Image: Mingote y Sánchez Ron

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Primera palabra

Mingote y Sánchez Ron

Luis María Anson, de la Real Academia Española

24 abril, 2008 02:00

Luis María Anson

La Ciencia forma parte esencial de la cultura del hombre moderno. De acuerdo con Martín Municio y Blanca Berasátegui, decidimos en su día que, en esta revista El Cultural, junto a las Letras, las Artes y la Música, la Ciencia ocupara lugar relevante. He escrito muchas veces que la física cuántica, la revolución relativista de Einstein, la biología molecular, el ADN o el genoma humano, conforman la cultura general del hombre de hoy, como la música de Stravinski, la pintura de Picasso o la literatura de Tennesse Williams. "Está muy bien saber (y si es posible haber leído y contemplado) que Dante escribió La divina comedia, Cervantes El Quijote, Shakespeare Hamlet, Dostoievski Los hermanos Karamazov, Kant la Crítica de la razón pura, Marx El capital o García Márquez Cien años de soledad; que Leonardo pintó la Gioconda, Rembrandt La ronda de noche y Picasso el Guernica, pero no es menos necesario -de hecho, en más de un sentido lo es más- saber que Copérnico escribió Sobre las revoluciones de los orbes celestes, Galileo el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, ptolemaico y copernicano, Newton Los Principios matemáticos de la filosofía natural, Lavoisier el Tratado elemental de química, Lyell los Principios de geología, Darwin El origen de las especies, Bernard la Introducción al estudio de la medicina experimental, Ramón y Cajal la Textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados, y Rachel Carson Primavera silenciosa".

Antonio Mingote, humorista, académico, autor de uno de los diez libros grandes del siglo XX español, Hombre solo, y José Manuel Sánchez Ron, uno de los científicos estrella del panorama nacional, han publicado una obra ¡Viva la Ciencia! que es una delicia. Sánchez Ron, por cierto , ha dejado en las páginas de El Cultural muestras inolvidadas de su talento y su sentido de la actualidad pero, como padece insomnio, decidió irse a El País, cuya lectura al acostarse por la noche produce un rápido e invencible sopor y además carece de efectos secundarios a diferencia del orfidal y otros somníferos.

Pierre de Fermat, por si los lectores no lo recuerdan, dejó planteado en 1637, escrito en el margen de un libro de Diofanto, un teorema que se ha tardado 358 años en descifrar porque hay científicos que hilan muy fino. Fue Andrew Wiles, alentado por el trabajo de Ken Ribet, el autor en 1995 de la gran hazaña. Recuerdo que le dediqué espacio preferente en el "ABC" verdadero cuando yo dirigía el periódico. Mingote, que dibuja el libro, y Sánchez Ron, que lo escribe, se refieren con humor a este pasaje en ¡Viva la Ciencia!, ya sintetizado en la Historia de la Ciencia que el joven académico firmó junto a Javier Ordóñez y Víctor Navarro. El caso Fermat me recuerda a la coma de Llama de amor viva de San Juan de la Cruz. Durante 400 años la ciencia de la investigación literaria se estrelló con el problema hasta que Víctor García de la Concha lo solucionó: es sin coma tras el gerundio, "matando muerte, en vida la has trocado".

Ambos autores -Mingote y Sánchez Ron- rinden homenaje a Pitágoras, a Werner Heisenberg -su estudio sobre la mecánica cuántica es esencial- a Euclides y sus Elementos de geometría, a Georg Cantor y sus muchos infinitos, idea que comparte Hawking, y a tantos otros matemáticos, entre ellos el hindú Srinivasa Ramanujan, con inteligente cita a la incursión que el gran filósofo Bertrand Russell hizo en la ciencia matemática. Mingote y Sánchez Ron toman por la cintura del universo a la astronomía y la estrujan desde Copérnico, Brahe y Kepler hasta Newton, Leibniz, incluso Hawking y los últimos hallazgos sobre el infinito que nos rodea, si bien los autores del libros que comentamos, se detienen con delectación en la obra cardinal de Einstein y su teoría de la relatividad, E=mc², donde E representa la energía, m la masa y c la velocidad de la luz. Pero tal vez lo que más me ha conmovido de este libro es la lectura de la confesión de Galileo Galilei, firmada en la iglesia romana de Santa María Sopra Minerva el 22 de junio de 1633. La vejación a la que se sometió el científico para zafarse de la condena de la Inquisición es, tal vez, la máxima vergöenza histórica de la Iglesia Católica. Estremece leer el texto que reproducen Mingote y Sánchez Ron. "Podrán decir misa (que la dirán) pero la Tierra se mueve", pone Mingote en boca de Galileo en un dibujo ejemplar.

El libro hace hincapié en las principales ciencias y por él desfilan también Lavoisier, Gauss, Faraday, Charles Darwin, Pasteur, Maxwell, Ramón y Cajal, Poincaré, Hubble, Güdel, Watson… Y el inconmensurable Max Planck que, con su descubrimiento, en 1900, de que "para explicar la radiación del denominado cuerpo negro es necesario suponer que la radiación electromagnética no es continua sino que se distribuye en paquetes de energía, abrió un mundo científico -el de la física cuántica- que cambiaría tanto la física como, en más de un sentido, el mundo".

Desde hace algunos años leo un par de libros científicos al mes. Me interesan más que la mayor parte de las novelas. He tenido la suerte de que Sánchez Ron me suministre con paciencia y tenacidad libros adecuados para un lector como yo que no entendería los textos científicos especializados. Y lo paso en grande.