Primera palabra

Ocho días de insomnio

por Christine Ruiz-Picasso

23 octubre, 2003 02:00

Christine Ruiz-Picasso

El nuevo Museo Picasso de Málaga se abre con la colección donada por Christine Ruiz-Picasso a la Junta de Andalucía. Christine no fue heredera directa del pintor: a su marido, Paul (hijo de Picasso y Olga Koklova), correspondía una parte muy importante de la herencia, pero murió en 1975 antes de que ésta fuera repartida; sus hijos Marina (de un anterior matrimonio) y Bernard (de su unión con Christine) debían recibir el porcentaje de su padre. Christine, como viuda, tendría el usufructo. Decidió cambiarlo por obras. En "ocho días de insomnio" tuvo que elegir una a una las casi 200 piezas de su colección. El Cultural ha hablado con ella para saber cómo vivió ese momento que ha determinado los contenidos del actual museo. De sus declaraciones, extraemos estas palabras.

Cuando Picasso murió, Paul y yo únicamente teníamos en casa, aparte de pequeñas cosas, dos cuadros suyos: el bellísimo Retrato de Paulo con gorro blanco, que le había hecho a su hijo en 1923 y que le confió como regalo (el primero que le hizo), y el retrato de su madre conocido como Olga Koklova con mantilla, de 1917. Eran sólo dos obras de evidente carácter familiar. A lo largo de su vida, Picasso no fue más generoso con Paul de lo que lo fue con cualquier otra persona. No regalaba sus cuadros como quien da un caramelo a la salida de misa.

Al fallecer mi marido, decidí que el usufructo que me correspondía por la herencia de mi hijo Bernard y mi hijastra Marina fuera canjeado por obras porque asumirlo era algo impracticable. Hay que tener en cuenta que cuando fui nombrada usufructuaria yo era bastante joven y las decisiones sobre las obras habrían estado en mis manos durante muchos años. ¿Cómo podía exigirles a Bernard y a Marina que estuvieran a mi disposición, a merced de mis decisiones? Me hubieran detestado enseguida. Pero encontramos una solución: encargar una valoración con el fin de convertir ese derecho de usufructo en obras y además con la enorme ventaja de poder elegir de entre la colección de mi hijo y mi hijastra. Fue sin duda la solución más feliz para seguir manteniendo la relación con ellos. Y una solución mucho más feliz para mí, que era y soy una gran amante de la obra de mi querido suegro. Fue así como me vi dueña de una colección.

¿Por qué tuve que hacer mi elección en sólo ocho días? Porque Bernard lo dispuso así. Mi hijo, que me conoce muy bien, sabía lo mucho que apreciaba y amaba la obra de Picasso y de no haberme impuesto un límite la situación se podría haber eternizado. ¡Podría haber estado diez meses eligiendo! En una situación como aquélla, de tan importante trascendencia, el haber tenido mucho tiempo podría haber supuesto una prolongación infinita, e incluso podría haber llegado a bloquearme. Creo que Bernard hizo muy bien en darme tan poco tiempo. Y tanto él como Marina demostraron una gran confianza en mí al darme la posibilidad de elegir las obras entre los lotes que les habían correspondido y, una vez hecha la elección, me mostraron un apoyo total. Sabían perfectamente que soy una mujer sutil, que esa renuncia por su parte permitía superar la situación que se había creado y que, como mis herederos, recuperarían tras mi muerte lo que entonces cedían. En este sentido, tengo que decir que Bernard no sólo ha aprobado mi donación de obras para el museo en Málaga, sino que, como es sabido, él mismo ha colaborado activamente en el proyecto con préstamos de su propia colección.

La elección fue tremendamente difícil. El porcentaje que yo debía recibir no era comparable ni mucho menos al de los herederos directos de Picasso, pero era un número de piezas considerable. No era posible ver todas las obras entre las que debía decidir, y tuve que hacerlo a partir de fotografías, aunque conocía previamente muchas de ellas. Sólo pensaba en encontrar las que para mí resultaran más hermosas, las que querría que vivieran conmigo. No se trataba tanto, como se podría pensar, de tener las que tuvieran alguna relación con mi marido, pues la mayor parte de éstas debían formar parte, como es lógico, de la colección de mi hijo. Pero sí es cierto que amaba algunas obras por encima de otras, especialmente los dibujos. Había muy buenos dibujos de mi marido de niño, especialmente bellos, y una clara ligazón que me unía a ellos. Y, por supuesto, en ningún momento pude imaginar que aquello que yo estaba escogiendo acabaría formando parte de un museo. No era el momento para pensar en esas cosas. Ni se me pasó por la cabeza. Sólo pensaba en disfrutar lo que llegaba a mí, el placer de mirarlas, e incluso acondicioné después una casa sólo para eso y para facilitar además que otras personas pudieran disfrutar de la felicidad que produce el poder observar los cuadros que yo tenía la enorme suerte de poseer.

Ahora he tenido que separarme de buena parte de ellas. He hecho una nueva elección. Claro que he guardado obras para mí, pero quiero que se respete mi postura: no voy a decir cuáles son esas obras, ni cuántas. Mi gesto al donar las obras a la Junta de Andalucía ha sido completamente desinteresado, pero no voy a pretender que soy "santa Cristina", también he pensado en mí, y sobre todo he pensado en Bernard: hay obras que quiero que él posea y disfrute cuando yo ya no esté aquí.