Image: Teatro Torralba

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Primera palabra

Teatro Torralba

Luis María Anson, de la Real Academia Española

13 marzo, 2008 01:00

Acudí al Teatro del Arenal para contemplar Bodas de sangre, según la versión del ballet español de María Rosa. Me interesó. Pero no voy a referirme al espectáculo artístico que queda al criterio de la crítica especializada. Quiero subrayar hoy el colosal esfuerzo de Mariano Torralba para levantar dos excelentes salas de teatro en un espacio que era una escombrera, hábitat de basuras, cascotes y ratas, con remembranzas a la guerra incivil que padecieron los españoles durante tres tristes años, zarandeados por los extremismos: la ultraderecha fascista y la ultraizquierda comunista.

Es casi un milagro que la iniciativa privada sea capaz de sacar adelante nuevos teatros cuando los poderes públicos, en un alarde de competencia abusiva, construyen, financian, promocionan, subvencionan, a costa de los impuestos pagados por todos los españoles, fastuosas salas teatrales que cuestan un ojo de la cara.
Un diez para Mariano Torralba y Luisa María Payán. Sobresaliente con matrícula de honor. Hay que estar muy enamorados del teatro para movilizar apoyos, dineros, energías y ofrecer a la cultura española, en pleno corazón de Madrid, dos salas espléndidas, capaces de recoger el latido artístico de la ciudad.

¿Quiere saber el lector de El Cultural con cuántas personas se gestionan las dos salas del Teatro del Arenal? Con 10. ¿Le interesa conocer el número de personas, colaboradores aparte, que trabajan con contrato en el Centro Dramático Nacional? Pues 238. Veinticuatro veces más para hacer casi lo mismo. ¿Quién paga a los 10 empleados del Teatro del Arenal?: Mariano Torralba y, además, con una gestión que deja beneficios. ¿Quién paga a los 238 empleados del Centro Dramático Nacional?: la Administración pública, es decir, todos nosotros, usted y yo, querido lector, con un déficit que asusta.

Televisión Española, por ejemplo, ha perdido hasta ahora aproximadamente 100.000 millones de las antiguas pesetas, cada año. Telecinco, que encabeza las audiencias, gana 35.000 millones. Es la diferencia entre la empresa pública y la empresa privada. En la primera se dispara con pólvora del rey, se despilfarra y se gestiona mediocremente. En la segunda, el empresario que se juega su dinero afina los gastos, albricia los ingresos, gestiona con dedicación y se esfuerza por obtener beneficios. A pesar de la competencia desleal, Mariano Torralba ha puesto en pie el milagro de los teatros del Arenal. Una Administración pública liberal, en lugar de competir, debería estimular a la empresa privada con iniciativas culturales razonables, exención de impuestos y ecos de propaganda en los medios de comunicación. El teatro iría mejor y a todos nos costaría menos. Ese es el camino a transitar.

Primar a la tercera edad para acudir al teatro, por ejemplo, ha sido una excelente idea. Los precios habituales de las localidades exceden las posibilidades de los pensionistas. Ha bastado la promoción en beneficio de la tercera edad para que los teatros se abarroten. Un espectáculo, las colas para conseguir entradas. La afición al teatro en Madrid supera a la del fútbol. Cada año, las salas teatrales congregan un millón de espectadores más que los tres estadios de los equipos futbolísticos de primera división.

La protección a la cultura, en fin, no significa sustituir a la iniciativa privada para que todo cueste más y sea peor. El entendimiento liberal de la vida y la política exige que sea la libre competencia la que establezca el juego teatral, favoreciendo la afición a la escena con estímulos inteligentes y razonables. l

Enrique Rúspoli es un profesor de filosofía que se ha labrado prestigio intelectual por su seriedad y rigor. Su estudio epistemológico sobre Tomás de Aquino ha contribuido al esclarecimiento de la teoría del conocimiento en la obra del santo. Enrique Rúspoli es también un historiador notable. Varios libros de envergadura respaldan su labor en este campo. No pertenece a los circuitos intelectuales establecidos y su obra carece tal vez del reconocimiento al que se ha hecho acreedora por su calidad. He pasado el fin de semana leyendo las memorias de Godoy, un tomo de mil páginas encabezado por Rúspoli con un estudio preliminar sagaz y lúcido en el que brilla por su intensidad el capítulo dedicado al destierro. Seguramente nadie sabe tanto en España sobre Godoy como Enrique Rúspoli. Leí hace muchos, muchos años los recuerdos de este político clave en la historia moderna de España, que falleció en París, con entierro en Père-Lachaise presidido por Donoso Cortés. Será difícil encontrar en su época un libro de Memorias, salvo el que Napoleón redactó en Santa Elena, tan revelador e inteligente como el escrito por el Príncipe de la Paz en su exilio francés. "Para mover los pueblos -escribe Godoy, pág. 255- es un medio probado en todos los tiempos esforzar las mentiras más allá de lo atroz y lo creíble, porque entonces se cree todo". Que se lo digan a José Luis Rodríguez Zapatero. Nada, nada nuevo bajo el sol de la política. El socialismo real, el comunismo, hizo de la mentira el soporte clave de su acción en el mundo.