Image: En soledad de amor herido

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Primera palabra

En soledad de amor herido

Luis María Anson, de la Real Academia Española

4 diciembre, 2008 01:00

Luis María Anson

Un cálido novelista, decentemente suicidado, decía que Hombre solo, el libro de Antonio Mingote, era, junto a La rebelión de las masas, de Ortega, junto a Sobre la esencia, de Zubiri, junto a El sentimiento trágico de la vida, de Unamuno, junto a Orígenes del español de Menéndez Pidal, uno de los diez grandes libros de pensamiento del siglo XX español. La obra acaba de reeditarse, una vez más, con prólogo excelente de Alfonso Ussía.

He escrito una docena de artículos y comentarios sobre el libro. Me propongo agavillar en esta Primera Palabra de El Cultural las reflexiones que, año tras año, he hecho sobre una de las obras más profundas, más trascendentes, más esclarecedoras que he pulsado en mi vida. Cuando se cuestionaba el ingreso de Mingote en la Real Academia Española, invité a almorzar a Pedro Laín Entralgo, director de la Corporación, y a Manuel Alvar. Les entregué el Hombre solo de Mingote. Era yo director de ABC. Alvar me llamó aquella misma noche para decirme que estaba deslumbrado. Pedro Laín vino al periódico y me aseguró que tenía yo razón y que se trataba de un libro definitivo.

Conviene no olvidar que Mingote ha estado siempre en el verdadero progresismo: al lado del débil y en contra del fuerte, al lado del pobre y en contra del rico, al lado del negro y en contra del blanco. Ha defendido con lucidez al toro descuartizado por el verduguillo, al niño cercado por el mundo adulto, a la mujer sola, al ciudadano abrumado por la exigencia del poder, al joven acosado por el oscurantismo moral.

En Hombre solo, Mingote ha dibujado la tragedia humana en la sociedad contemporánea, la desolación atónita del ciudadano en la selva de la gran urbe. Al lector le sacude un estremecimiento al ojear este libro asombroso, al reflexionar sobre él. Mingote, que tantas veces ha vendado con su lápiz las heridas del pueblo, que tantas veces ha denunciado los nacionalismos descabellados, el inmovilismo de los hombres-piedra, se acerca con ternura al ciudadano aislado, a la mujer sola, al niño aterido, para dibujar la soledad con remembranzas a San Juan de la Cruz.
En soledad vivía,/ y en soledad ha puesto ya su nido,/ y en soledad la guía/ a solas su querido,/ también en soledad de amor herido.

Mingote, como ha hecho a lo largo de su vida, sigue corriendo a toda velocidad hacia ninguna parte. Le desconcierta, igual que a Octavio Paz, el laberinto de la soledad. Como los toltecas, a los que admiraba el autor de árbol adentro, el dibujante se ha hecho ciertamente sabio porque suele dialogar con su propio corazón. Ha radiografiado Antonio Mingote la condición humana y ha identificado en el hombre primitivo las mismas pasiones, los iguales sentimientos, la idéntica mentalidad del ciudadano civilizado, perdido en la jungla del asfalto.

Ha denunciado Mingote el inmovilismo y el dogmatismo de los hombres de derecha y de izquierda, hijos de la ira, con cabezas furibundas y cuerpos de piedras inmutables. Su lápiz ha fustigado a la vieja puritana, a la hipócrita de la obesidad y el maquillaje; ha descarnado las cadenas de los convencionalismos, el agobio de las buenas costumbres falsas, a los gamberros y los matones de las calles arrasadas. El dibujante incansable, el genio, denunció siempre el abuso de poder, el del Gobierno, la Banca, los militares hirsutos, los resentidos eclesiásticos, los empresarios voraces, los corruptos especuladores, la burocracia deshumanizada. Y también los errores de los franquistas cuando gobernaron; de los centristas cuando lo hicieron; de los felipis-tas, después; del mundo aznarí, más tarde; del socialismo zapateresco ahora.

Sólo un hombre libre como él, el más libre de los ciudadanos españoles, el que considera el humor muy útil aunque no sabe para qué, podía dibujar Hombre solo, el libro que desvela fugazmente la incógnita vital: no saber adónde vamos ni de dónde venimos. Y al final de todo cuando es imposible escapar del laberinto de la soledad -asombrosa viñeta de pensamiento profundo- Mingote terminará derrotado y de rodillas: "Tengo que esforzarme muchas veces para no regalarle mi lápiz a un pobre y echarme a llorar". l

Zig zag

He visitado el Salón de Otoño. El esfuerzo ha sido notable, la muestra un poco anticuada. Las artes plásticas están en otro sitio. Pero no se puede desdeñar el trabajo de algunos de los artistas que han llevado sus zozobras a la Casa de Vacas. Si tuviera que destacar algo sería una composición fotográfica de Isabel Tallos, Incubadoras, de sosegada belleza, de inquietante belleza también. Sólo ganó un segundo premio. Ah, y un ejercicio de humildad. Me he leído las listas de los premiados de los últimos 50 años. Coño, no conozco ni a la mitad.