Image: El circo que llegó

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Primera palabra

El circo que llegó

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

11 octubre, 2007 02:00

Luis María Anson, de la Real Academia Española

Alfredo Marqueríe, uno de los grandes críticos teatrales del periodismo español del siglo XX, me dijo un día:
-Eres tan aficionado al teatro que terminarás descubriendo lo que significa el circo. Es, sin duda, por encima del tópico, el mayor espectáculo del mundo, el tejido más sutil de la expresión humana.

Marqueríe escribió un libro inolvidable tras convivir muchos meses con una compañía de circo, siguiéndola por toda España. "Es la conjunción del riesgo y el arte. Algo así como el toreo pero sobre un trapecio a treinta metros de altura", escribió.

Nada nuevo bajo el sol. La acrobacia circense era práctica habitual para deslumbrar al espectador en la Mesopotamia de hace 3.000 años. Pero también en Mongolia y en China y en India. Y, claro es, en el Egipto antiguo según atestigua un grafiti encontrado en la tumba de Ben Hassa y que se remonta a 2.000 años antes de Cristo. Las exhibiciones de malabaristas y acróbatas en la Grecia clásica y en la Roma de los emperadores dieron continuidad histórica al circo. Y esplendor. También existió en la América precolombina, con alardes antipodistas, es decir, juegos malabares con los pies. El fascinante mundo circense se abre con la tela acrobática, los volatineros y trapecistas, los zancos y tragasables, los payasos y funambulistas, los tragafuegos y ventrílocuos, los magos y contorsionistas, los equilibristas y domadores, los escapistas y anilleros. Todos lanzados como saetas hacia el más difícil todavía, hacia lo que parece imposible, hacia la frontera en la que peligra la vida del artista.

Escribo estas líneas porque, después de muchos años, el domingo pasado fui al circo. Al circo Price, claro, el de mi infancia y adolescencia, al que llevé también a mis hijas cuando eran niñas. El circo de siempre, el de Pompoff y Thedy, el de Pinito del Oro y Charlie Rivel. El circo Price estaba entonces en la plaza del Rey, lugar que ocupa hoy el Ministerio de Cultura, que es por cierto otro circo con lo que el nuevo edificio no ha cambiado de uso, conforme a las ordenanzas municipales.

Pasé una tarde estupenda con los acróbatas y equilibristas del circo de Shangai. Un prodigio de perfección técnica. Ellos hicieron diabluras sobre la pista aunque me gustaron más las chinitas chiquitas y bonitas que se alzaron en equilibrios increíbles, sin mezclarse nunca con los muchachos, no sé por qué, tal vez porque la sombra de Mao es alargada. El público que abarrotaba la sala siguió, entre el sobresalto, la emoción y los aplausos, este espectáculo de circo puro que nos ofrecía la magia oriental. Me acordé de Alfredo Marqueríe. He comprendido ahora un poco mejor lo que significa el circo como forma de cultura. No es sólo un entretenimiento infantil. Es una manera distinta de entender el arte y la condición humana. Por eso la semántica ha extendido la expresión circense a los órdenes todos de la vida, incluída la política. "Es una operación de circo", dice el cirujano ante una intervención especialmente difícil. "Ayer, el Congreso fue un circo", comentan algunos diputados al abandonar un hemiciclo que echa lumbre."Metió un gol de circo", afirma el crítico deportivo para subrayar la proeza de un jugador en el estadio.

El circo Price tiene hoy a su frente un director excepcional: Tato Cabal, profesional de vocación, enamorado del espectáculo circense. Ha programado certeramente esta nueva etapa del coso centenario, testigo de una historia que ha congregado, generación tras generación, a los más grandes artistas del género. Despreciar lo que se ignora es uno de los vicios capitales de la intelectualidad española. La descalificación que a veces se hace del circo no demuestra otra cosa que la idiocia tórpida del que no sabe.

La experiencia, en fin, mi larga vida profesional viajada por todo el mundo, me ha enseñado a no despreciar ninguna forma de cultura. Junto a las artes mayores, la pintura, la escultura, la arquitectura, la literatura, la música y el cine, se encienden también maravillosas artesanías en Oriente y Occidente, la fiesta taurina, la zozobra imbatible del circo.

Zigzag

La penúltima vez que vi a Vicente Aleixandre en el templo de Velintonia fue cuando le visitó Don Juan. Acompañamos al viejo Rey, Alburquerque, Dámaso Alonso, Pedro Sainz Rodríguez y yo. El poeta acogió a Juan III con agradecimiento visible y ancha sonrisa. Y se habló, claro, del encuentro que Don Juan mantuvo en Puerto Rico con el anterior premio Nobel español, Juan Ramón Jimenez. Pedro Sainz y Vicente, viejos amigos desde la adolescencia, debatieron sobre Buñuel y Dalí, Lorca y Alberti, Valle y Machado, Severo Ochoa y Zubiri, Ortega y Unamuno. Fué un torneo de ingenio. Don Pedro sufrió treinta años de exilio en Lisboa. Exiliado interior durante toda la dictadura, Vicente Aleixandre congregó en aquella casa de Velintonia al mundo literario independiente. Difícil entender ahora la importancia del poeta como referencia de la literatura española de medio siglo. Hay que aplaudir a Carlos Bousoño, en fin, por haber escrito una nueva oda en la ceniza al liberar el archivo, la correspondencia, los poemas inéditos del gran escritor. Críticos e

investigadores dan ya brincos de alegría ante el hallazgo.