoría absoluta, cometió al no hacerse de verdad (y no sólo de boquilla) heredero de las mejores tradiciones reformistas, de la Institución Libre de Enseñanza, del regeneracionsmo intelectual y moral que culminó en la segunda república.

Hubiera debido promoverse con el mismo celo, o mayor, con que se emprendió la reconversión industrial o la reforma militar, una reforma educativa similar a la que, a fines del pasado siglo, y canalizando para lo mejor la luctuosa derrota ante Alemania del Segundo Imperio, generó la tercera república francesa, gestando un modelo educativo y cultural que permite a Francia, todavía hoy, levantar la cabeza con orgullo, a pesar de todos sus infortunios militares y políticos del pasado siglo.

Otros países europeos se acometió esa reforma a veces en fechas muy lejanas, en la Austria del gran emperador ilustrado José Segundo, o en la Alemania liberal de Humbold, o en otros importantes citas históricas que sentaron las bases de una enseñanza de calidad en los principales países europeos, desde la primera enseñanza hasta el bachillerato, y de éste a la formación universitaria; y por lo mismo se gestaron las formas de cultura que en todos esos países, independientemente de sus avatares ideológicos y políticos, constituye quizás su más precioso patrimonio, aquél por el cual nos podemos sentir identificados con sus mejores logros (artísticos, musicales, literarios, filosóficos o científicos).

En España se perdió una ocasión única. Y así estamos: riéndonos a mandíbula batiente ante nuestro doble siniestro, plasmado en la pantalla cinematográfica, o en la pequeña pantalla: ese "brazo tonto de la ley" que nos descubre en nuestra generalizada condición de nuevos ricos económicos y sociales; y verdaderos miserables en todo lo que significa cultivo y culto de goces relativos a la inteligencia.

Se echa en falta el estímulo y la motivación que permitiría comprender que los más excelsos goces que nos pueden ser dados a los humanos son, como bien sabía el viejo Platón, el del Filebo, los goces de la inteligencia, los goces vinculados a la aventura del conocimiento. Sólo una educación esmerada, selectiva, permite esa comprensión. Sólo un acercamiento no amedrentado a lo más refinado y brillante de la cultura hace posible ese entendimiento. Pero eso es posible únicamente a partir de la implantación de hábitos mentales y culturales que sólo la educación, desde la primera enseñanza, puede garantizar.