El Suárez de Fuentes
¿Por qué dimitió Adolfo Suárez? ¿Porque temía que una moción de censura fuera apoyada por diputados de UCD y que se encaramara en el poder Felipe González? ¿Porque sabía que un golpe de Estado puro y duro, además de liquidar la democracia, segaría su vida ya que los militares le consideraban el traidor de la comedia? ¿Porque había perdido la confianza del Rey? ¿Porque le resultaba insufrible el acoso despiadado de algunos dirigentes de su propio partido? ¿Porque no podía soportar la crítica casi unánime de los medios, crítica descarnada y recrudecida durante el otoño de 1980? ¿Porque el Gobierno de salvación nacional que preparaba Armada encumbraba de vicepresidente a González y suponía la concentración de socialistas, comunistas, centristas, liberales e independientes? ¿Por qué dimitió Suárez?
Juan Francisco Fuentes da respuesta en su biografía política del presidente a una parte de los interrogantes que ensombrecen todavía la vida política del antiguo ministro secretario general del Movimiento. Si Gregorio Morán escribió con Historia de una ambición el libro más sagaz sobre Adolfo Suárez, Juan Francisco Fuentes ha publicado el más serio y objetivo, el más riguroso y documentado. No se puede entender el alcance de la Transición sin la lectura de este trabajo que he leído con creciente interés. Sus detractores afirman que es un libro anecdótico. Hay mucha anécdota, es verdad, pero se trata de una obra que entra de lleno en lo sustancial.
Adolfo Suárez cometió algunos errores. Tuvo incontables aciertos. Su balance político resulta altamente positivo y eso es lo que se desprende de la obra de Fuentes. El autor ha metido el bisturí en la vida y la obra del político y lo ha sajado todo, lo ha escudriñado todo, ha conversado con los principales personajes que conocieron bien al primer presidente de la democracia española. Lástima que Suárez no pueda aclarar muchos de los aspectos vidriosos que el libro aborda, como la relación entre el presidente y el Rey.
Adolfo Suárez se equivocó, zarandeado por el síndrome franquista y falangista, al considerar que las cartas credenciales de demócrata solo las podía expedir la izquierda, sobre todo la residenciada en el diario adicto El País. Olvidó que si, tras la guerra incivil, el centro izquierda de la República tuvo que instalarse en el exilio con Prieto a la cabeza, también el centro derecha liderado por Gil Robles padeció un larguísimo destierro y que tanto el líder socialista como el democristiano llegaron a un acuerdo en torno a Don Juan de Borbón con el pacto de San Juan de Luz.
Adolfo Suárez se equivocó en la ligereza con que construyó la Constitución. Se equivocó al oponerse a la limitación de mandatos del presidente del Gobierno. Se equivocó al contradecirse en la sucesión a la Corona en la que no se debió discriminar a la mujer primogénita a partir de Don Juan Carlos y Don Felipe. Se equivocó al imponer una ley electoral que primaba a las minorías entonces nacionalistas pero que estaba claro derivarían hacia el secesionismo. Se equivocó al tratar de forma vergonzante a las víctimas del terrorismo, lo que enfureció a los militares. Y se equivocó, sobre todo, al no poner límites a las Autonomías con el riesgo de fragmentación de España.
Adolfo Suárez acertó al legalizar el partido comunista. Acertó al engañar a la clase política franquista, toreándola al natural con la ley de Reforma Política que permitió al Rey evolucionar a la democracia pluralista plena que quería su padre, sin convertirse en perjuro. Acertó al establecer una libertad de expresión plena. Acertó en la construcción de una democracia reconocida por todas las potencias occidentales.
Y al final el Ecce homo del que habla Juan Francisco Fuentes, el político denostado por todos que fue crucificado sin piedad. Adolfo Suárez se propuso resucitar, fundó un partido, el CDS, tuvo éxitos ocasionales, y se entendió con Mario Conde cuando las desgracias familiares y la enfermedad le fueron apartando de forma inmisericorde de cualquier actividad intelectual.
No sé por qué Fuentes se hace eco de algunos rumores que me situaban a mí como inventor del golpe político de timón del que se habló mucho en aquellos tiempos. No es verdad, pero eso no resta valor al acierto general de un libro que exige relectura y meditación. Y el elogio de la crítica objetiva.