Image: 'Graecia capta ferum victorem cepit et artis intulit in agresti Latio'

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Primera palabra

'Graecia capta ferum victorem cepit et artis intulit in agresti Latio'

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española Ver todos los artículos de la 'Primera palabra'

15 junio, 2012 02:00

Luis María Anson


"Grecia es el símbolo de Europa -escribe Mario Vargas Llosa- y los símbolos no pueden desaparecer sin que lo que ellos encarnan se desmorone y deshaga en esa confusión bárbara de irracionalidad y violencia de la que la civilización griega nos sacó". No sé cuánto costará, al fin, estabilizar la economía griega. Por razones profundas de deuda cultural, los europeos debemos pagar la factura. A Grecia le debemos casi todo. Tras alcanzar el sueño de la luna, el científico que la conquistó, Wernher von Braun, declaró: "Esta hazaña ha sido posible gracias a que existió un humanismo grecolatino". Fueron los griegos los que potenciaron la libertad, el respeto a los demás, la veneración por la literatura y la ciencia, el impulso de la investigación científica.

La Grecia dominada por los romanos, la Grecia conquistada por los turcos, mantuvo sobre sus invasores el culto a la inteligencia y al diálogo e impregnó, en muchos aspectos, los valores de la libertad a los conquistadores. El "Graecia capta ferum victorem cepit et artis intulit in agresti Latio" no es un verso aislado de Horacio sino una realidad profunda porque la Grecia conquistada introdujo en la agreste Roma, el reguero de dioses de la cultura y de la ciencia.

Mi inolvidado amigo Indro Montanelli, premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, descargó su demoledora ironía al decir: "Los listos viven de los tontos y los tontos de su trabajo". La Romania, es decir, Grecia, Italia, España, Portugal, viven de la Germania y la Germania de su esfuerzo trabajador. Lo que pasa es que los alemanes se han cansado de hacer el pardillo pagando los gastos de la Romania y exigen a griegos, italianos, españoles y portugueses que dejen de hacer trampas con la economía sumergida y que se pongan a trabajar sin camelancias.

En eso tienen razón. No la tendrían si ahogaran a Grecia, porque, como ha escrito Vargas Llosa en un artículo memorable, "Grecia no puede dejar de formar parte integral de Europa sin que esta se vuelva una caricatura grotesca de sí misma, condenada al más estrepitoso fracaso. Europa nació allá, al pie de la Acrópolis, hace 25 siglos, y todo lo mejor que hay en ella, lo que más aprecia y admira de sí misma, incluyendo la religión de Cristo, así como las instituciones democráticas, la libertad y los derechos humanos tienen su lejana raíz en ese pequeño rincón del viejo continente a orillas del Egeo, donde la luz del sol es más potente y el mar es más azul".

Muchos europeos tenemos conciencia clara de lo que Grecia significa en nuestra cultura y en nuestra vida intelectual y política, porque no se puede concebir Europa sin la filosofía de Aristóteles, el teatro de Esquilo, Sófocles y Eurípides, o la poesía de Homero y Hesíodo. Por mucho dinero que aportemos a Grecia, los europeos siempre estaremos en deuda con la gran nación de Pericles.

ZIGZAG

En la república de las letras se considera de forma casi unánime que Luis Alberto de Cuenca figura en el grupo de cabeza de nuestros mejores poetas. Sus versos descansan sobre una sólida formación filológica y unos cimientos culturales muy profundos. Ahora, Chus Visor ha tenido el acierto de agrupar en un tomo lo más granado de la poesía de Luis Alberto de Cuenca en el periodo que abarca de 1970 a 2005. En medio millar de páginas de esta edición, ya la tercera, corregida y aumentada, alienta lo mejor del temblor lírico de Luis Alberto de Cuenca. Con la excepción de su primer libro, Los retratos, todas las obras del poeta hasta el año 2005 refuerzan su vida literaria en esta singular antología: Los mundos y los días. No se arrepentirá el lector que se adentre con sosiego y emoción en la creación poética de Luis Alberto de Cuenca. Como el cuerpo de Alicia, su amor definitivo, "es un oasis en el desierto helado del silencio", porque el poeta no cree en nada "que no sea el amor con que me hieres".