Image: El mejor tenor de todos los tiempos

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Primera palabra

El mejor tenor de todos los tiempos

Luis María Anson, de la Real Academia Española

3 abril, 2008 02:00

Me revientan con j las afirmaciones absolutas. Hay que tener espíritu simplificador y columnista para decir que Velázquez es el mejor pintor de la Historia, Miguel ángel el mejor escultor, Beethoven el mejor músico o Shakespeare el mejor escritor. La realidad es poliédrica y los espejos cóncavos son convexos si se miran por el otro lado. Ni siquiera me atrevería yo a desafiar a que alguien me diga qué poeta en lengua española supera a San Juan de la Cruz.

A los pocos meses de hacerme cargo de la dirección de ABC, propuse a la Redacción que nombráramos "Español del Año" a Plácido Domingo. Arribaba yo al puerto abecedario de Serrano tras largo tiempo de presidir la agencia Efe, con permanentes viajes por todo el mundo. Tuve la evidencia de que uno de los nombres que hacían grande la cultura española era el de Plácido Domingo. Todavía recuerdo las conversaciones con el gran tenor que agradeció de forma sincera y sencilla el homenaje que le rendimos en aquel ABC inolvidado.

Me ha regocijado extraordinariamente que veinticinco años después de la distinción del periódico, la BBC Music Magazine le haya situado en cabeza de la lista de los veinte mejores tenores de la historia del bel canto. Dieciséis críticos especializados instalaron a Plácido Domingo por encima de Enrico Caruso, el gran mito en el ánimo de todos. Luciano Pavarotti, ocupa el tercer lugar; Beniamino Gigli, el séptimo; Gedda, el noveno; Tito Schipa, el undécimo; Franco Corelli, el decimoquinto y Alfredo Kraus, mi buen amigo, el decimoctavo. El Jurado ha distinguido en el puesto décimo tercero a ese milagro peruano que se llama Juan Diego Flórez, que eriza a todos los públicos. Faltan Del Mónaco, Stéfano, Carreras, Villazón… La verdad es que produce, en todo caso, un cierto estremecimiento la lectura de los nombres que encabeza Plácido Domingo. Pavarotti, su compañero y sin embargo amigo, le rendía homenaje permanente diciendo: "Si me invita usted a cenar y, para complacerme, pone una grabación mía, le dejaré plantado de inmediato. Si quiere que me quede, hágame oír la voz de Plácido".

La elección de la BBC, que ha situado en la cumbre al tenor español, ha coincidido con el desafío de Tamerlano en el Teatro Real. La crítica especializada ha dicho lo que tenía que decir, subrayando por encima de algunos fallos y errores de la obra, la alta calidad del tenor. Los aficionados nos relamemos todavía con la escenografía de Graham Vick y la torrentera de voz y sabiduría, voz casi baritonal al juicio certero de álvaro del Amo, que Plácido derramó sobre el escenario atónito del Teatro Real, con sus siete arias y sus recitativos finales.

No escuchaba a Plácido desde la proeza de interpretar una ópera fuera de repertorio: Margarita la tornera. Los amores de Don Juan y la monja, del tenor y la soprano, del galán impenitente y de Margarita, la hermana tornera, a quien la Virgen sustituirá durante sus años de fuga, con lejanías de pasión y cristales rotos de la pena, brincaron sobre el escenario del Real. La obra de Chapí, con su gran orquestación, es una ópera de verdad. Está bien lejos de la zarzuela. No se alineará entre los 30, los 40 grandes títulos de la ópera, los del repertorio universal. Pero es una ópera digna, con ráfagas de Verdi y Strauss, también de Wagner y Los maestros cantores de Nöremberg. Y un hallazgo. Luis Iberni advirtió con sagacidad que Falla inspiró el fulgor del Amor brujo en la Sirena y su zarabanda, la sangre erguida. Fueron, por cierto, los esclavos negros los que llevaron la zarabanda y la chacona -chacona mulata la llamaba Quevedo- hasta América en las ergástulas de los barcos negreros. Eso lo expliqué en mi libro La Negritud. Desde el nuevo mundo, ambas danzas se rebotarían a Europa, dulcificadas, para evitar los acosos de la Inquisición, inquieta la ignición sexual de las culturas y los ritmos de la negritud.

Plácido, en plena forma, formidable de voz, voz de las venas desangrada, el bronce derrotado, estuvo espléndido ante un público más cicatero en el aplauso en Madrid que en los teatros de Nueva York, Londres, París, Viena o Milán. Se entienden las cicatrices de su mirada. El gran reconocimiento universal le ha venido de fuera, aunque el público español entendido se le rindió hace mucho tiempo y celebrará en 2010 sus cincuenta años cantando. Nunca en la historia de la música española ha destacado nadie de forma tan definitiva. l

Sabino Fernández Campo ha sido testigo de excepción de los últimos cincuenta años de la vida española. Manuel Soriano, en un espléndido libro, demuestra que, además de testigo, Fernández Campo fue, en muchas ocasiones, protagonista. El relato del 23-F deja clara la habilidad del biografiado en una situación que bordeó la catástrofe. Gracias a la serenidad, a la firmeza, a la lucidez del Rey, gracias a la sagacidad de Sabino Fernández Campo, la Monarquía parlamentaria consiguió sortear la crisis, rindiendo un servicio definitivo a la causa de la libertad del pueblo español y consolidándose de manera muy firme en la opinión pública. Manuel Soriano, en fin, ha escrito un libro imprescindible y lo ha hecho desde la moderación, la objetividad, el arsenal de datos de una documentación exhaustiva.