Los días 22 y 23 de julio de 1969, el dictador Francisco Franco nombró, ante sus Cortes aborregadas, sucesor a título de Rey al Príncipe de Asturias, Don Juan Carlos de Borbón. Su madre, Doña María, que adoraba al hijo, no asistió al acto. Permaneció en Estoril a lado de su Rey, Juan III.

Pedro Sainz Rodríguez, el hombre de referencia del Consejo Privado de Don Juan, le dijo a doña María: “Franco ha nombrado a vuestro hijo paje distinguido y le ha otorgado un título sin tradición histórica, Príncipe de España”. Franco se había entrevistado con Don Juan tres veces para concordar los estudios de bachillerato, formación militar y universitaria de Don Juan Carlos. Sin embargo, se permitió vejar en esta ocasión al Rey de derecho, sin cruzar con él una palabra y comunicándole el nombramiento por carta. Se la entregó en Villa Giralda, el 16 de julio, el embajador en Lisboa. Don Juan me llamó a su despacho, me pidió que abriera la carta y que se la leyera. Así lo hice. “¡Qué cabrón!”, musitó el Rey exiliado.

El 22 de noviembre de 1975, ante las Cortes de la dictadura, dos días después de muerto Franco, Alejandro Rodríguez de Valcárcel exaltó al trono a Don Juan Carlos de Borbón. Su madre, Doña María no asistió al acto. Permaneció en el exilio al lado de su Rey, Juan III.

Don Juan Carlos I se instaló en el trono de los Reyes Católicos sin la doble legitimidad que tenían todos los monarcas europeos: la dinástica y la popular. El 21 de noviembre de 1975, Don Juan III firmó su último manifiesto, que, siguiendo sus directrices, redactamos Pedro Sainz Rodríguez y yo en una borrascosa sesión en la casa que en París tenía Jesús Obregón, excelente diplomático, destinado hoy en Suiza. En su último manifiesto, Don Juan establecía las condiciones que debía cumplir la Monarquía de Don Juan Carlos, para que él, Rey de derecho de España, le trasvasara la legitimidad dinástica, condiciones que se resumían en la devolución de la soberanía nacional al pueblo español, secuestrada tras la guerra incivil por el Ejército victorioso de Franco. Convocadas elecciones libres por Juan Carlos I, su padre Juan III, en un emocionado acto en el Palacio de la Zarzuela, al que asistí junto a José María Pemán en representación del antiguo Consejo Privado, abdicó los deberes y derechos de la Corona española que había defendido ejemplarmente durante cuatro décadas frente a la dictadura. La madre de Juan Carlos I, Doña María, asistió al acto en compañía de toda la Familia Real.

A partir de esa fecha y durante más de veinte años, Doña María contempló con inmensa satisfacción cómo su hijo impulsaba, primero, y encarnaba, después, la Monarquía parlamentaria, la Monarquía de todos que había defendido tenazmente Don Juan desde el exilio. Don Juan y Doña María se sentían orgullosos de los aciertos de su hijo, el Rey. Toda una vida de sacrificio y abnegación se veía compensada por el servicio que la Corona rendía al pueblo, estimulando la reconciliación y la concordia entre los españoles. El Rey Juan Carlos I estaba haciendo de forma ejemplar lo que su padre, lo que su madre, siempre habían deseado.

Doña María no estuvo al lado de su hijo en las Cortes ni el 23 de julio de 1969 ni el 23 de noviembre de 1975. En la primera de esas fechas, sobre todo, jugó un papel decisivo para mantener la concordia entre el padre y el hijo. Demostró inteligencia, prudencia y flexibilidad en una situación especialmente agria y tormentosa.

A Doña María le dábamos todos tratamiento de Reina, como esposa del hijo y heredero de Alfonso XIII. Ella estuvo siempre al lado de su Rey, que era a la vez su esposo, y fue siempre especialmente crítica con el dictador, que, en su mezquindad, le impidió acompañar a su padre, el Infante Don Carlos, en el lecho de muerte. Doña Carmen, la esposa del dictador, visitó Villa Giralda el 14 de marzo de 1958. Doña María no bajó a la puerta de Villa Giralda a recibirla, cosa que sí hizo Don Juan. La esperó arriba en el salón. Doña Carmen Polo de Franco se inclinó ante ella en la reverencia protocolaria y le dio tratamiento de Majestad. Doña María permaneció educada pero fría mientras tomaban el té. “Le tendí la mano floja”, decía al recordar aquel día.

(Del prólogo al libro editado por la Fundación María de las Mercedes en el centenario de la esposa de Juan III y madre de Juan Carlos I)