Image: Cui Ping Sing

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Primera palabra

Cui Ping Sing

12 noviembre, 2010 01:00

Ella, Cui Ping Sing, es la hija de Afu, el domador de peces. Vive en una humilde choza de bambú desmayado. Él, Hoang Ti, es primer ministro y mandarín del joven Emperador de China. Y por encargo imperial busca esposa para el Monarca. Con un equipo de pintores, Hoang Ti recorre el Imperio, retratando a las jóvenes más bellas para que el Emperador elija. En una remota aldea conoce a Cui Ping Sing y el amor le presiona las sienes.

“Escucha…- le dice a la joven belleza entre el temor y el temblor- ¿En qué otro mundo de cerezas raras oí tu voz? ¿En qué planeta de bronces y de nieve vi tus ojos hace un millón de siglos? ¿Dónde estabas? Fuiste agua hace mil años. Yo era raíz de rosa y me regabas...” En Quevedo, el amor se haría constante después de la muerte: “Serán ceniza más tendrá sentido, polvo serán mas polvo enamo- rado”. En el poema oriental, el amor se hace constante antes de la vida. Quevedo y Foxá abren y cierran la parábola del corazón amante.

Hoang Ti turba la excursión de oro de Cui Ping Sing entre fantasmas de árboles por islas de cenizas. “Qué triste es despertar... ¿verdad, mi amada?” Y ella le responde: “No es triste porque están tus ojos claros devolviéndome todos los paisajes”. Él se rinde al amor profundo y sosegado. Su juventud de libros empolvados resucita en la boca de la amada. “Cien golondrinas guardarán mi lecho cuando en el borde de la seda pongas tu muslo o tu cintura...”. “En tu pelo traes polen de las flores del sueño...”. “Con nuestra sangre bordaremos hijos”, susurra finalmente mientras las mariposas y las abejas bailan en la lámpara nupcial.

En Cui Ping Sing florece la sangre clara de la novia. “Mi corazón es una fruta y tengo sabor de olas y racimos en la boca”. Hoang Ti derrama la copa azul llena de pájaros melancólicos y le dice a la amada que su carne es inmortal, viene de lejos y hace siglos ha vibrado con la suya. “Tú fuiste, Cui Ping Sing, todo lo claro, el cisne o la ceniza. Yo fui todo lo oscuro, la raíz, la tortuga. Tus pechos son dos nidos calientes tejidos en la rama de un almendro”. Los enamorados se han perseguido desde hace mil años, alma con alma, atravesando campos peregrinos de venas y latidos, cincelando torres de espíritu con lágrima y sonrisa. “Tu voz incendia el agua”, suspirará Cui Ping Sing, porque los dos enamorados saben que el Emperador se fijará en el retrato de ella y que la escogerá como esposa para que se consume la tragedia. Hoang Ti esperará entristecido y turbio la pelea con el pájaro ciego de la muerte.

Alberto Ruiz Gallardón me dijo un día que financiaría la puesta en escena del drama poético Cui Ping Sing, elogiado por todos, incluso por comunistas como Juan Antonio Bardem. Hay que subrayar el mérito allí donde se produce. Lo importante en el católico Juan de la Cruz, en el comunista Pablo Neruda, en el fascista Agustín de Foxá no es su ideología sino su poesía. Y la más bella escena de amor del teatro español se estremece en el cuadro tercero del Cui Ping Sing. Por eso me ha parecido un acierto la decisión de Antonio Escámez, presidente de la Fundación Banco Santander, de Borja Baselga, de Javier Aguado, de Javier Expósito y de Jordi Amat de ofrecer una edición de la obra fundamental de Agustín de Foxá, con cuidada edición del Cui Ping Sing.

El gran poema dramático tiene antecedentes en la literatura china. Tsing Kuan, poeta del siglo XII, eleva el amor a las estrellas para cantar la séptima noche de la séptima luna. Es el Tsiao Chiao Sien, la historia enamorada del Vaquero y la Tejedora, encarnados en dos estrellas que se encuentran cada séptima noche de cada séptima luna. Cruzan entonces el río celeste, la Vía Láctea, sobre el puente de los cuervos, y hablan de amor y de tristeza. Kuo Pu, en el siglo IV bajo la dinastía Sin del Este, escribe el poema de los inmortales en el que Wu Gang ofrece a los enamorados vino de la flor de la casia.

La idea del amor constante antes de la vida se desarrolla también en la poesía del gran Li Po. Ya en la dinastía Ching, cuando se hace culto al chen-yun, la rima divina, Wa Lan, que amó a su esposa tres millones de siglos antes de conocerla, la ve morir joven y se desespera y desgarra. No sé si Foxá conoció los antecedentes chinos de su Cui Ping Sing. Da igual. Lo importante es que su poema conserva inalterado el aliento de la gran obra literaria.