Primera palabra

La culpa ajena

por Miguel Marías

29 enero, 2004 01:00

Miguel Marías

Dudo que alguien medianamente realista, con un mínimo de exigencia, y que vea películas con cierta asiduidad y perspectiva histórica, haya llegado a la pintoresca conclusión de que, como algunos dicen creer, nos sobra talento

Al menos una vez al año, coincidiendo con la entrega de los Premios Goya, "la gran familia del cine español" se emborracha de unánime espíritu corporativista, del que hacen gala cuantos no quieren quedarse en el inhóspito margen y que suena siempre falso, porque se nota lo poco que se quieren los muchos que compiten por unos cuantos espectadores, insuficientes millones y puestos de trabajo discontinuo. Pero en días como estos les da por formar "una piña", emplear como elogio mutuo el gangsteril (y a menudo iluso) "es uno de los nuestros" y decirse entre palmadas en la espalda "Qué grandes somos" y cuánto se quieren y aprecian, para llorar abrazados ante la incomprensión y la perfidia de los demás. Espectáculo quejumbroso que nada beneficia a los que dicen ofrecer al público "entretenimiento". Diversión o emoción es algo a lo que ya pocos aspiran.

El tono plañidero se contagia, y no es raro, en tales efemérides, toparse con gente sensata súbitamente convencida de que talento tenemos... para repartir, de que cada temporada se revelan diez cineastas de raza y no hay dedos entre las cuatro extremidades para contar las películas españolas de valía. Nunca ha sido así -ojalá, qué más quisiera yo-, y el momento presente está lejos de semejante emulación del Hollywood de los años 30 hasta para los de allí; el año 2003 ha resultado, artísticamente, bastante penoso, de lo menos estimulante que recuerdo. Pretender que toda película española es buena y que si logra estrenarse merece la visita es una falacia racista que a nadie beneficia. El que pica puede quedar escarmentado de cine español para un par de temporadas. Oigo a la salida, con frecuencia, comentarios inequívocos: "Pues si esta es estupenda... ¿cómo serán las aceptables?". Si la crítica cae en un indiscriminado elogio patriotero -y peor si es regional- perderá el exiguo crédito que se le concede. Ni cabe seguir considerando prometedor al que ha conseguido que le produzcan, no se sabe cómo, diez películas, si las de ahora son peores que las primerizas, ni es lícito encumbrar una peliculita correcta, discreta o pasable, como cien de las que se hacen anualmente en el mundo, que nadie recordará dentro de tres meses. Y no vale excusar lo que es tosca grosería, falta de imaginación, burdo plagio y efectismo, que tampoco escasean entre la basura cotidiana que algunos tratan como joyas. La gente no es tonta, y si hace caso una vez, y le sale mal, quizá pruebe otra, pero no tres o cuatro, y menos 80. Insultar al espectador si va a lo que tiene a mano, le atrae y al menos no le ofende, y con tan escasa gracia, es contraproducente: quien identifique a los autores de ciertos spots autopublicitarios se abstendrá de ver sus largos, comprensiblemente. Aparte de que la mendicidad rara vez conduce al éxito...

Quizá sea que otros toman por talento y hasta genio lo que a mí, con mucha manga ancha, me parece un cierto grado de habilidad, destreza, astucia u oficio - aunque sólo sea para ganar dinero a cualquier precio-, o que toman en cuenta valores extra- cinematográficos que no contabilizo. Pero hay personas muy simpáticas cuyos libros ni se me ocurre leer y cuyas películas más vale que no vea, si quiero seguir conservándoles un cierto afecto o respeto. Dudo que alguien mínimamente exigente que vea películas españolas con asiduidad y perspectiva histórica pueda llegar a la pintoresca conclusión de que, como algunos dicen, y a lo mejor hasta padecen tal espejismo, nos sobra talento. El paso siguiente será concluir que ese es precisamente el problema del cine español. Con el triunfalismo que nos abruma desde que somos un país "serio", dudo que se demore ese salto mortal, que tal vez ayude a alguien a vender la burra, pero no resolverá los numerosos males endémicos del cine español, en parte comunes a nuestro entorno -fuera del cual muchos lo tienen peor, pero se quejan menos y hacen mejores películas-, y que casi todo el mundo agrava.

Lo que no los arregla es ocuparse solamente de dinero -¿quién habla de estilo, de lenguaje, ni siquiera de contenido más allá de dar un titular o poner una etiqueta genérica?- y erigirnos en genios con derecho a enriquecernos. Cada cual se cree inocente, irresponsable o incapaz de fallos o desidias, mera víctima propiciatoria de los demás, sean poderosos o les corroiga la envidia porque ya quisieran ser tan buenos: la culpa es siempre ajena. Según el subsector, el grupo, la promoción o el origen del que discursea, la relación de culpables varía para excluir a los suyos e incluir a los que momentos antes se presentaban como víctimas. En este país hasta Almodóvar se siente boicoteado y no plenamente adorado como profeta en su tierra, y un director con reseñas incomprensiblemente tolerantes coge el trabuco si uno discrepa, o culpa a la crítica del fracaso comercial de su película, cuando no hay tres medios (críticos ni uno) que pueden ejercer la mínima influencia. ¿Conocen algún "cineasta" - productor, guionista, actor, fotógrafo, exhibidor, distribuidor, publicitario, incluso funcionario- que admita algún error o descuido? Quiá, lo hizo todo perfecto, a pesar de los demás, que dan problemas, ponen obstáculos o se permiten reparos infundados. "Sostenella y no enmendalla" sigue siendo su lema. Ya lo dijo Sartre: "El infierno son los otros". Así se consigue que el cine español viva siempre en permanente crisis (consulten las hemerotecas), de la que no se ha reconocido libre ni en momentos que hoy parecen esplendorosos, al menos comparados con el desmoralizador presente y el triste porvenir que algunos vaticinan. ¿Qué tal intentar hacer buenas películas, a ver qué pasa?