Memoria a la enésima potencia
por Andrés Trapiello
26 febrero, 2004 01:00Andrés Trapiello
Un número creciente de lectores o amantes del arte no teme ya manifestar su opinión sobre determinadas novedades literarias o artísticas de moda, la última mierda comprada con dinero público para un museo, el último montaje deconstruido de una ópera de Mozart o la vitola de ciertos éxitos de prestige literarios
Sin embargo, por suceder las cosas antes de tiempo y por llegarnos con esa inclemente profusión, podríamos asegurar que el hombre moderno es ya, sobre todo, un hombre que está de vuelta. Antes de ir, ya ha llegado. No necesita hacer, para haber hecho. Le interesa más el comentario sobre la obra que la obra misma. Se proyectan museos, antes de que se sepa cómo llenarlos y aun antes de haber escrito una novela, sueña el escritor con que se la adapten al cine. Sólo ahora advertimos cabalmente lo que aquel bigote sobre la Monalisa ha destruido. En rigor, con tal lógica, al hombre moderno, como hicieron los surrealistas, sólo le hace falta ya reclamar para el terrorismo el mismo lugar en los museos de arte contemporáneo que tiene en ellos cualquier otra instalación. De momento, ya han empezado en ellos a diseccionarse cadáveres y conceptualmente no es muy diferente Dibujo de De Kooning borrado por Rauschenberg, "obra" de este último, que los budas dinamitados por los talibanes.
A menudo me pregunto, como tantos, qué está sucediendo. Tiene uno ya los bastantes años para haber visto algunas cosas y saber que muchas de las que se presentaron en su día como grandes e inamovibles corrientes estéticas, literarias o artísticas se han evaporado, de modo que ante las que ahora mismo se cocinan, con diferentes y novedosas salsas, adopta uno, sin querer, una actitud de recelo y desconfianza.
Tal recelo y desconfianza son compartidos hoy, me parece, por mucha gente, que no teme ser tachada por ello, como acaso ocurría hace unos años, de "anticuada" o "tradicional". Al contrario, se diría que un número creciente de lectores o amantes del arte no teme ya manifestar en público su opinión sobre determinadas novedades literarias o artísticas de moda, la última mierda comprada con dinero público para un museo, el último montaje deconstruido de una ópera de Mozart o la vitola de ciertos éxitos de prestige literarios. Hace unos años, como digo, a estos disidentes solían llevarlos a un guetho social y moral, tras haber cosido en sus opiniones la estrella amarilla de lo reaccionario. Reaccionario era la palabra temible, por lo mismo que la palabra moderno era al mismo tiempo salvoconducto y patente de corso para toda clase de excesos delictivos. Y produce casi ternura comprobar que donde más se sigue hablando de lo último sea en los lugares tradicionalmente más burgueses y conservadores, como las academias, a donde finalmente han ido a parar todos los modernos campoamores y núñez de arces.
Por razones que no están claras, o no lo están para mí al menos, hemos llegado a una especie de tregua en la que no hay una sola corriente estética dominante, y los mismos que nacieron de iconoclastias sistemáticas piden desesperadamente que se les respete, en cierto modo suplican que no se destruya nada, con la ilusión de sobrevivir en ese indulto general. Y así se hace. Las cosas no sólo suceden antes de tiempo, sino que aumentan de masa, como esos bulímicos y acelerados agujeros negros que acaban con todo. Y no hay época ecléctica que no sea bien penosa y decadente.
Y sin embargo alguien, un día, una juventud revolucionaria o regeneracionista o romántica o ilustrada o renacentista, más decidida y valerosa que nosotros, acabará con tantos ídolos, tanta vieja chatarra actual, tal y como soñaba Nietzsche, despejándonos el horizonte. Como el Fabrizio del Dongo en la batalla de Waterloo, va uno de un lado para otro preguntándose cómo es este tiempo, sin comprender acaso que el nuestro es eso, confusión, desconcierto y gentes a las que sólo la dirección de su huida convierte en héroes o desertores... Una época, mon semblable, hipócrita lector, en la que hasta hablar de eternidad, que es memoria a la enésima potencia, nos avergonzaba.