Image: Caballos soñados por mujeres

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Primera palabra

Caballos soñados por mujeres

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

31 mayo, 2007 02:00

Luis María Anson, de la Real Academia Española

¿Hay una sola forma de violencia? -se pregunta Lucera-. Hay un nuevo tipo de violencia en el aire. ¿Lo sientes, Iván? Obviamente yo no soy del tipo de personas que haría esto y sin embargo lo he hecho.

Y lo que ha hecho Lucera es disparar su pistola y matar a sus dos cuñados y a sus concuñadas, para decirle luego a Iván, su pareja, que está embarazada, mientras le apunta al rostro y se hace el oscuro, quebrado por el aplauso de un público sobrecogido que ha presenciado uno de los grandes espectáculos teatrales a los que he asistido en los últimos años.

Daniel Veronese, zarandeado por la dictadura argentina, ha llevado aquel clima de violencia insoportable a la escena y ha condensado, en Mujeres soñaron caballos, la situación tensa, no sólo de su nación oprimida, sino del mundo entero, en una fórmula de micropolítica de extraordinaria eficacia teatral. En un espacio de doce metros cuadrados, tres hermanos y sus respectivas parejas desencadenan una tormenta de tensiones, peleas, insultos, agresividades, crueldades y alaridos que terminan en el crimen. Veronese hace la autopsia del cadáver político sobre las arenas movedizas de la sociedad hedonista que nos aturde. Es el mundo de la alta política entre naciones que amenazan, advierten, insultan, agreden y que, finalmente, terminan en guerra. Es la brutalidad del poder absoluto, de la opresión dictatorial, de la imposición tiránica que concluye en la tortura y el crimen de Estado. Es la condición humana, el homo homini lupus, que Hobbes tomó de Plauto, y que se desata de forma devastadora entre tres parejas reunidas para cenar sin saber que van a desnudar sus almas y a deshilvanar el tejido psicológico más profundo de la perversa condición humana.

Daniel Veronese, soleado de sabidurías teatrales, ha escrito una obra soberbia. Teatro, puro teatro de la más alta calidad intelectual, sin una concesión, en carne viva, llagas abiertas, delirio arborescente, don ebrio que hiere al espectador desde la memoria inconfesable. Ha dirigido la obra sin contemplaciones, montando una escenografía sobria y una iluminación certera. Ha exigido de sus actores completa entrega. Frente a tantas obras convencionales y antiguas a las que asistimos todas las semanas, frente a los sabelotodo ignorantes, frente a la calderilla literaria, frente a la prosa merengosa a las finas hierbas, Veronese se ha sentado en el filo de la vanguardia y ha golpeado a todos sin piedad, incluidos los espectadores. Blanca Portillo, Susi Sánchez, Andrés Herrera, Ginés G. Millán y Celso Bugallo hacen una interpretación impecable, apenas sin fallos.

Y María Figueras se sale. Intensa, cautelosa, sombría, agresiva, intemperante, introvertida, es la nueva juventud independiente y brutal. No se puede interpretar mejor un papel lleno de veladuras, de misterios y calidades. ¡Qué gran actriz! En la representación a la que yo asistí sugestionó al público. Veronese ha encontrado en ella la coronación de un grupo magistral de actores y actrices. María Figueras otorga a la obra máxima credibilidad y frena la tendencia a la caricatura, presente a ráfagas sobre el escenario. Tiene la mirada ofidia, el muslo recental, los ojos efervescentes, sabor a hembra definitiva. Es la adolescente envejecida que brinca tras el incienso macho.

No sé si Francisco Nieva, representante máximo de la cultura española, hoy, ha asistido, en la sala que lleva su nombre, al galopar de los caballos soñados por mujeres. El autor de Pelo de tormenta, el creador de La carroza de plomo candente, se quedaría tan sobrecogido como yo al contemplar esta explosión del mejor teatro que hemos visto en muchos años. Sobre el escenario letrinal, Veronese apaga el fuego con chorros de gasolina, mientras los personajes destrozan los escapularios todos del convencionalismo político y social que nos ha tocado en desgracia vivir y soportar.