Image: José Cuenca y Don Quijote

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Primera palabra

José Cuenca y Don Quijote

Luis María Anson, de la Real Academia Española

17 julio, 2008 02:00

Luis María Anson

Gorbachov ofreció a su amigo Nikolai Gubenko la cartera de Cultura. El actor le dijo que sí, siempre y cuando pudiera seguir interpretando dos veces por semana, en La Taganka, el papel de Boris Godunov. Así son los verdaderos hombres de teatro. La escena por encima de todo. Gubenko admiraba a "ese caminante de La Mancha que siempre soñó con la libertad". Pues a ese caminante de La Mancha se le "iban los ojos tras la farándula, según asegura Don Quijote a los recitantes de la compañía de Angulo el Malo.

Acabo de leer en un libro singular las insólitas condiciones para ser ministro de cultura que Gubenko le impuso a Gorbachov. La obra se titula Encuentros de un Embajador con Don Quijote. El autor, José Cuenca, es mucho más que un erudito, que un bibliófilo, que un coleccionista de Quijotes. Es un ensayista sagaz y penetrante, ajeno a los escapularios ideológicos y a las palabras estevadas, que ha puesto sus experiencias como diplomático al servicio de un entendimiento cabal de Cervantes. Las aportaciones que hace en este libro no son desdeñables. Me he leído la obra de un tirón y en nada me ha defraudado. Me ha gustado de forma especial el análisis que hace del Quijote en Rusia.

"En todo el mundo, no hay obra de ficción más sublime y fuerte que ésta. Representa hasta ahora la suprema y más alta expresión del pensamiento humano". La conocida afirmación de Fiodor Dostoievski le sirve como pórtico a Cuenca para adentrarse en la presencia de Cervantes en Rusia, que vertebra el más profundo tejido literario de la nación.

Según Cuenca, Pushkin identificó a Tatiana Lárina, "la de los ojos tristes", con Don Quijote en su Eugenio Onieguin. El crítico Pisariev subraya que Tatiana es "el Don Quijote ruso". Pero Pushkin, autor, por cierto, de la Balada del Pobre Caballero, no es un caso aislado. Cuenca rastrea las huellas de Cervantes en Dostoievski y Tolstoi, para subrayar la presencia quijotesca en Los Hermanos Karamázov y establecer un paralelo entre Don Quijote y El idiota. Apunta sagazmente el autor que Dostoievski recibió el influjo de Cervantes "directamente del romanticismo europeo". En su Diario, el genio ruso escribe: "Oh! Es éste un gran libro; es del número de los eternos, de esos con que sólo de tarde en tarde se ve gratificada la Humanidad".

Para Cuenca, la presencia de Cervantes en la obra de Tolstoi es relevante aunque discrepa, a mi manera de ver certeramente, de la relación amo-criado que el novelista ruso establece según la tradición de los siervos de la gleba en aquella nación. El trato entre Don Quijote y Sancho no es el de amo-criado. Al terminar su novela, Cervantes lo deja claro. Don Quijote, cuando escucha las olvidadas voces de la muerte, habla de Sancho como de su "hermano", incluso su "hijo", "expresiones -escribe Cuenca- que Don Quijote utiliza una y otra vez al hablar con quien come de su pan, en una inseparable conexión que se va estrechando más y más, conforme avanza la novela. Hasta que Sancho asciende el último peldaño y hereda el desvarío de su señor, llegando así a la plena identidad. Ahí alcanza su techo de grandeza, su plena quijotización, precisamente cuando el íntegro y doliente Caballero es ya sólo un hombre cuerdo y bueno, que regresa a su apartada aldea y a la familia, y renuncia a su pasado".

Cuenca, en fin, recorre la ruta del Quijote por Inglaterra, Grecia, Francia, Alemania, Canadá, Italia, Bulgaria, Estados Unidos y otros países, y lo hace siempre con el pulso certero y el análisis penetrante. Me ha agradado el reconocimiento que el embajador rinde a la versión de Francisco Rico porque, en mi opinión, hay un Quijote antes de Rico y otro después de Rico. Hoy, aunque se transite por los laberintos del rencor, no se puede escribir seriamente sobre el Quijote sin tener en cuenta el esfuerzo gigante que ha realizado el académico de la Española, tras sacudirse las "cenizas de la inteligencia" de las que hablaba Jorge Martí.

Estamos, en todo caso, ante un libro, éste de José Cuenca, de sobria y eficaz escritura, que aporta interpretaciones indóciles a la obra cervantina.

Zigzag

"Vale la pena trasladarse unas horas a Valladolid para contemplar en la Sala Municipal de la Iglesia de las Francesas la exposición de la obra gráfica de Miquel Barceló. A lo largo del siglo XX, cuatro o cinco pintores españoles figuraban en las listas internacionales de los artistas más destacados: Picasso, Miró, Dalí, Gris, tal vez Sorolla, tal vez Tápies. En estos momentos ni un solo pintor español vivo figura entre los cien mejores del mundo. Si alguno de nuestros artistas puede escalar ese Everest del top-100 es Barceló. La muestra de Valladolid impresiona. De aquel liminar art brut, del taller lunátic de Mallorca, de su época de Malí -ay, el Bamako de todas mis nostalgias cuando yo escribía sobre la negritud- queda la inquietud, el desgarro y la zozobra. Con todo, a mí me enerva el temor y el temblor de su tauromaquia, la creatividad profunda del círculo germinal taurino, esa textura tan original del artista, su caminar indeciso pisando con los pinceles y las espátulas la frontera del abstracto. Miquel Barceló es la punta de lanza de la pintura española, agriamente desplazada hoy en el mundo de los puestos cimeros, cuando Velázquez vertebró el siglo XVII, Goya el XVIII-XIX, Picasso el XX."