Image: Auge de Mahagonny en el Teatro Real

Image: Auge de Mahagonny en el Teatro Real

Primera palabra

Auge de Mahagonny en el Teatro Real

8 octubre, 2010 02:00

La crisis económica de 1929 fue la crisis de la miseria. La de 2009 ha sido la crisis de la prosperidad. Ambas tienen muchas cosas en común y la sagacidad intelectual de Bertolt Brecht, al escribir su Auge y caída de la ciudad de Mahagonny, permanece viva y ávida. El planteamiento brechtiano de lo que ocurrió el siglo pasado es puramente marxista. Pero conserva vigor y atractivo, a pesar de que los escombros comunistas forman hoy el auténtico vertedero que se exhibe sobre el Teatro Real. En los años 30, el comunismo era la fascinación intelectual de la época y deslumbraba lo mismo a Pablo Picasso que a Rafael Alberti, a Sartre que a Pablo Neruda. La avanzadilla de la cultura estaba en Moscú y pasaron muchos años hasta que el grito de la libertad empalideció el deslumbramiento marxista.

Gérard Mortier ha acertado plenamente. A pesar de algunas endebleces musicales de Kurt Weill, ha traído a Madrid la ópera atractiva que el aficionado joven exigía. Pablo Heras-Casado la ha resumido así: “Lo grande de esta obra es que en la superficie puede parecer un cabaret (por el ragtime, jazz y blues), pero más allá de todo esto hay una gran estructura teatral compleja. Esa sencillez aparente tiene una trascendencia dramática increíble”. Y es verdad. Gema Pajares ha escrito que en Mahagonny, que anticipó, por cierto, Mario Gas en el Matadero,“están el vicio y el sexo, la depravación llevada al extremo. En una escena los cantantes fornican (vestidos de desnudos) sin la menor pasión, con una mirada al frente casi perdida”. Pero lo que realmente se debate es la condición humana, con sus defectos y virtudes, sus estridencias y sus miserias.

La Fura dels Baus ha puesto su inmenso talento al servicio de la creación de Brecht y Weill. Ha modernizado un siglo la ópera y la ha instalado en la vanguardia de la centuria actual. Y nada más lejos que la provocación por la provocación. Lo que hay es un esfuerzo inteligente por devolver al público, tan adocenado últimamente, la verdad de la ópera, la metáfora de la desolación con la que el pensamiento marxista de Bertolt Brecht inunda el escenario.

La crítica especializada, tan certera en esta revista, se ocupará de analizar el acierto o desacierto de los cantantes, la calidad de la representación. Tengo mi idea sobre lo que se vio y escuchó en el Real pero no voy a entrar en terrenos que corresponden a los críticos. Pretendo subrayar solamente en esta Primera palabra el acierto de Gérard Mortier al ofrecernos, de la mano sabia de Gregorio Marañón, el Mahagonny erizante y polémico, que devuelve la tensión y el debate al mundo madrileño de la ópera.

El revulsivo ha sido certero. Los aficionados sociales, los que acuden al Real para verse y criticarse, pasan de Brecht y de Weill. Pero la afición encendida en un sector de nuestra mejor juventud ha recibido Mahagonny como un revulsivo, que unos respaldan y otros rechazan, pero que todos reconocen como necesario, como imprescindible, para que no se apague la llama de la ópera en nuestra ciudad. Los terciopelos de la voz de Measha Brueggergosman y la calidad de König arroparon el éxito.

Conozco a Pilar Arístegui. Es una mujer inteligente y culta, de sensibilidad crujiente que se vuelca sobre la pintura. Sus cuadros fascinan a los más entendidos. Algún día escribiré sobre ellos porque nada hay vulgar en la obra plástica de Pilar Arístegui, que de pronto amplió su rumbo y publicó una novela desigual, La diamantista de la emperatriz, y que ahora vuelve a la carga para acertar plenamente. La Roldana es una excelente novela histórica. Pilar Arístegui ha sabido escoger al personaje sobre el que fabula: Luisa Roldán que, en aquella época de feroz discriminación femenina, consiguió alzarse como escultora de cámara de Carlos II y después de Felipe V. Con Pilar Arístegui, la Roldana, zarandeada por las desgracias familiares, viaja a la Rusia exótica para que el lector se acerque humanamente a un personaje excepcional.