La música, de Duras, en el Fígaro
por Luis María Anson, de la Real Academia Española
1 mayo, 2008 02:00Luis María Anson, de la Real Academia Española
Hace ahora doce años murió, con el cáncer atenazado a la garganta, Marguerite Duras, la autora de El amante, novela que erizó en los ochenta a los lectores de medio mundo. Había nacido en Vietnam. Vivió su adolescencia en el entorno de Saigón, mi añorada ciudad de los hermosos días de amor y rosas. Tuvo un hijo que murió en 1942. Los nazis cercaron a su grupo de la Resistencia y pudo escapar gracias a François Mitterrand. Militó, en fin, en el partido comunista, pero era una mujer libre y fue expulsada de la agrupación totalitaria en 1955.En el madrileño teatro Fígaro se representa ahora la mejor de sus obras teatrales: La Música. La inteligencia emocional de la autora se enciende en una comedia muy interesante que plantea ante los espectadores la historia del desamor. "Es tan corto el amor y es tan largo el olvido…" escribió Pablo Neruda, desbordando así el verso antiguo de Machado: "En el corazón tenía la espina de una pasión. Logré arrancármela un día, ya no siento el corazón…"
Anne Marie y Michel se separaron después de un amor ilusionado y feliz al principio, entristecido y turbio después. Dos años más tarde se reúnen en un hotel de su ciudad para ultimar los trámites del divorcio. Y hablan. "¿Y por qué hablar?, pregunta ella desde la desolación. "Si hay algo que está terminado… es ésto".
Están lejos los días en que Anne Marie y Michel vivían un amor hondo y denso que les llenaba las venas de fuego, que les cantaba en la piel, que recomenzaba cada crepúsculo en la alegría de las apretadas manos. "Oh, niña entre las rosas, oh prisión de palomas, oh presidio de peces y rosales, tu alma está llena de sal sedienta y una campana llena de uvas es tu piel". Se desprendía la claridad de la Anne Marie enamorada "como si estuviera encendida por dentro". Y podría repetir los versos del poeta: "Mi corazón es una fruta y tengo sabor de olas y racimos en la boca"
Luego empiezan las disputas de la convivencia. "No dábamos el brazo a torcer en nada", dice Anne Marie. La vida matrimonial se convierte en un infierno y se produce el divorcio. Pero Anne Marie y Michel desvelan en la conversación del hotel la otra verdad agobiante: la infidelidad. él espiaba a Anne Marie. No soportaba la incertidumbre de un posible engaño. "Sabes -dice ella- es terrible ser infiel por primera vez… es… espantoso". Le explica a Michel que lo hizo "para recobrar esos primeros momentos del amor… que nada puede reemplazar". El, que también confiesa su infidelidad, causa real del divorcio, no podía soportar el engaño de ella. "De otro, será de otro, como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro, sus ojos infinitos". Y hasta la tentación del crimen, revólver en mano, sacude a Michel. "No pude soportar tu infidelidad -afirma- aunque yo mismo era infiel". Pero le quema todavía el rescoldo del amor y reconoce: "Vine para volver a verte".
Lo mejor con diferencia de esta Música del teatro Fígaro es la interpretación de Celia Freijeiro. Tiembla la actriz en el alma de Anne Marie. Se estremece en su cuerpo. Es la autenticidad interpretativa en el gesto, en los registros de voz, en el temor y el temblor de las manos, en la mirada profunda, el sentimiento cautivo, la cambiante expresión, la tristeza que anida en el fondo del corazón, tristeza que es amor. Celia Freijeiro ha sido finalista del Premio Valle-Inclán, finalista del Premio Mayte, y la crítica especializada la ha destacado como la mejor actriz joven del teatro español. Alberto Maneiro le da la réplica como puede. No era tarea fácil. Carlos Pineda ha explicado su escenografía como un dispositivo para iluminar las palabras que se escupen los personajes. Marta álvarez, atención a esta directora argentina, ha entendido muy bien la obra de Duras y la subraya con sabiduría. Un acierto reproducir los sentimientos de Anne y Michel con el diálogo, como fondo musical, entre un violonchelo (Diego Valbuena) y un violín (Julia de Castro) con música, acertada a ráfagas, de Irma Catalina álvarez.
La crítica señalará, junto a tantas virtudes, algunos defectos de la comedia pero el público, en todo caso, lo pasará en grande con esta obra tan interesante, tan intensa, tan actual. Los espectadores la siguen sin que se escuche un rumor en el patio de butacas.
Al final del diálogo entre Anne Marie y Michel el amor se recrea. No todo está definitivamente perdido. "En la sombra, en secreto, dejar que el amor crezca", dice él. Es otra vez Machado cuando quiere recuperar el sentimiento que se arrancó del alma: "Aguda espina dorada quién te pudiera sentir en el corazón clavada". Es de nuevo mi inolvidado Pablo Neruda, mi amigo del alma, mi amigo: "Yo soy el que te espera en la estrellada noche sobre las áureas playas, sobre las rubias eras, el que cortó jacintos para tu lecho, y rosas, tendido entre las hierbas yo soy el que te espera". La llama del amor sigue viva, encendida en la oscuridad de esta historia vomitada sobre la escena desde el desamor y su infierno. Al despedir a Anne en la puerta del hotel, Michel sabe que "su corazón es el de un pájaro y se saciaría con una gota de rocío". Y le pregunta a ella: "¿Es el principio o el final?". Anne contesta "Quién sabe…" Se hace entonces el oscuro, mientras el público, desgarrado por una profunda emoción, prorrumpe en interminables aplausos.