Primera palabra

Una música vivida, por Celsa Alonso

50 años de Rock

1 julio, 2004 02:00

Celsa Alonso

El rock ha demostrado su capacidad para articular identidades generacionales, políticas, clasistas, étnicas y de género. Hoy el rock sigue vivo pero no es tan monolítico como hace cincuenta años. Es otra historia

Si hace cincuenta años entra en escena Elvis (y con él lo que Richard Middleton califica como una novedosa fusión de lirismo romántico y "boogieficación"), musicalmente el rock and roll no era tan nuevo: situar el "nacimiento del rock" a mediados de los 50 es una simplificación que ha servido para delimitar el inicio de nuevas formas de comunicación y prácticas culturales (en el sentido antropológico y cotidiano que R. Williams dio al término "cultura") al socaire de la incorporación de la juventud a las florecientes industrias culturales. Desde entonces, el rock (música grabada pero también vivida) ha demostrado su capacidad para articular identidades generacionales, políticas, clasistas, étnicas y de género.

En los años sesenta se levantó un suculento negocio mientras diversos agentes sociales construían la ideología del rock, institucionalizada en torno a un discurso "contracultural" y comunitario de autenticidad y rebelión juvenil y sexual. Desde entonces, el rock reventó la falsa dicotomía entre creatividad y negocio (brillantemente analizada por Simon Frith) y configuró potentes mitos en torno a una "historia de apropiaciones" (de la música "negra" por los blancos). Como ocurre en todas las músicas, las reglas del rock han sido construidas y su significado mediatizado y quizá la apropiación más evidente fue de índole ideológico: el rock no sólo absorbió algunas técnicas sino el ethos del blues. No obstante, la perspectiva histórica nos muestra que las relaciones entre rock y contracultura fueron complejas e incluso contradictorias.

Con el precedente de la sicodelia a finales de los sesenta, en los setenta se avanza en la voluntad de experimentación y trascendentalización que junto al virtuosismo, la improvisación y los nuevos diálogos con la música electrónica y la académica, abren la vía del tan vilipendiado "rock progresivo", últimamente en vías de rehabilitación gracias a los trabajos de musicólogos como John Covach o Allan Moore. La experimentación estilística del "rock progresivo" no era nueva, pero sí la actitud de seriedad habitualmente relacionada con la música académica más que con la ideología rockera. La evocación de la música "clásica" era fundamental: del barroco se tomó el contrapunto y la densidad de las texturas, de la música romántica el virtuosismo y del modernismo la sincopación y las complejidades métricas, que junto a la construcción episódica en temas extensos y el uso de instrumentos sinfónicos cohabitaron con las estructuras armónicas del rock. Este fenómeno confirmó la fragmentación del rock en los setenta, junto a una espectacular expansión y segmentación de la audiencia, mientras se consolidaba como la principal industria cultural.

Desde entonces el rock ha estado en el centro del debate académico, ha sostenido los estudios sobre las audiencias activas, la teoría y sociología de la cultura, y demostrado que la transgresión, resistencia y compromiso político no están reñidos con el placer y la evasión. Musicalmente abierto, tras el estallido del punk, el rock estableció nuevos y múltiples diálogos con otras músicas e interesantes alianzas e hibridaciones, positivas desde el punto de vista de su eficacia política, económica y social.

Esto tampoco era nuevo, aunque muchos fueron los que pensaron que el rock había muerto, cuando lo cierto es que el rock había mutado. Como ha señalado el siempre sugerente K. Negus, lo que había terminado era una experiencia concreta del rock, una música que ha sobrevivido a varias generaciones, traspasado sus fronteras angloamericanas y convertido en un "móvil geográfico". En los años ochenta, el posmodernismo y la teoría de la deconstrucción de los discursos artísticos contribuyeron a dignificar las denominadas "culturas del rock". En un mundo en que se multiplican las interpretaciones legítimas de los textos culturales, se aplaude la dialogía y se entronizan las prácticas musicales como prácticas discursivas y simbólicas, las músicas del rock fueron revalorizadas desde la teoría de la cultura.

Entonces el rock no es sino una etiqueta que engloba a múltiples actividades, diálogos y estrategias musicales que en los años noventa son entendidas como elementos de movilización política potencial bajo el paradigma del llamado "populismo cultural" encabezado por John Fiske. Hoy el rock sigue vivo, aunque no es tan monolítico como hace cincuenta años. Es otra historia. Aunque ya no puede definirse en términos exclusivamente musicales, algunos musicólogos se están esforzando por concretar su consistencia estilística, la singularidad de su "texto primario" (en expresión de A. Moore), reglas y prácticas que lo estructuran en cuestiones de instrumentación, calidad de las voces, etc. El reciente interés por el espacio y el lugar, la dinámica política de la música, la resistencia semiótica, el juicio estético de textos y prácticas de la cultura popular, la globalización y el significado de las nuevas tecnologías de la comunicación hacen que la teoría de la cultura no sólo no pueda ignorar al rock: de hecho, lo está sacralizando y canonizando, otorgándole un merecido espacio en el debate científico de las ciencias sociales.

Celsa Alonso es profesora de Historia de la Música de la Universidad de Oviedo