Image: La cultura de la ciencia

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Primera palabra

La cultura de la ciencia

5 abril, 2007 02:00

Me llena de satisfacción personal haber incorporado la ciencia a la revista El Cultural en aquella época ilusionada en que se distribuía con "ABC". Tras largas conversaciones con Ángel Martín Municio llegué a la conclusión de que, en las postrimerías del siglo XX, la Ciencia formaba parte, cada día con mayor intensidad, del tejido interno de la Cultura. Es la cuarta pata de la mesa cultural junto a la literatura, las artes plásticas y la música. Fuimos primeros al abrir las páginas de un semanario cultural a la realidad científica. Después algunas revistas y suplementos culturales se han sumado a la experiencia, sobre todo en el norte de Europa.

Cada vez leo más libros de ciencia. No de ciencia-ficción que me aburren, sino de ciencia rigurosa que me apasionan, a pesar de que me adentro en ellos con los balbuceos propios de la ignorancia. He dedicado el fin de semana a la lectura de dos obras de Daniel Dennett, el sabio norteamericano que acarició el Pulitzer y que, desde su ateísmo, se esfuerza por entender a los que creen en Dios. La idea peligrosa de Darwin es un homenaje al autor de la teoría del evolucionismo. Dennett, a medias desde la ciencia, a medias desde la filosofía, desde la ontología, desembaraza a las religiones de la sobrenaturalidad para explicar la creencia espiritual como resultado de la evolución biológica y también cultural del hombre. Es un evolucionismo distinto y profundo que supera a Darwin y abre caminos nuevos para la ciencia y la filosofía. Incluso la moralidad deriva para Dennett de la evolución de las especies. En Rompiendo el conjuro, el autor se hace más agrio, más filósofo y menos científico y se irrita contra los creyentes que, sin embargo, en lo más puro de la ciencia, tienen un ejemplo deslumbrante: Einstein, el científico clave del siglo XX, el sabio que afirmó que, tras cada puerta abierta por la ciencia, estaba Dios. La razón y la fe siguen librando su batalla secular cuando podrían armonizarse si respetaran las fronteras que les son propias.

Leo, en fin, a Dennett sumergido en el océano de noticias científicas que desbordan mi mesa de trabajo. El periodismo coloca un espejo delante de la sociedad y atiende el derecho de los ciudadanos a recibir la información que desean. Cada vez interesa más la ciencia y sus hallazgos. Los científicos están elaborando ahora, gracias al telescopio Hubble, los primeros mapas de la materia oscura del universo. Es una hazaña que despejará mil incógnitas. Sólo conocemos el 4% de la materia del universo. Del 96% restante desconocemos casi todo. Estamos en la ignorancia abisal. Pero la materia oscura (tal vez un 20%) y la energía oscura (quizá un 70%) ahí están, y tenemos constancia de su atracción gravitatoria. El cosmólogo Eric Linder considera que la materia y la energía oscuras son la columna vertebral del universo. Todo lo demás, adherencias musculares. ¿Se sumergirá algún día el hombre en un agujero negro para saber de dónde venimos, para conocer tal vez adónde vamos?

La teleportación entre la luz y la materia está ya aquí y en trance de investigación profunda. Cuando se entrelazan, pintan un cuadro abstracto. ¡Qué maravilla! Penrose, Grossman (el auxiliar de Einstein), Faraday, Dirac, Schrüdinger, Maxwell empiezan a ser nombres habituales en mis últimas lecturas. En El camino a la realidad, Penrose discrepa de Hawking porque las ciencias son tan inexactas como la filosofía. He contado en alguna ocasión las conversaciones que mantuve en Oviedo con el asombroso científico británico. él no cree que haya un solo Universo infinito.

Ah, y los ordenadores cuánticos que llegan para que el hombre medio, en muy poco tiempo, los maneje sin saber que tras ellos alienta la cultura más profunda: la de la ciencia, la de los sabios atónitos ante un universo inexplicable que tratan de someter al cerebro humano.

Zigzag

América en la encrucijada es un libro de obligada lectura. Su autor se ha convertido en un escritor de referencia en todo el mundo. Vive en Estados Unidos, da clase en la Universidad Johns Hopkins y su obra El fin de la historia y el último hombre nos ha hecho meditar a todos, incluso desde la discrepancia como es mi caso. Ahora Francis Fukuyama analiza los aciertos y los errores del neoconservadurismo norteamericano para situarse en idéntica posición a la que tuvo Juan Pablo II con relación a la guerra de Iraq. Condicionado por el Israel de Sharon -“o atacas tú o ataco yo”- Bush no se dio cuenta de los límites del poder estadounidense. Su superioridad militar está condicionada por un mundo, en gran parte libre, que moviliza a la opinión pública y exige que se respete el derecho internacional. Fukuyama cree que es necesario reinventar las instituciones básicas del orden mundial. Después los líderes políticos norteamericanos tendrán que establecer una política exterior diferente, a la que, desde la caída del muro de Berlín, han aplicado a Europa, a Asia, a áfrica, a Iberoamérica.