Image: ¿Muerte de la cultura francesa?

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Primera palabra

¿Muerte de la cultura francesa?

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

10 enero, 2008 01:00

Luis María Anson

"La tierra de Proust, Monet, Piaf y Truffaut ha perdido su estatus como superpotencia cultural. ¿Puede recuperar su gloria?". Donald Morrison, que es un periodista serio y solvente, plantea el retroceso de la cultura francesa en un revelador informe que publica la revista más influyente del mundo.

Cuando el imperio francés se asfixió en la decadencia y fue sustituido por el británico a principios del siglo XIX, la curva de la cultura del país preterido se encaramó en la cumbre. Se cumplía así lo que Arnold J. Toynbee afirmó y demostró en el más alto libro de filosofía de la Historia que se ha escrito: A Study of History.

Desde el ocaso napoleónico hasta después de la II Guerra Mundial, Francia fue el centro cultural del mundo. No había éxito internacional de envergadura si no se triunfaba en París. Los escritores de toda Europa, los pintores, los escultores, los cantantes, los músicos se instalaban en la Ville Lumière para dar la batalla por el éxito internacional. La novela, el teatro, la poesía se hacían terremoto en el epicentro francés. Lo mismo ocurría con las artes plásticas. También con la moda. Incluso con la música. Sólo se zafaban del imán parisino, y en cierta medida, la arquitectura y el cine pues requerían una fortaleza económica que no se encontraba ya en Francia.

Donald Morrison retrata de forma implacable la decadencia de la cultura francesa que bracea impotente en un mundo ajeno ya, desde hace cincuenta años, a la atracción de París. Durante siglo y medio la Francia decadente había conseguido imponer el francés como idioma internacional y diplomático. Las minorías dirigentes de cualquier país en Oriente y Occidente estudiaban francés. El idioma de Descartes se convirtió en el latín del siglo XIX y parte del XX. Las gentes cultas de todo el mundo se entendían en francés.

Ese es el punto que se le escapa a Morrison. La inteligencia francesa ha peleado bravamente para mantener el idioma. Tuvo conciencia clara de que ahí radicaba lo sustancial del éxito cultural. Ha gastado cantidades ingentes de dinero en la operación. Y ha fracasado. A partir de 1945, el idioma inglés se fue imponiendo en el mundo. Hoy es la lengua diplomática, internacional, científica, el nuevo latín en el que se entienden las minorías cultas de todo el mundo, con el fulgor añadido de internet que ha convertido al planeta en la aldea global de McLuhan. El francés perdió incluso el segundo puesto. Más de cuatrocientos millones de hispanohablantes, pertenecientes en muchos casos a naciones económica y culturalmente pujantes, han relegado el francés a un tercer puesto irrelevante.

Francia, como explica muy bien Morrison, sigue siendo un hervidero de inquietud artística y literaria. Hay nuevos Balzac, Flaubert, Dumas, Proust, Gide, Camus, Bergson, Rodin, Manet, Cézanne… Lo que ocurre es que no se les conoce porque el francés ha dejado de ser vehículo de entendimiento universal.

Morrison no calibra suficientemente la repercusión del idioma preterido en la decadencia de la cultura francesa. En todo caso su diagnóstico es certero. Después de siglo y medio de supremacía gala, los novelistas, los poetas, los dramaturgos, los cineastas, los pintores, los escultores, los músicos que se mueven en los circuitos del idioma inglés son los que triunfan internacionalmente. Tras ellos, y a mucha distancia, brillan los amparados por el idioma español. Los ciclos históricos diseccionados por Toynbee se cumplen inexorablemente. Vivimos la apoteosis del inglés y de todo lo que en el entorno de la lengua de Shakespeare y Churchill se agita y promociona.

Zigzag

Rigor, seriedad, independencia, profunda sensibilidad literaria, Santiago Fernández Mosquera ha cimentado su prestigio de investigador y crítico con trabajos excepcionales. Su estudio sobre la poesía amorosa de Quevedo fue memorable. Mosquera demuestra que el autor de El Buscón mandó "expresamente a Salas publicar Canta sola a Lisi con la forma que en 1648 tiene", lo que obliga a revisar alguna conclusión de Blecua y Rico. Después, Fernández Mosquera, tras glosar la obra perdida Execración contra los judíos, le puso los cuernos a Quevedo y se pasó a Calderón, con gran irritación por mi parte, la verdad sea dicha. Media docena de monografías rigurosas han situado a Mosquera en primera línea de la investigación y critica calderonianas. Acabo de leer su Introducción a Comedias II, volumen publicado por la Biblioteca Castro. Aún en este tiempo del ordenador e internet, asombra la erudición de Fernández Mosquera y, sobre todo, claro es, la sagacidad de sus juicios y el conocimiento exhaustivo de la obra de Calderón, facilitado su trabajo sabueso porque el autor de La vida es sueño se preocupó de publicar ediciones fidedignas de sus obras de teatro, si bien no tanto como dejan ver las investigaciones ecdóticas. El aparato bibliográfico con que Mosquera respalda su Introducción impresiona. Así se hace la ciencia literaria.