Image: La escultura de Miguel Oriol

Image: La escultura de Miguel Oriol

Primera palabra

La escultura de Miguel Oriol

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

27 noviembre, 2009 01:00

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

A la inteligencia de Miguel Oriol, a su calidad de arquitecto, a su sagacidad de urbanista, a su capacidad de gestión, debe Madrid el milagro de la remodelación de la Plaza de Oriente que es un regalo para la vida de la ciudad. Fue el gran acierto del alcalde álvarez del Manzano y el triunfo de un arquitecto excepcional, al que algunos pretenden ningunear por la significación de su apellido.

Su rascacielos de Azca, el más vanguardista del complejo, sus hoteles, urbanizaciones, restauración de monasterios, los impresionantes edificios de los Estudios Guipuzcoanos, son huellas profundas del talento de este arquitecto que escribió: "Creo en la Arquitectura que se mira al espejo. Creo en el efecto mágico de la belleza. No creo en la razón sola. Creo en el trabajo intenso apoyado en la razón. Creo en la inspiración surgida de la mente abonada por el esfuerzo".

Una vida intensa de amor al trabajo ha granado en el proyecto más ambicioso y provocador que conoce la larga historia centenaria de Madrid: peatonizar la Gran Vía, convirtiéndola en un jardín para el paseo, el descanso y el recreo. Parece una fantasía pero Miguel Oriol ha demostrado cómo se puede sumergir la circulación, cómo es posible transformar el infierno del tráfico en un espacio anticipador de las ciudades del siglo XXII.

Así es que me fui a la exposición que Miguel Oriol, el escultor, ofrece en la Galería Gurriarán. Calatrava o Jorn Utzon han sabido adunar arquitectura y escultura, abrien- do perspectivas nuevas al arte milenario. No lo sabía pero no me ha extrañado la vocación escultórica de Miguel Oriol.

Salí aturdido de la muestra. Las esculturas de Oriol son pájaros alados que se expresan con música interior. Son el agua amante y la pasión mordida, la herrumbre hosca y la mirada de la desolación. Una paloma inmóvil se adensa en las formas escultóricas de Oriol, en las redes verdes y rojas de sus párpados.

Hierven las esculturas entre las paredes altivas de la sala como si quisieran emprender el vuelo y escapar del espacio que las sujeta. Naum Gabo alienta entre las formas creadas por Oriol y prende su imaginación. El escultor ruso, que tenía las manos sensibles y el alma de hierro, creó el constructivismo y, luego, el geometrismo. Sobre él se posó el abstracto Kandisnsky, lo que le permitió zafarse del cubismo y el futurismo. Para Naum Gabo, como para Oriol, la experiencia espiritual está en el germen de la creatividad artística. El manifiesto que Gabo difundió desde el bulevar Tverskoy de Moscú no ha tenido la popularidad del futurista pero influyó decisivamente en su generación. La escultura de Oriol tiene una deuda discipular con Naum Gabo.

En el prólogo a la exposición, Ignacio Vicens subraya la capacidad para la disciplina del arquitecto-escultor y atribuye a Rubert de Ventós una frase cardinal que pertenece a mi inolvidado amigo Juan Eduardo Cirlot. Tuve el honor de presentar el libro en que incluyó el texto al que se refiere Vicens.

Miguel Oriol, cuando se decide a hacer escultura, es la sombra en el hueco de las manos, es el viento de la noche en los trigales, el sentido profundo de la forma y la medida, el osario de la palabra yacente, la independencia feroz del artista que se alza sobre las ruinas de la inteligencia. He disfrutado mucho en la exposición de Miguel Oriol y quiero dejar constancia en esta página de mi admiración por su obra escultórica, también, por supuesto, por su alta calidad arquitectónica en el espacio y en el tiempo.

ZIGZAG

Hay aliento lírico en la poesía de Ricardo Bellveser, y hay ternura. La muda destrucción del tiempo se desvanece cuando el poeta regresa a la casa del padre muerto, levanta los postigos de la infancia y se tropieza con los recuerdos de la época dorada. Bellveser dispersa las cenizas del nido. Las huellas del pasado le hieren el alma. La cama de los padres reaparece, "sólo en un campo de plumas que el tiempo con la muerte ha desolado". Nada es capaz de apagar las velas tristes de la memoria. Incluso la amada adolescente, y de su boca salía el calor del Sahara, ha traspasado los recuerdos del poeta hacia la nada. Tembloroso libro éste de Ricardo Bellveser, Las cenizas del nido, que ha editado el gran Chus Visor.