Primera palabra

Museos y amigos políticos

por Guillermo Solana

13 mayo, 2004 02:00

Guillermo Solana

¿Qué prestigio aporta convertirse mañana en director del IVAM, del Reina Sofía o incluso del Museo del Prado? Es de temer que, en un futuro próximo, nadie profesionalmente respetable acepte esos cargos

En España, los cargos más estables son los que no aparecen en el Boletín Oficial del Estado. El Presidente de la Conferencia Episcopal o el Secretario general de Comisiones Obreras, por ejemplo, saben al menos que su puesto no depende de una decisión ministerial. Aunque la Iglesia católica y los sindicatos viven básicamente de la Hacienda pública, parece admitido que deben gozar de cierta independencia con respecto al gobierno. Hasta dentro del Estado existen oasis de autonomía; las instituciones académicas dependen del gobierno (central o regional), pero nadie aceptaría que el Rector magnífico de la Universidad Complutense fuera nombrado a dedo desde arriba, como sucedía en la época de Franco. Me da la impresión de que tampoco los directores de los Centros Nacionales de investigación científica son designados o destituidos por afinidades políticas. Se supone que hay cosas demasiado serias para dejarlas al capricho de un ministro.

Pero los museos, ay, no se cuentan entre ellas. Por ejemplo: hace un par de semanas, los periódicos publicaban que la nueva ministra de Cultura anunciaba "cambios inminentes en el Reina Sofía". Todo el mundo entiende lo que eso significa: que el director del museo será destituido en cuanto le encuentren sucesor. Y todo el mundo sabe por qué: porque Juan Manuel Bonet no se cuenta entre los "amigos políticos" de la ministra. La línea de exposiciones del Reina Sofía ha sido muy discutida, pero nadie es tan idiota para creer que el "inminente" cese de Bonet se deba a sus exposiciones. Un caso más reciente: la pequeña guerra civil en Valencia entre el nuevo presidente y el antiguo por el control del partido se ha cobrado una víctima inesperada: el director del IVAM. Como en el caso de Bonet, se puede objetar la orientación que Kosme de Barañano ha impuesto al museo. Pero su cese no tiene nada que ver con eso. Para más inri, la designación de Consuelo Císcar como nueva directora del IVAM supone un mal precedente, porque interrumpe la tradición de los últimos años en que el IVAM (con Bonet primero y Barañano después) había estado dirigido por profesionales del mundo del arte.

Los hechos son sintomáticos. Significan que nuestros museos forman parte de un spoils system, un sistema de reparto de cargos públicos entre los fieles al partido en el poder. El efecto inmediato de cualquier spoils system es el descrédito de la actividad profesional a la que afecta. La tradición de entregar las embajadas de los Estados Unidos a quienes han financiado la campaña electoral del presidente ha sumido a veces al conjunto de la representación diplomática norteamericana en el más espantoso ridículo. Los museos españoles van por el mismo camino. ¿Qué prestigio aporta convertirse mañana en director del IVAM, del Reina Sofía o incluso del museo del Prado? Es de temer que, en un futuro próximo, nadie profesionalmente respetable acepte esos cargos. Y podría pasarnos como a aquel personaje de Gogol, el honorable Platón Kovaliov, que perdió la nariz, y al salir una mañana de su casa se la encontró en la calle, vestida (la nariz) con el imponente uniforme de consejero de Estado.

Si los museos son asignados con tanto desparpajo a los "leales" es porque, en la mentalidad de los políticos, forman parte del aparato de propaganda, del tinglado publicitario de la acción de gobierno. Hay que admitir que algunos directores de museos se han prestado gustosos a este papel de sicofantes. Los que han organizado exposiciones o han adquirido ciertas obras de arte con el propósito apenas velado de adular al presidente o ministro de turno, se han comportado como siervos y no puede extrañarse de que se les trate como a tales. Lo peor es que ese servilismo de algunos directores de museos delata una abyección más extendida en el mundo del arte y de la cultura. Donde tantos cineastas, artistas, escritores, editores, galeristas, críticos y comisarios de exposiciones parecen dispuestos a todo por una subvención. Como ha dicho la ministra, "en el mercado, la cultura tiene frío" y todo el mundo anda a la caza de una estufa o de una manta.

Mientras los profesionales del mundo del arte no se respeten a sí mismos y abandonen las esperanzas cortesanas, no pueden esperar legítimamente que se les respete. En cuanto al gobierno, considerando las declaraciones de Zapatero sobre Televisión Española, prometiendo excluirla del reparto de prebendas y del aparato de propaganda partidista, ¿por qué no pedirle que aplique la misma fórmula a los Museos nacionales? ¿Por qué no un "comité de sabios" para estudiar y promover la autonomía de nuestros museos? El caso del Thyssen, el único museo dependiente del gobierno que ha gozado de estabilidad a través de los cambios políticos, sugiere por dónde deberían ir los tiros: su secreto es un patronato donde el gobierno no dispone de mayoría automática. Si esa lección se aplicara, por ejemplo, al Museo del Prado o al Reina Sofía, si los patronatos dejaran de ser un asilo para empresarios adictos y políticos desplazados y se convirtieran en una representación profesional competente del mundo del arte y del conjunto de la sociedad, las cosas podrían empezar a cambiar.