Image: Barceló, en el laberinto de la soledad

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Primera palabra

Barceló en el laberinto de la soledad

Por Luis María Anson, de la Real Academia española

19 febrero, 2010 01:00

Miquel Barceló pintó Chemin de lumière en Nueva York en 1986. Y escribió en su diario: “La materia se convirtió en luz por un breve instante antes de volver a convertirse en mierda negra. Ni siquiera negra: deslucida (como se dice a veces en español cuando llueve durante una procesión religiosa)”.

La luz negra y enlunada se derrama a chorros en la exposición que Isidro Fainé ha organizado en CaixaForum, comisionada por Catherine Lampert. Exposición que sobrecoge porque proyecta a raudales sobre el espectador los fulgores de un genio.

“Tiene el pintor-escribí yo tras visitar su Sala de los Derechos Humanos- la garganta llena de luz, con ritmo de música callada, de soledad sonora. Siente en su carne el agua genital, la hiel abastecida de la desmemoria, las hendiduras de la ola y el terrizo. Hay algo de carne ebria, aleya de la luz, en los chorros ardientes de la pintura, y que gotea. Es el estupor de la mirada, la oquedad de la espátula, el lecho candente de la noche. Barceló ha aventado sobre el techo la desesperación de los cautivos, el jadear de la palabra deshabitada, la savia amarga de la yedra”.

El techo acojonante me pareció como trompetas que anuncaiban el apocalipsis del abstracto. En CaixaForum está otro Barceló, casi entero, envuelto pon 180 obras desde esculturas gigantes al papel manchado, desde el autorretrato agorilado a la indígena de Mali con el pincel que resbala sobre su piel de leche negra.

Luis Reverter, ese socialista sabio que debió ser ministro de Cultura, me habló profundamente de la obra de Barceló, entre los papanatas que se empujaban en la inauguración de la asombrosa muestra que ha congregado la Fundación “la Caixa”. Picasso, Miró, Gris, Sorolla, Dalí, Tàpies se mueven en las cumbres himalayas de la pintura española del siglo XX, con un joven genio que les acompaña ya y que se llama Miquel Barceló.

La crítica especializada subrayará los defectos de la magna exposición, pues los tiene. Yo me evado de la pasión crítica para rendir mi admiración ante una obra tan plena, tan independiente, tan provocadora, tan sensible y feroz como la que se derrama desde la muestra agavillada en las salas de CaixaForum.

Dicen que Miquel Barceló es el último pintor. La Documenta de Kassel, el Arco madrileño o los aquelarres venecianos se han volcado ya sobre las instalaciones, el Cutting Edge y el Proyect Room. No sé el tiempo que durarán los filos de la nueva vanguardia, el espacio que les queda a los pintores convencionales. Nuestra Alicia Framis cabalga ya a galope sobre el arte nuevo del siglo XXI y se ha instalado en Shanghai, que es la quinta frontera del estupor y la provocación.

Salí conmocionado de la exposición de Miquel Barceló. En este artista, con cara y aire de pillete de barrio, alienta el genio de la pintura. Es, además, un hombre joven con muchos años por delante para batirse a espadazos ante el desafío del siglo XXI. El mar de Barceló “trenza sus muslos verdes en el ocaso”. Sólo falta, le escribí un día, que, en el laberinto de tu soledad, llegue Tunga, el discípulo de Oiticica, y “que arroje cabezas de mujer al agua para plantar sirenas”.

ZIG ZAG

Me envía Sánchez Ron un libro singular: La ligereza del ser, de Frank Wilczek. Lo he leído con dificultad. El autor presume que el lector medio tiene un conocimiento de la física por encima de la realidad. Lo que queda claro es que Wilczek, desde el respeto a Einstein, supera la teoría de la relatividad especial y se adentra en el mundo sugeridor de los quarks para vertebrar su idea de la cromadinámica cuántica que le valió el Premio Nobel de Física. Resulta inquietante esa energía residual que señala Wilczek procedente de los campos de gluones. “Se parece mucho -escribe- a la libertad asintótica, un descubrimiento que hace poco les valió el Premio Nobel a tres afortunados científicos”. La ligereza del ser, título que Wilczek glosa de su admirado Milan Kundera, es, en todo caso, un libro áspero pero excepcional.