Luis María Anson, de la Real Academia Española



"Calatrava se agrieta", titulaba un diario español, colgándose de los pies del arquitecto para derribarlo y degradarle ante la opinión pública. Envidia a la española. Mientras otras naciones ensalzan hasta la náusea a sus triunfadores, aquí nos dedicamos a destrozarlos sin piedad sean ciclistas, cantantes, banqueros o arquitectos.



No sé si Calatrava es superior o no a Gaudí. La comparación está fuera de lugar. Cada espectador tiene sus gustos y sus preferencias. Lo que nadie podrá negar es la dimensión universal de Calatrava, su prestigio artístico indiscutible, la calidad asombrosa de sus obras. Me irrita que se le cuestione por razones políticas, rastreando las huellas fugitivas de contratos, procesos y maniobras subterráneas. Calatrava es el arquitecto español que ha conseguido mayor dimensión internacional.



Me acuerdo que, tras visionar un reportaje gráfico, tomé el avión y me trasladé a Tenerife solo para contemplar el Auditorio construido por el gran artista. Me sobrecogió la proeza estética. El Auditorio de Tenerife es una inmensa escultura abstracta. Es también el vértigo de la arquitectura con sus grandes masas de material inmóvil, que convierten en realidad la "música congelada" de la que habló Schopenhauer. Calatrava aduna arquitectura y escultura en ese todo armónico que hoy permiten las nuevas tecnologías.



El arquitecto ha colgado el cielo sobre los puentes de Venecia, de Florencia, de París, de Berlín, de Basilea, de Zurich, de Sevilla, de Orléans. En Valencia transformó la geografía urbana con los resplandores de la Ciudad de las Ciencias y la Torre de telecomunicaciones. Le ganó la partida a Norman Foster en su disputa sobre el Reichstag berlinés. Y ha sembrado el mundo de pabellones, estaciones, exposiciones universales, construcciones intermodeales y maravillas de esa música que inspira su aliento arquitectónico. La catedral de San Juan en Nueva York o la Plaza del Heritage en Toronto son los símbolos de esa arquitectura que conmueve.



El abandono de la ornamentación se convirtió en la clave del arte arquitectónico de vanguardia desde que Adolf Loos publicó en 1908 su Ornanent und Verbrechen, ornamento y crimen. Lástima que Alberto Ruiz Gallardón no leyera este ensayo antes de instalarse en el merengue ornamentado del palacio de comunicaciones de Cibeles, terminado en 1919 por Palacios y Otamendi, cuando la arquitectura, del brazo de la Staatliche Bauhaus, emprendía los nuevos caminos de vanguardia. Walker Gropius soñaba ya en acero y cristal. El Institut of Desing de Moholy-Nagy definía las grandes estructuras junto a los muebles de Albers, las sillas de tubo de Brever o los tejidos de Otte. Jorn Utzon, con su enjambre de velas desplegadas, dibujó en cemento la arquitectura del siglo XXI sobre el cielo de la bahía de Sidney. Le Corbusier en Vers une Architecture lo había anticipado todo y Frank Lloyd Wright o Van der Rohe reabrieron los caminos de las ávidas formas nuevas. El funcionalismo artístico, en fin, brillaba también en la Sinfonía en Do, de Strawinski y en la obra de nuestro Miró, de Hans Arp o de Ozenfant.



Las insidias contra Calatrava se estrellan contra el placer estético que provocan las obras del genial arquitecto. Triunfará el artista, no la envidia. El artista que ha convertido a la arquitectura en música petrificada conforme a la visión de Goethe.

ZIGZAG

No basta con indignarse. Hay que comprometerse. Es necesario encauzar la indignación a escala nacional e internacional. El movimiento de los indignados no puede ser amorfo. Sin divismos ni vanidades, debe estar representado por dirigentes responsables ante la ciudadanía. Esto es lo que dice Stéphane Hessel en Comprometeos, el nuevo libro que recoge las conversaciones del anciano escritor con el joven Gilles Vanderpooter. La verdad es que lo mejor de Indignaos era el prólogo de José Luis Sampedro. Habrá que reconocer, en todo caso, el paso adelante que Hessel da en Comprometeos. Los indignados no se deben quedar en la manifestación amorfa ni en la acampada pacifista, con riesgo de terminar manipulados.