Image: La supresión del Ministerio de Cultura

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Primera palabra

La supresión del Ministerio de Cultura

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

25 enero, 2007 01:00

Luis María Anson

No existe una cultura propiamente española. Encrucijada histórica de civilizaciones, España ha sido el crisol en el que se ha fundido la cultura celtíbera, la cultura griega, la cultura romana, la cultura fenicia, la cultura cartaginesa, la cultura hebrea, la cultura árabe, fundiéndose luego todas ellas con las culturas precolombinas, desde la maya a la araucana, para constituir esa espléndida realidad actual que es la cultura iberoamericana, una de las tres grandes del mundo hoy.

Un alto dirigente socialista me llama para hablarme del eco que tuvo mi artículo de la semana pasada y de que el Gobierno planea, si supera las próximas elecciones, suprimir el Ministerio de Cultura y, en su política de desvertebración de España, transferir a las autonomías todas sus competencias. Deleznable error. Ciertamente hay que estimular las manifestaciones culturales regionales, también las municipales y locales. Conviene alentar lo que en literatura, artes plásticas, música o ciencia, se produce en cada lugar por pequeño que sea. La inteligencia cultural exige también estimular las lenguas españolas que, junto al castellano, constituyen el gran tesoro nacional: el catalán, el vascuence, el gallego. Nepotismos y amiguismos aparte, en algunas comunidades autónomas se está haciendo una admirable labor cultural. Y así hay que reconocerlo si no se quiere perder el sentido de la objetividad. En Valencia, en Bilbao, en Valladolid, por poner tres ejemplos, se han exhibido en los últimos años muestras de la más alta calidad artística.

Ni un regate, pues, a autonomías y municipios. Pero la cultura iberoamericana, encabezada por España, requiere un ministerio que la potencie en todo el mundo. La sola forma de superar la política de campanario local en la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, la literatura, la danza, el teatro, el cine, la ciencia, se deriva de una política nacional bien entendida que engrandezca la presencia de nuestra cultura en el mundo. España, junto a Iberoamérica, es, antes que nada, una gran potencia cultural, robustecida sobre el segundo idioma del mundo. La lengua española constituye el máximo tesoro de la cultura iberoamericana. Resulta impensable que se defienda en el mundo desde las comunidades autónomas, algunas de las cuales están sumergidas en una política aldeana y miserable de combatirla. Pero no sólo es el idioma. El teatro, el cine, las artes plásticas, la música, la ciencia, precisan de una gestión política nacional, por encima de los intereses autonómicos o municipales.

Ciertamente, las tres décadas de democracia española han sido una catastrofe desde el punto de vista de la política cultural. Ministros y ministras de los distintos gobiernos se han dedicado con entusiasmo a subvencionar a parientes y amiguetes. En lugar de reconocer el mérito allí donde se produce, lo han politizado todo. He denunciado en muchas ocasiones el error de fondo del entendimiento cultural de los partidos políticos. La cultura es una cuestión de Estado, al margen de intereses partidistas. Las naves de Minerva, como decía Quevedo, encallan irremediablemente si no están bien timoneadas.

Pero el error, salvo algunas excepciones, de lo que se ha hecho hasta ahora no empece que sería peor prescindir del Ministerio de Cultura. No, no se trata de liquidarlo. Se trata de mejorarlo. Una campaña tan eficaz como ha sido la del IV centenario de la publicación del Quijote no podría haberse hecho desde la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha. Las grandes coordenadas culturales pasan por la política nacional. No se trata sólo de arar en las provincias. Hay que sembrar. Es un disparate liquidar el Ministerio de Cultura. Y conviene decirlo así, alto y claro, antes de que cristalice el error. Antes de que el rapto de la cultura por las comunidades autónomas enanice lamentablemente las expresiones artísticas y científicas. A escala individual, la cultura es el saber del que uno no tiene que acordarse. Es el poso que deja el estudio. A escala colectiva, la cultura debe encenderse como un faro de luz inolvidada y permanente.

Zigzag

La Fundación Feima está desarrollando una admirable actividad cultural y ha traído a Madrid a pintores gallegos sobresalientes, algunos de ellos consagrados como Antonio Murado. También a los jóvenes que avanzan en equilibrio sobre la cuerda tensa de las vanguardias. Me ha impactado la pintura de Olmo Blanco, la última abstracción salpicada a resplandores negros por alguna tentación figurativa. Blancos y grises adunados en líneas y pinceladas, a veces brochazos, nos comunican de forma ávida el sentimiento del paisaje, unas veces rural, otras urbano. Olmo Blanco hace lo que sabe pero también sabe lo que hace. Si, en idea de Cirlot, la pintura se consolida sobre una arquitectura estructural, Olmo Blanco ha cristalizado su creación pictórica como una cosa mental. Es el temblor del hallazgo conceptual. Por eso sus cuadros descargan una sutil emoción estética y colocan a su autor en primera línea privilegiada de la joven pintura española.