Image: La educación española en alerta roja

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Primera palabra

La educación española en alerta roja

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

27 diciembre, 2007 01:00

Luis María Anson

"La salud futura de una nación -escribió Adenauer, desde la sabiduría anciana y sacrificial que presidió los últimos años de su vida- la señala el termómetro educativo". España se encuentra hoy en el top ten de las potencias mundiales. Los índices políticos, económicos, financieros, culturales, deportivos, de calidad de vida nos sitúan entre los diez primeros países del mundo. Sin las veleidades internacionales de Zapatero y sus piruetas con el eje Castro-Chávez-Evo, España habría ingresado ya en el G-8.

La gran laguna española, sin embargo, es la educación. Según el último informe PISA de la OCDE nuestra nación ocupa, en relación a los niveles de conocimiento de los alumnos, lugares casi vergonzosos: en matemáticas el puesto 32; en ciencias, el 31; y en lectura, el 35. Un desastre sin paliativos.

El profesor dictador de la época franquista no era de recibo y originaba infinidad de abusos inadmisibles. El profesor marioneta de la actualidad, zarandeado por padres y alumnos, es causa primordial de la pobreza educativa que padecemos. Una legislación permisiva y absurda, impulsada en gran parte por los Gobiernos socialistas, está en el origen del deterioro educativo que nos relega a puestos irrelevantes en el concierto mundial. El equilibrio entre la autoridad del profesorado y la flexible defensa de los derechos de alumnos y padres no se ha conseguido. La calidad de la enseñanza se ha igualado en España por abajo. El todo vale ha sido la fórmula socialista, secundada muchas veces por el silencio del otro gran partido de la política española. La enseñanza universitaria ha escapado también a la exigencia de calidad. Suponiendo que se arbitren las medidas necesarias ya, pasarán dos o tres generaciones sin que se restablezca a la Universidad como alma mater de la vida española. Fernando Lázaro Carreter, en un artículo memorable, denunció el descendimiento hace veinte años.

"Los resultados del informe PISA demuestras que el desarrollo educativo no está a la altura del desarrollo económico", ha dicho Manuel de Castro. Es exacto. Las cifras tabuladas por la OCDE nos deslizan hacia abajo, lejos aún del tercer mundo educativo pero más lejos aún de la cabeza. Estamos en el puesto treinta y cinco de los cincuenta y siete países analizados por la OCDE, y hemos retrocedido 20 puntos, lo que supone el mayor descenso entre las treinta y siete naciones que se valoraron en 2003. La elocuencia de las cifras permanece impávida ante las declaraciones electorales y las viscerales proclamas de los dirigentes políticos. La realidad es muy tozuda e ignora propagandas subliminares y afirmaciones voluntaristas.

Concluye ahora un año en el que España ha sido uno de los faros mundiales de la Cultura. En varias capitales españolas y en otras muchas ciudades de la geografía nacional las muestras culturales se han situado en la excelencia. Los bienes de la cultura se derraman en nuestro país generosamente y sobre todos. De ahí la alarma que causa en los analistas sagaces el deterioro del desarrollo educativo español. De seguir así la cultura hispana, que ocupa hoy uno de los cuatro lugares privilegiados del mundo, se deteriorará de forma imparable. No se trata de especulaciones. Educación y cultura caminan enlazadas del brazo. Históricamente se penetran y se orgasman. Urge, pues, contener la hemorragia educativa. Es necesario establecer una política consensuada eficaz, en vez de arrojar la educación a las llamas de los intereses partidistas y de las estériles disputas de los nacionalismos, tan aldeanos y tórpidos.

Zigzag

Se me escapa el éxito actual, tan renovado, de Enrique Jardiel Poncela. Fue, sin duda, un hombre de notable talento. Cultivó un humor fácil, tierno, un poco blandengue. Dominó la carpintería teatral y supo conectar con el gusto de una parte de su generación. Miguel Martín escribió sobre él páginas inolvidables. En mi opinión, su teatro se ha quedado anticuado y es decadente. Pero debo estar en un error porque los últimos estrenos de Jardiel han sido respaldados por el aliento de un público que, en el siglo XXI, con internet, la oferta audiovisual, los juegos y los deportes, cada vez exige más al teatro. Ciertamente sigue habiendo gentes que eligen una obra para pasar un buen rato y nada más. Jardiel todavía divierte. Eso está claro. Alonso Millán, que es un sabio del teatro, ha dirigido de forma maestra Usted tiene ojos de mujer fatal. El guiño caricaturesco ha permitido que el público de hoy digiera la obra. La escenografía, inspirada en el genio de Mingote, el vestuario, el juego de luces y sombras, el movimiento escénico están perfectamente concebidos. La interpretación resulta aceptable. Todos están bien, con el atractivo añadido de la hija de Laura Valenzuela, Lara Dibildos, la bella experiencia de Rosa Valenty y la actriz que triunfó en La novia del Príncipe, Natalia Robres, que pasa la batería. Seguro que en estas fiestas navideñas se abarrotará el Muñoz Seca. Y hay que dejar constancia de que lo que a uno le gusta poco, agrada, sin embargo, a infinidad de gente. Un misterio, en fin, esto del éxito teatral.